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— Que no, Carmen, que no insistas.

— Pero vamos, a ver, Marta... entra razón, haz el favor.

— Que no, que quiero empezar a normalizar mi nueva vida. A partir de ahora me voy a mover por la ciudad mucho y no voy a andar siempre con guardaespaldas, es muy incómodo.

— Eres una cabezona.

— Menuda novedad. Como si no lo supieras.

— Pues a mí me da miedo andar por Madrid contigo sin seguridad. Y más en el aeropuerto. Seguro que tendrás allí a fans esperándote, siempre se enteran de todo.

— Pues ve acostumbrándote, si es que quieres seguir andando conmigo, claro.

— Ya sabes que yo no te dejaría sola por nada en el mundo, amiga.

— Y tú sabes que yo nunca te pondría en peligro. Sé lo que hago, de verdad.

— Bueno... pues nos vemos ya en Madrid.

— ¿No nos sentamos juntas?

— No, comprar dos billetes en primera clase de un día para otro salía por un riñón. Yo voy en turista.

— Pero si lo pago yo ¿qué más te da?

— Pues claro que me da, no lo veo necesario.

— Carmen... ya sabes que yo no me doy lujos innecesarios, pero ir en Turista doce horas no es sano para nadie. Y yo a ti ahora te necesito más en forma que nunca.

— Bueno, vamos a dejar ya de discutir, que eres muy pesada. Nos vemos en Madrid.

— Vale, buen viaje.

— Buen viaje, jefa.

Mi vuelta a España era algo inminente. Teníamos una fecha muy próxima programada para viajar y cada vez la ilusión era mayor. Pero un contratiempo de última hora lo revolucionó todo cambiando nuestros planes.

Por suerte, siempre estaba Carmen a mi lado para gestionarlo todo al milímetro y en cuestión de horas. Y es que una llamada de teléfono el día anterior hizo que todo se precipitara en un instante.

Dime Joaquín.

— ¿Te pillo mal, prima?

— No, es que acabo de llegar a casa de correr, por eso me escuchas tan sofocada.

— Pues me alegro que estés entrenando, porque vas a tener que pegarte un buen spring si sigues queriendo que ese teatro sea tuyo.

— ¿Qué? ¿Qué ha pasado?

— Nada malo, tranquila. Es solo que tienes que estar aquí pasado mañana para firmar, o si no, este señor se lo vende a un banco que ya se ha interesado por él.

— Joder con los putos bancos. Vale ¿Pasado mañana dices?

— Sí.

— No hay problema, allí estaré. Prepáralo todo.

— ¿Seguro?

— Segurísimo.

— Pues me pongo a ello. Te veo en dos días, primita.

— Gracias por todo, bigotitos.

— No quería decepcionarte, Marta. Pero ya que me verás en persona tengo que contártelo.

— ¿Qué?

— Que me encanta que me llames así, pero es que me he dejado barba.

— ¡Eres idiota! ¡qué susto me has dado! – Reímos. – Y que sepas que me da igual, siempre serás mi "bigotitos". En serio, Joaquín, gracias por todo lo que estás haciendo.

Rosas en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora