No me hace falta la luna
Ni tan siquiera la espuma
Me bastan solamente dos o tres segundos de ternura.
Creo que si me preguntaran cual ha sido el momento donde más vulnerable me he sentido en toda mi vida, elegiría cada una de esas esperas antes de entrar a terapia.
Estar sentada en aquella sala tan blanca y tan desoladora a la vez, manteniendo la compostura como si no fueses plenamente consciente de que te quedan unos minutos para romper a llorar desconsoladamente al otro lado de esa puerta y antes incluso de que la psicóloga te termine de preguntar que qué tal estás. Mirando a tu alrededor y entendiendo que vas por el camino correcto, pero que, si la vida te hubiese tratado un poco mejor, estarías allí simplemente para cuidar de tu salud mental, y no para superar traumas que se iban acumulando dentro de ti de una forma un poco injusta.
Así que esas esperas solía hacerlas con los auriculares puestos y con alguna canción que me inspirara cosas bonitas. Y Aute siempre era una buena opción.
Cuando dos o tres segundos de ternura comenzó a sonar, no pude evitar cerrar los ojos y hacer realidad ese título devolviéndome a la memoria la imagen de Fina cantándola.
Esa chica no salía de mi cabeza. Lo que viví con ella no dejaba de golpearme el pecho con fuerza cada vez que lo recordaba. La forma en la que me miraba, sobre todo. Creo que nunca nadie me miró tan bonito desde que ella misma, cuando era un bebé inocente y no tenía ni idea de quien tenía delante, me miraba también con absoluta devoción.
Sentí que dejándola marchar por mi situación, estaba perdiendo un tesoro. Un camino que me abría los brazos para hacer mi vida más fácil y más bonita. Un lugar dónde sentir que tengo presencia y que merezco amor, un poquito al menos de todo el que nunca me dieron. Y lo peor, sabía que ese abrazo no estaría siempre para mí, que no existiría nadie tan tonto de dejar escapar a una mujer como ella si se la cruzaba de alguna forma. Y en cinco meses le dio tiempo a cruzarse con mucha gente, así que consideré que sería casi un milagro volver y encontrar intacto lo que por unos días fue para mí. Un milagro y también algo injusto. La vida no se puede parar por nadie, y menos por mí, supongo.
Ya llevaba más de cuatro meses allí. En Sevilla. La verdad que me enamoraba de aquella ciudad cada día un poquito más y, aunque tuve que huir muerta de miedo de Madrid y no estaba entre mis planes hacerlo, siempre hay que sacar la parte positiva de todo.
Para mí, en ese momento, fue el refugio perfecto. No era la gran metrópolis que era Madrid, ni tampoco una ciudad fantasma donde te torturara el silencio. Y sé que hay quien ese silencio le reconfortaba y le daba paz, pero no era mi caso. Yo estaba sola, completamente sola, y necesitaba sentir el calor de la gente. El barullo de los bares y las risas. La gente desayunando antes de entrar a trabajar. Sevilla era el término medio que necesitaba. El color del cielo me curaba un poquito el alma. El olor a naranja, el frío tan amable, la vida que no se pausaba, pero tampoco corría. Una mezcla perfecta para mí.
Carmen conoció a un chico en Sevilla y pasaba mucho tiempo allí, así que me invitó a irme a su casa unos meses, hasta que todo pasara. Yo acepté, pero cogí mi propio apartamento porque no quería estar cerca de ella y ponerla en peligro. Y allí comencé a ir a terapia. Iba dos veces a la semana porque tenía mucho que curar. Estuve casi quince días seguidos sin pegar ojo y llegué a caer enferma por ello. El miedo se apoderó de mí. Así que me lo tomé como una urgencia. Casi no hablaba y solo me preocupaba cuidar a la poca gente que tenía. Cuidar de que nadie les hiciera daño. Pero también tuve momentos en los que yo misma necesitaba alejarme de ellos, y lo necesitaba porque ya no confiaba en nadie, no podía hacerlo después de todo lo que había pasado en esos meses.
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Rosas en el mar
Fanfiction"La vida empieza cuando entiendes que mereces a una persona que resalte tu ternura y no tu instinto de supervivencia"