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— ¿Gaspar?

Al escuchar el timbre tan temprano, abrí la puerta casi sin mirar pensando que sería mi padre, pero aquellas dos figuras masculinas me sorprendieron.

— Hola, Fini – El hombre, como siempre tan intrusivo, me dio un abrazo. – Qué guapísima que estás, por favor. ¿Te acuerdas de Roberto?

— Sí, claro.

— Hola, Fina.

— Hola. Pasad. Mi padre no está, ha ido a por churros, pero no creo que tarde.

— Pues genial, lo esperamos aquí.

— ¿Qué hacéis por Madrid? Claudia me dijo que habíais abierto una empresa de jabones y que os va muy bien.

— Sí, ahí vamos, tirando. Y bueno, hemos venido por asuntos de trabajo y ya de paso a ver a tu padre porque nos hemos acordado de su cumple – A mi se me escapó una sonrisa. – Y también a mostraros todo nuestro apoyo, Fini.

— Gaspar, deja de llamarme, Fini, por favor te lo pido – Dije con los ojos cerrados intentando contener las ganas de pegarle un par de voces. – Y mostrarnos vuestro apoyo... ¿para qué?

— Hemos visto un video de tu prima María hablando de Marta. No sé como se atreve a aparecer por aquí después de todo.

— Bueno... eso...

— No vamos a dejarla que llegue aquí como si no hubiese hecho nada. Nosotros ni olvidamos, ni perdonamos.

— Realmente Marta no hizo nada, Gaspar.

— Fina, todos son la misma mierda, que no te engañe.

— No...

— Tu no te preocupes que nos vamos a ocupar de ella.

— Gaspar, de verdad que estáis equivocados. Dejadlo estar. 

— Bueno... – Volvió a hablar sin escucharme. – Ahora lo importante es que tu padre pase un día bonito ¿no crees?

— Sí.

— Le va a gustar mucho vernos, seguro.

— Seguro – Suspiré desesperada recordando lo difícil que era hablar con aquel señor y en ese momento escuché la puerta. – Mirad, ahí lo tenéis.

— ¡Pero bueno! ¿Y esta sorpresa? – Mi padre como siempre tan cumplido.

— Yo os dejo, chicos – Solté mientras me colocaba la riñonera. – Me alegro de veros.

— Mujer, quédate a desayunar con nosotros y luego nos das un paseo por Madrid o algo, que hace mucho que no nos vemos. – Aquel comentario mientras me recorría de arriba abajo con la mirada me dio un par de arcadas que tuve que disimular. – Estás cada día más guapa. Vaya partidazo de niña ¿eh, Isidro?

— Me tengo que ir. Luego te hablo, papá. – Dejé un beso en la mejilla y levanté la ceja para darle ánimos. Los iba a necesitar para aguantar tremenda visita.

— Adiós, hija.

— Adiós, princesa – Sin duda, Gaspar se coronó con su despedida. – Ten cuidadito por ahí.

Así que, intentando sacudir de mi hombro toda la caspa masculina que habían dejado aquellos dos viejos conocidos, fui camino al centro a hacer algunas cosas.

Mi primera parada fue el teatro, había caído en que se me había quedado un cabo suelto para la cena de ese día y tenía que solucionarlo.

Entré con prudencia, sintiendo una vez más que aquel lugar era demasiado para alguien como yo. Un lugar mágico, gigante, elegante y también excesivamente honesto.

Rosas en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora