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— Pues tú dirás.

Rompí el hielo de aquella situación tan tensa y desagradable que mi padre me obligó a presenciar. No tenía ningunas ganas de escuchar ni media palabra de lo que me pudiera decir esa mujer, pero era mejor quitármelo cuanto antes.

— ¿Quieres que me vaya, Marta? – Preguntó mi padre sin tenerme apenas en cuenta.

— No, Isidro. Voy a necesitar tu ayuda. Para mí no es fácil hablar de esto. Y es la segunda vez que lo hago hoy.

— Bueno... ¿vas a empezar de una vez?

— Fina, haz el favor de no ser tan desagradable. Marta está intentando hacer esto cómodo.

— Esto es el colmo – Bufé.

— Fina yo... yo quiero que me hagas todas las preguntas que necesites hacerme. No sabría como empezar a contarte todo.

— ¿Ahora te lo tengo que poner yo fácil a ti? ¿Encima?

— Por favor. Será más fácil para las dos.

— Marta, o hablas tú o yo me voy a la cama y dejo de perder el tiempo.

— Está bien. Intento resumir. Fina, yo no tenía ni idea de lo que mi familia estaba haciendo con la empresa. Me enteré de todo después de lo que ocurrió.

— Sí, claro... ¿Tú te crees que yo me chupo el dedo?

— Hija, te está diciendo la verdad. – Mi padre me miró con tristeza y yo en ese momento sentí como el estómago se me subía a la garganta. – Damián y sus hijos sabían que, si Marta se enteraba de eso, se negaría a aceptarlo y les arruinaría el negocio.

— Y aun así, cuando todo pasó, el peso del cierre de la empresa cayó sobre mí. Por suerte, no tuve que dar cuentas de nada porque yo ya no pertenecía a la junta de la empresa. Pero por desgracia, una no puede deshacerse del apellido con la misma facilidad que de unas acciones. Así que recibí tanto odio que tuve que marcharme poco después.

— ¿No te fuiste con ellos? – Pregunté mirando a mi padre y este negó. - ¿Con tu padre y tus hermanos?

— No. Yo me quedé un tiempo en Toledo para intentar solucionar las cosas, lo que pasa es que no te enteraste porque intenté no exponerme demasiado y tú solo estabas pendiente de tu padre, como era lo lógico. Pero estuve un tiempo recibiendo amenazas de los trabajadores casi a diario y por eso acabé marchándome poco después.

— ¿Cómo no me dijiste nada, papá?

— No me dejaste, Fina. Nunca me has dejado hablar del tema en profundidad. – Tragué saliva y le devolví la mirada a Marta, que estaba al borde del llanto. – Además, lo que tampoco sabes es que fue Marta la que pagó mi fianza, la licencia del taxi y nos abrió una cuenta para poder mantenernos, hija.

— Me sentí responsable, a pesar de no tener culpa. – Se explicó con la voz rota. – Pensaba en vosotros cada día, Fina.

— Todo el mundo se pensaba que tu estabas al tanto, Marta. – Dije desconcertada. – Incluso Digna y tus primos.

— Lo sé. Nadie quiso escucharme en su momento. Joaquín accedió a perdonarme cuando le ofrecí la posibilidad de trabajar en el teatro conmigo, pero hasta hoy no se han enterado de la verdad.

— ¿Y lo de ese hombre?

— Ese hombre... – En ese instante Isidro se acercó a ella y acarició cariñosamente su brazo. – Ese hombre era mi padre biológico. Él sabía todo el negocio de la droga y por eso mi familia lo mató.

— ¿Tu... tu padre?

— Sí. Me enteré de casualidad y lo conocí un año antes de que todo ocurriera. Él viajaba mucho y no pude disfrutarlo todo lo que me hubiese gustado, pero bueno... – Se terminó de quebrar y rompió a llorar, pero justo en ese momento se le dibujó una sonrisa tierna. – Me quedo con el consuelo de haberlo encontrado y que me hablara cosas de mi madre que nunca me contaron. Era un buen hombre, aunque es cierto que la sensación de que él nunca me buscara a mí también me hizo sentir muy mal. Es raro, pero bueno, no te quiero aburrir con mis cosas. Lo importante es que sepas que yo no tuve nada que ver.

Rosas en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora