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Recuerdo perfectamente la forma en la que me despertó aquel dolor de garganta tan desagradable, como si me estuvieran clavando agujas una a una y con mucha inquina. Los ojos me ardían y el pecho me pesaba más de la cuenta cada vez que intentaba respirar.

Parecía estar saliendo de un túnel oscuro con muchísima dificultad y tras mucho esfuerzo. Me dolía todo, pero también tuve la sensación de victoria, de haber vencido a algún monstruo gigante por el camino y me sentía satisfecha y a salvo.

— Hola – Un susurro me invitó a abrir los ojos muy lentamente y, aunque apenas veía quien me estaba hablando, esa forma que tenía de apretar mi mano me estaba dando la vida. – Marta ¿Me escuchas?

— Sí, hola. – Solté con dificultad el aire y terminé de abrir los ojos. – Fina.

— Sí, soy yo. – Pasó con suavidad sus dedos por mis parpados. – Cierra los ojos. La médica me ha dicho que no se habían dado cuenta de lo irritados que los tenías porque ya llegaste al hospital muy grave e inconsciente y no te los miraron. Pero dice que es normal, el humo te hizo mucho daño y se te han resecado en exceso, ahora vienen a limpiártelos bien.

— Me duelen, sí. Y la garganta.

— Es normal, has estado conectada a una máquina durante muchas horas ¿Quieres agua?

— Por favor. – Me incorporé bruscamente y ella me ayudó a beber sin soltarme la mano. – Gracias.

— No me las des.

— Gracias por no soltarme la mano, Fina. – Cogí aire de nuevo con mucha dificultad. – No tenías por qué estar aquí y...

— Y aquí estoy, haciéndole la pelota a mi jefa para que no se arrepienta de haberme seleccionado para su musical.

— El teatro... – Por un momento casi se me había olvidado porque estaba ahí, pero un dolor fuerte en el pecho me lo recordó. – Lo he perdido todo.

— No, ya verás como no. El seguro se hará cargo y aunque haya que esperar, retomaremos todo esto tarde o temprano.

— Vi como ardían las butacas, Fina.

— El fuego es muy escandaloso, pero mi padre me ha dicho que los bomberos llegaron enseguida así que seguro que tampoco ha quedado tan destrozado.

— No sé.

— Bueno, ahora solo tienes que pensar en que has salido de esta, Marta. No nos daban esperanzas de que despertaras y mírate.

— ¿Cómo me voy a mirar? Si no puedo abrir los ojos... – Intenté bromear y agarré con las dos manos la suya, que aun no me soltaba. – Mientras estaba en la UCI tuve un momento de lucidez, pero al respirar me dolía tanto todo y me sentía tan débil que solo pude echarme a llorar pensando que moriría sola. Y no es la primera vez que tengo esa sensación tan horrible, ya me ocurrió en Nueva york... – Hice una pausa para toser y recuperar el aliento. – El caso es que creo que esta vez he salido adelante porque he sentido un poco de calor. Es extraño...

— ¿El qué?

— Sé que he estado inconsciente, no recuerdo nada, pero estoy totalmente segura de que has estado aquí todo el tiempo, lo he sentido.

— Pues no sabes cuanto me alegra que me digas eso. A mí me parecía terrorífico dejarte sola después de todo lo que has pasado, Marta. Me daba igual que estuvieras inconsciente. En el fondo sabía que serviría para que al menos estuvieras tranquila. No soy para nada de la idea esa de que no se puede hacer nada por los enfermos. La compañía siempre es importante, siempre.

— Nunca pensé que serías tú esa compañía – Reí como pude. – Con lo que me odiabas...

— Bueno, tú no sabes si en realidad mi intención era solo desconectarte el respirador o ahogarte con la almohada y estoy aquí haciéndome la simpática.

Rosas en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora