El Dolor Silencioso

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La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas cerradas. Se había pasado la noche dando vueltas en la cama, incapaz de encontrar consuelo en el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de ellos besándose volvía a su mente, como una sombra que no podía escapar.

Se despertó con el cuerpo pesado, el dolor en su pecho no había disminuido en lo más mínimo. Todo su ser se sentía agotado, como si el peso de la traición lo hubiera drenado de toda su energía. Miró el reloj en la mesita de noche y se dio cuenta de que ya era tarde para ir al colegio. Pero la verdad era que no tenía intención de ir. No podía soportar la idea de enfrentarse a ella, ni a su mejor amigo, ni a los recuerdos que le asaltaban a cada instante.

El sonido de la puerta de su habitación abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Su madre entró, con una expresión preocupada en su rostro.

—Cariño, ¿estás bien? Es tarde, deberías estar listo para ir al colegio. —La preocupación en su voz era evidente.

Se incorporó en la cama, forzando una tos leve mientras se cubría con la manta.

—No me siento bien, mamá. Creo que estoy enfermo... —dijo, evitando mirarla a los ojos.

Su madre se acercó y le puso una mano en la frente, midiendo su temperatura con un gesto maternal. No encontró nada fuera de lo común, pero podía ver el cansancio en los ojos de su hijo.

—Parece que estás bien, pero si te sientes mal, deberías descansar. —Suspiró, todavía preocupada. —Tal vez solo sea un resfriado. Te dejaré en paz para que descanses un poco más.

Asintió, agradecido de que su madre no insistiera más. Cuando ella salió de la habitación, él se hundió nuevamente en la cama, sintiendo una punzada de culpa por mentirle. Pero la idea de enfrentar a todos, de verlos de nuevo, era más de lo que podía soportar en ese momento.

El día pasó lentamente. Afuera, los sonidos habituales del vecindario continuaban, pero dentro de su habitación, todo estaba en silencio. Intentó distraerse viendo videos en su teléfono, pero nada lograba apartar sus pensamientos de lo sucedido. La traición seguía pesando sobre él, como una herida que no dejaba de doler.

Cada vez que pensaba en ellos, una mezcla de ira, tristeza y desesperación lo envolvía. Se preguntaba cómo habían podido hacerle algo así, cómo dos personas en quienes había confiado tanto podían haberlo traicionado de esa manera. Pero más allá de la ira, lo que realmente lo destruía era el dolor. Un dolor profundo y constante que no parecía tener fin.

Al mediodía, su madre volvió a entrar en la habitación con una bandeja de comida.

—Te traje algo para que comas. Aunque estés enfermo, necesitas alimentarte —dijo, colocando la bandeja en la mesita al lado de la cama.

—Gracias, mamá —respondió en voz baja, esforzándose por sonreír.

—Si sigues sintiéndote mal mañana, tal vez deberíamos ir al médico —sugirió ella, con una preocupación aún más evidente.

—No creo que sea necesario. Solo necesito descansar un poco más —mintió, sin mirarla a los ojos.

Su madre lo miró por un momento, como si estuviera evaluando la situación. Sabía que algo estaba mal, pero no quería presionarlo. Sabía que su hijo siempre había sido reservado con sus emociones, y decidió darle espacio.

—Está bien. Pero si necesitas algo, solo tienes que pedírmelo —dijo finalmente, dándole un beso en la frente antes de salir de la habitación.

Una vez más, se quedó solo con sus pensamientos. El día se arrastró, cada hora más pesada que la anterior. Trató de dormir, pero el sueño seguía eludiéndolo. La imagen de ellos, juntos, era como una sombra persistente en su mente.

Y así, mientras el sol se ocultaba y la noche volvía a envolverlo, se dio cuenta de que no estaba seguro de cómo seguir adelante. La mentira a sus padres era solo un reflejo del caos interno que sentía, un intento de evitar enfrentar la realidad. Pero sabía que no podría esconderse para siempre. Eventualmente, tendría que enfrentar la verdad, por dolorosa que fuera.

Mientras la oscuridad llenaba la habitación, el dolor seguía allí, recordándole que aunque el mundo exterior continuaba como si nada hubiera pasado, su mundo interior estaba destrozado.

El Síndrome del Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora