La Carga del Silencio

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Ethan pasó la noche en un estado de inquietud constante. Después de la confrontación silenciosa con Chloe, se retiró a su habitación, pero el sueño no llegó. Los recuerdos del día se repetían en su mente como una película rota, sin final. Se levantó varias veces, caminando de un lado a otro en su habitación, sintiendo el peso del dolor en su pecho.

Cuando finalmente el cansancio lo venció, apenas durmió unas pocas horas. Se despertó con los primeros rayos del sol, sintiéndose agotado, pero decidido. No podía seguir huyendo de la realidad. Se miró al espejo y apenas reconoció al chico que lo devolvía la mirada. Había algo en sus ojos que había cambiado, una frialdad que no podía sacudirse.

Ethan se vistió con una calma meticulosa, como si cada movimiento lo ayudara a recuperar un poco de control sobre su vida. Bajó las escaleras, y al pasar por la cocina, se encontró con su madre.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo te sientes hoy? —preguntó ella, con la preocupación evidente en su voz.

—Estoy bien, mamá —respondió Ethan, esforzándose por sonar convincente—. Creo que ayer solo fue un mal día.

Su madre lo observó detenidamente, buscando alguna señal de que algo andaba mal, pero él mantuvo su expresión neutral. No podía dejar que ella supiera lo que realmente estaba pasando. No estaba listo para enfrentar esas preguntas, ni para revivir el dolor a través de las palabras.

—Me alegra que estés mejor —dijo su madre, sonriendo con un alivio que a Ethan le pesó como una losa—. Si necesitas hablar de algo, estoy aquí para escucharte, ¿vale?

—Lo sé, mamá. Gracias.

Con un asentimiento, Ethan salió de la cocina, agarró su mochila y se dirigió a la puerta. Cada paso hacia la escuela se sentía como un esfuerzo monumental, pero sabía que no podía evitarlo para siempre. Al llegar, el bullicio de los estudiantes y el ajetreo matutino lo envolvieron, pero se sintió desconectado de todo, como si estuviera viendo el mundo desde fuera.

Entró en su aula y se dirigió directamente a su asiento, ignorando las miradas curiosas que algunos de sus compañeros le dirigían. No tenía energía para conversaciones, ni siquiera las triviales. Solo quería pasar el día sin pensar demasiado.

Chloe llegó poco después. Ethan sintió su presencia antes de verla, como un peso en su corazón. Cuando finalmente levantó la vista y la vio entrar al aula, sus miradas se cruzaron por un breve instante. En ese segundo, Chloe pareció vacilar, como si quisiera acercarse, decir algo, pero sus pies no se movieron. La distancia entre ellos parecía insuperable, y ella terminó por desviarse hacia su asiento sin decir una palabra.

Ethan sintió un dolor agudo en el pecho al verla. Quería odiarla, pero no podía. Lo único que sentía era una profunda tristeza, una desesperación que no podía expresar. Todo en lo que había creído se había desmoronado, y ahora, frente a ella, la persona que había sido su todo, no podía encontrar ni una palabra para decir.

Las horas pasaron lentamente, cada una de ellas marcada por el silencio entre ambos. Chloe lo miraba de reojo, buscando una oportunidad para acercarse, pero cada vez que lo intentaba, algo en la expresión de Ethan la detenía. No podía enfrentarse a ese dolor que había causado, al menos no todavía.

Cuando sonó el timbre final, Ethan recogió sus cosas y salió del aula antes de que alguien pudiera detenerlo. Necesitaba escapar, aunque fuera solo un poco, del peso de sus emociones. Al llegar a casa, se dejó caer en el sofá del porche, mirando la calle vacía frente a él. El aire fresco de la tarde no lograba aliviar el nudo en su pecho.

Mientras estaba allí, perdido en sus pensamientos, vio cómo Aiden llegaba a la casa de Chloe una vez más. La rabia que había mantenido bajo control durante todo el día volvió a brotar, pero esta vez no pudo contenerla. Sin embargo, no se movió. Se quedó sentado, mirando cómo Aiden entraba en la casa de Chloe, como si no hubiera pasado nada.

Unos minutos después, la puerta de la casa se abrió y Chloe salió corriendo hacia Aiden, claramente alterada.

—¿Qué haces aquí? ¡Te dije que no quiero verte más! —gritó Chloe, su voz temblando por la mezcla de ira y dolor.

Aiden trató de hablar, pero Chloe lo interrumpió.

—¡No me importa lo que quieras decir! Todo está arruinado por tu culpa. ¡Vete!

Aiden, con el rostro pálido, miró a Chloe por un momento, y luego asintió lentamente. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se alejó.

Chloe, respirando pesadamente, se quedó en la puerta, y cuando levantó la vista, vio a Ethan sentado en el porche de su casa. Sus miradas se encontraron una vez más, pero esta vez, Chloe no intentó acercarse. Sabía que ya no podía.

Ethan, con los ojos llenos de una tristeza impenetrable, se levantó y entró en su casa sin decir nada, cerrando la puerta detrás de él. Chloe se quedó mirando la puerta cerrada, sintiendo que con cada paso que daba, Ethan se alejaba más de ella.

El Síndrome del Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora