El amanecer trajo consigo una sensación de vacío. Después de una noche en vela, él se levantó de la cama, agotado tanto física como emocionalmente. Sabía que no podía seguir escondiéndose en su habitación, evitando el mundo exterior. Aunque su corazón estaba hecho pedazos, decidió que era hora de enfrentarse a la realidad, aunque fuera con una máscara de indiferencia.Se dirigió al baño y se miró en el espejo. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos por las lágrimas que había derramado, pero se obligó a lavarse la cara, intentando borrar cualquier rastro de su sufrimiento. Se vistió con ropa sencilla y salió de su habitación sin decir una palabra, sintiendo como si su cuerpo se moviera en piloto automático.
Bajó las escaleras y encontró a su madre en la cocina, preparando el desayuno. Ella levantó la vista y lo miró con una mezcla de sorpresa y alivio.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella, con un tono esperanzador.
Él asintió, sin mirarla directamente a los ojos.
—Sí, solo fue un malestar pasajero —respondió con frialdad, mientras cogía una tostada de la mesa.
Su madre lo observó por un momento más, notando la distancia en su comportamiento, pero decidió no insistir. Sabía que su hijo era reservado y que, si necesitaba espacio, era mejor dárselo.
—Cuídate hoy, ¿de acuerdo? —dijo suavemente, mientras él tomaba su mochila y se dirigía a la puerta.
—Lo haré —murmuró, sin detenerse.
El camino hacia el colegio fue un borrón. No sentía nada, ni el frío de la mañana ni la presión habitual de los estudios. Todo le parecía distante, como si estuviera observando su vida desde fuera de su propio cuerpo.
Cuando llegó al colegio, se dirigió directamente a su aula. El bullicio de los estudiantes le resultaba insoportable, pero mantenía una expresión impasible, como si nada de lo que sucedía a su alrededor le afectara. Al entrar en el aula, se sentó en su lugar habitual, sacó sus libros y comenzó a preparar las cosas para la primera clase. Cada movimiento era metódico, casi mecánico, como si estuviera siguiendo un guion que había memorizado a la perfección.
Unos minutos después, ella entró en el aula. Su corazón se aceleró al verlo allí, pero también se llenó de temor. Había estado practicando lo que quería decirle, cómo quería disculparse, cómo quería explicarle lo que había pasado. Pero ahora, al verlo tan frío y distante, toda su valentía se desvaneció.
Se quedó parada en la entrada por un momento, sus ojos fijos en él. Lo vio tan tranquilo, como si no hubiera pasado nada, como si ella ya no significara nada. Ese pensamiento la llenó de un miedo paralizante. Quería acercarse, hablarle, explicarle todo lo que había estado sintiendo, pero las palabras se atragantaron en su garganta. Su corazón latía con fuerza, pero sus pies parecían pegados al suelo.
Finalmente, decidió caminar hacia su asiento, que estaba en la misma fila, pero unas sillas más atrás. Cada paso se sentía pesado, como si estuviera caminando sobre vidrios rotos. Sabía que debía decir algo, cualquier cosa, pero no podía. Lo único que hacía era mirarlo desde la distancia, esperando que él le diera alguna señal de que todo podía arreglarse, pero no hubo ninguna.
Él, por su parte, no levantó la vista ni una sola vez. Mantuvo su atención en los libros frente a él, sus ojos recorriendo las páginas sin realmente leerlas. Sabía que ella estaba allí, podía sentir su presencia, pero se negaba a mirarla. El dolor aún era demasiado fresco, demasiado crudo, y cualquier interacción con ella solo lo haría más real. Así que se encerró en sí mismo, levantando un muro de hielo entre ellos que, aunque invisible, era impenetrable.
La clase comenzó, pero para ella fue imposible concentrarse. Cada tanto, levantaba la vista para mirarlo, esperando un destello de la persona que había conocido, la persona que había amado. Pero él seguía frío, distante, como si ya no quedara nada de lo que habían compartido.
El día transcurrió lentamente, cada minuto más pesado que el anterior. Ella deseaba encontrar el valor para hablarle, para romper ese silencio que se estaba volviendo insoportable. Pero cada vez que lo intentaba, algo dentro de ella la detenía. Temía que cualquier palabra suya solo empeorara las cosas.
Y así, con el corazón lleno de dudas y temores, ella pasó el día observándolo desde la distancia, sin atreverse a cruzar el abismo que se había abierto entre ellos. Mientras tanto, él seguía encerrado en su dolor, decidido a no dejar que nadie, ni siquiera ella, viera cuán profundo era su sufrimiento.
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El Síndrome del Amor
Short StoryEthan y Chloe han sido vecinos y novios desde que eran niños. Lo que comenzó como un amor inocente, creció y se fortaleció con los años, hasta convertirse en una relación aparentemente inquebrantable. Juntos, han compartido sus sueños, sus secretos...