Yo te cuido.

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Todas las tardes como a las 5 tenía que estar pendiente porque al escuchar la bocina del carro sonar era la señal de que debía ayudar a Diego a desinfectarse.

Diego: ya metí la ropa al depósito de la ropa sucia, pero no encuentro el cambio de ropa limpia.

Elizabeth: es que lo olvide -me quedo embobada viendo su torso- estuve ocupada todo el día.

Diego: ¿me la das o me seguirás viendo? -alza una ceja- a mí no me molesta andar solo en ropa interior por la casa.

Elizabeth: ¡estás loco! -le aviento la ropa- dame tu bolsón, desinfectare tus cosas.

La enfermedad aun no desaparecía, pero los trabajos no podían esperar más y habían retomado sus actividades, aunque de una manera progresiva y con ciertas limitaciones.

Elizabeth: descansaras el fin de semana ¿cierto?

Diego: no puedo, aún tengo trabajo pendiente.

Elizabeth: ¡te dije que hablaras con tu jefe y le pidieras que te dejara en casa! -grito molesta- nunca me haces caso a lo que digo.

Diego: vamos pequeña -me pica con su dedo en mis costillas- no te enojes, sabes que a los jóvenes nos afecta menos esta enfermedad, por eso no se pueden arriesgar en hacer ir a los mayores.

Elizabeth: ¡pues que se jubilen los dinosaurios!

Me levanto para ir por una manzana, me molestaba mucho que Diego se estuviera arriesgando en ir a trabajar.

Diego: ¿Por qué te molesta tanto?

Elizabeth: no es nada ya déjalo -ruedo los ojos- me voy a dormir.

Diego: pero no hemos cenado aún.

No deseaba seguir con la conversación, ya se lo había dicho muchas veces de buena manera y nunca me tomo enserio.

Ya no me importa que haga, que se quede a dormir en el trabajo si quiere.

Quería estar sola con mis pensamientos para relajarme, pero me fue imposible ya que al parecer a mi hermano no se le daba bien el hecho de respetar mi espacio y decidió entrar a mi cuarto sin si quiera tocar la puerta.

Elizabeth: ¡vete! -le tiro las almohadas de la cama- déjame sola, de todas maneras, no te importo.

Diego se acercó a mí a pesar de seguirle tirando todo lo que encontraba a mi paso, al llegar a mi rápidamente agarro mis brazos y los paso por su costado y me abrazo, impidiendo que me moviera.

Elizabeth: ¡suéltame! -forcejeo para soltarme en vano- aléjate.

Diego: nunca te dejare, dime que pasa.

Elizabeth: de nada sirve hablar contigo, yo me preocupo por ti y no te importa.

Diego: claro que me importa.

Elizabeth: ¡no! No lo haces. Si de verdad te importara no irías a trabajar, te arriesgas mucho ¡y la que te va perder soy yo! No tengo a nadie más en la vida y no quiero que nada te pase, odio la idea de que tengas que exponerte al peligro de enfermarte y que se te complique, no me importan las demás personas, solo quiero que tu estés bien.

Finalmente había dicho mis verdaderos sentimientos con respecto al trabajo de Diego, en cuestión de segundos pase del enojo al llanto, lloraba de la impotencia de no poder hacer nada por cuidarlo más y por seguir reclamando como si fuera una niña pequeña.

Diego: lo siento mucho, no lo había pensado de esa manera, mañana hablare con -tose- mi jefe.

Elizabeth: ¿te sientes bien?

Dispuestos A Cruzar Los Límites.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora