Eran las siete de la tarde cuando llegó al mundo el nuevo miembro de la familia Vázquez. Un precioso niño que fue motivo de alegría y felicidad para sus padres y para la familia. Todos cuantos allí se hallaban congregados, estaban pendientes de Marta y de la criatura. Carlos recibió por vez primera a su hijo en sus brazos, emocionado y con las manos temblorosas le dio un tierno beso en la frente y lo puso en los brazos de la abuela. Era un crío encantador, que para algunos, se parecía más al padre que a la madre. Opinión bien distinta era la de la abuela, para quien, por razones inexplicables opinaba que el niño se parecía a un primo de la familia a quien nadie, excepto ella, había conocido. Y no hacía más que insistir en que el de aquel ignoto pariente, era el nombre que debían ponerle al niño… ¡Era pura broma!
En la tarde del miércoles, organizaron un pequeño banquete que se prolongó hasta las doce de la noche, para dar la bienvenida al nuevo miembro de la familia, el que pusieron de nombre “Carlitos”. Muchos amigos y conocidos de la familia acudieron al encuentro. La casa estaba repleta de gente a quienes, para su infortunio, Jota no conocía a nadie, lo que hacía que se encontrase fuera de lugar. Además, no tenía el menor interés en entablar conversación ni con las amistades de su padre ni con amigas de Marta. Cada trago que llevaba a su boca, le alejaba más y más de su presente. Hacía tan solo días que había conocido a una joven en el gallinero a quien suspiraba por volver a ver. Tanto que con frecuencia volvía allí, con la secreta esperanza de encontrarse de nuevo con ella. Hasta había madrugado para asomarse por la ventana por si se la veía pasar frente a la casa. Pero en vano. Este sentimiento le oprimía, y cuanto más tiempo pasaba menos era capaz de soportarlo. No olvidaba ningún detalle de aquella joven de la que necesitaba volver a ver. Aquella chica de mirada tímida a la vez que ardiente y rebosante de inocencia; con una boquita adornada de dulces labios y cómo no, aquella chica de voz fina, cuyas palabras retumbaban en su cabeza una y otra vez. Aquella chica, cuyos encantos se sentía profundamente atraído.
Inmerso en estos pensamientos Jota se sentó en el sillón y bebió de un trago el resquicio de coñac que aún restaba en su copa. Observaba a una pareja que bailaba tiernamente al ritmo de una suave melodía de jazz, mientras su imaginación lo trasladaba hasta el gallinero, donde era él quien bailaba con aquella chica de piel aterciopelada, susurrándole al oído lo hermosa que era.
–Hermano. Hermano –llamaba Carlos a Jota.
La voz de Carlos le arrancó de su imaginación.
–¡Hey, oye! –insistió Carlos, consiguiendo por fin atraer la atención de Jota–. ¿Qué te pasa macho? ¿Qué haces tan apartado? –le dijo al tiempo que tomaba asiento a su lado. Carlos cogió la botella de Burbon que se hallaba sobre la mesa y se sirvió en un vaso y haciendo lo mismo después con otro que puso en la mano de Jota.
–Creo que me voy a la cama, estoy cansado –dijo Jota después de dar un sorbo a su copa.
–Claro está que estas no son las fiestas a las que estás acostumbrado –dijo Carlos levantándose al tiempo que Jota se ponía de pie–. Pareces más desanimado que cansado.
Carlos rodeó cariñosamente con su brazo el cuello de Jota, deteniéndole.
–La noche es joven y sé cómo animarte. He quedado con unos amigos para seguir con la celebración fuera de aquí. Te voy a llevar a un sitio que va hacer que se te quiten las ganas de dormir. Ya verás –decía Calos mientras avanzaban entre la gente sorteando el paso.
–Bueno. Me voy contigo porque seguro que tú no podrás conducir –dijo Jota a su hermano mirándolo de reojo y mientras ambos desaparecían tras la puerta.
El guateque se celebraba a dos kilómetro de la finca. El local ahora era totalmente diferente, lleno de blancos españoles, algunos de otras nacionalidades, y de jóvenes nativos. El ambiente estaba con música a tope, parejas bailando alegremente y grupos de jóvenes departiendo amenamente alrededor de las mesas, mientras bebían. Y no eran pocos quienes fumaban exhalando el humo de sus cigarros entre trago y trago de coñac. También, en los rincones más apartados, había parejitas que aprovechaban el momento para mantener los más íntimos encuentros que se les estaba vedado a lo largo del día. A pesar de que el lugar fuese diferente a cuantos hasta entonces había conocido, Jota se consoló pensando en que la cerveza que allí se bebía sabía igual y que, además, estaba con la mejor compañía que podía contar: su hermano Carlos, que lo controlaba todo y hacía todo lo posible para que se sintiera bien, en su nueva vida.
Eran las dos y media de la madrugada y la diversión continuaba. Jota se había adaptado perfectamente al ambiente del guateque, de vez en cuando algunas de las bonitas chicas del grupo, lo sacaba a bailar. Pero su falta de coordinación en los pasos le hacía pasar malos ratos con su pareja de baile. La llegada de su hermano le resultó providencial, pues en vez de diversión, el descoordinado movimiento rítmico de sus cuerpos, le empezaba a resultar agotador. Carlos se le acercó acompañado de una chica guineana. La complicidad que se manifestaba entre ellos era evidente: besos, abrazos y tocamientos sensuales. Jota pensaba entonces en su cuñada Marta y en lo mucho que le afectaría si supiera del improcedente comportamiento de su marido. Pero se aferró a la consigna de que “lo que sucede en los bares, se queda en los bares”.
–Hermano: quiero presentarte a una amiga. Se llama Cecilia. Ceci, este es mi hermanito Jota –dijo Carlos una vez llegado a donde se encontraba Jota.
–Encantado –dijo Jota estrechando su mano a la tal Cecilia.
–Igualmente guapo –respondió ella correspondiéndole a su vez con dos besos en sus mejillas. Y a continuación se quedó obsequiándole con una seductora mirada.
–Ceci. Seguramente tendrás alguna amiga para mi hermano ¿verdad encanto? Tú sabes que la casa siempre paga bien –dijo Carlos al tiempo que rodeaba con sus brazos la cadera de su amiga y besaba su desnudo y hermoso cuello.
–Claro, hermoso –dijo Ceci sonriente en respuesta a sus caricias–. En seguida una de las chicas le atenderá.
–No hace falta ya tengo a… –Jota se calló al percatarse de que la chica con la que había estado bailando se había esfumado sin decirle nada–. Bueno, no importa. Vosotros seguid que yo estoy bien.
–¿No te importa que te abandonemos unos minutos? En seguida estoy contigo hermanito –le dijo Carlos al tiempo que golpeaba su hombro en signo de complicidad.
Jota se sentó alrededor de una mesa en donde unos amigos charlaban y bebían cervezas. De sobras sabía lo que su hermano iba a hacer con su amiguita, cuya profesión siempre se ha dicho que es la más antigua del mundo. Por unos segundos se quedó pensativo, luego cogió de su botella y bebió del tirón de ella. Alguien puso ante él una botella de cerveza de la que se apresuró a beber, aunque sin entusiasmo. De repente, el rostro de una muchacha que pasó fugazmente a su lado, le resultó familiar. Dejó la cerveza sobre la mesa y se levantó, dispuesto a seguirla. Sí era ella. La muchacha a quien no podía quitar de sus pensamientos, la joven en quien soñaba día y noche y cuyo rostro había quedado grabado en su mente. Sin embargo, ella era la última persona a quien esperaba ver en ese lugar. Por lo tanto, se puso a seguir sus pasos manteniendo la duda si de verdad la había visto o había sido espejismo, producto del alcohol.
Kaque se encontraba entre la multitud charlando con otra chica mientras, Jota se acercaba hasta ella, entre empujones de jóvenes borrachos que apenas sí deparaban en su presencia. Jota la observaba sin perderla de vista ni en un instante, hasta que la vio abandonar el lugar y dirigirse a una caseta de feria próxima. La veía a tan solo unos metros sin que ella se percatase de su presencia. El camarero que atendía a Kaque, mostraba su agrado por la presencia de la joven. Y tras unos segundos de indecisión, Jota tomó fuerzas y se armó de coraje, dispuesto a decirle lo primero que se lo ocurriría. Pero los nervios jugaban en su contra. Cuando Jota llegó a la altura de Kaque, contuvo la respiración. Se sentó en uno de los taburetes altos que estaban a su lado. Y Kaque, intuyendo la presencia de alguien, se giró y sus miradas se encontraron. Ella lo miró con fingida indiferencia, mientras él esbozó una sonrisa de alivio, feliz por encontrarse finalmente con la mujer que le tenía fascinado.
–¡Hola! No esperaba encontrarte. Este es mejor lugar que el gallinero –dijo Jota, en contra de manifestar sus sentimientos intentó mostrarse sereno ante Kaque, aunque sin fortuna.
Kaque, que se dio cuenta de la agitación de Jota ante el inesperado encuentro, permanecía frente a él, mirándolo con atención, pero como si no lo conociera de nada.
–Hola. Soy Jota, no sé si te acuerdas de mí –volvió a retomar Jota su monólogo, desesperado por la nula atención que Kaque parecía demostrarle.
–Lo siento, no me acuerdo –susurró ella.
Mintió, bien se acordaba.
–Si no te importa me voy –dijo Kaque levantándose de su asiento.
–¡Espera! –le dijo alterado Jota, mientras la cogía de la muñeca–. ¿Estás ignorándome? No sabía que te cayera mal –dijo desconcertado al tiempo que soltaba la mano de ella–. Discúlpame si te he hecho sentir incomoda. Permíteme invitarte a tomar algo –dijo en un tono más sosegado aunque pesaroso y sin dejar de mirarla a los ojos. Jota sonrió a Kaque para demostrarle que sus intenciones eran buenas.
–Ya ¿Y después de tomar algo, qué? –preguntó desabrida y sin ambages, Kaque–. ¿Te has creído que soy una de estas mujeres a las que puedes invitar y luego hacer lo que a ti te da la gana? Lo siento pero pierdes el tiempo conmigo –le lanzó una mirada despectiva y se marchó del lugar.
Jota se quedó abatido, viendo cómo Kaque desaparecía entre la multitud. Necesitando expresar a alguien su decepción, se dirigió al camarero, que había estado muy atento a la discusión.
–No entiendo por qué se pone así. Yo solo pretendía invitarla –dijo Jota con voz contrariada al camarero, sorprendido de que aquel blanco se dirigiera a él con tan aparente familiaridad. Pero ya que se había sincerado con él, el camarero le respondió a Jota correspondiendo a su confianza:
–Lo siento macho, pero esa mujer es una yegua indomable.
–¿No creerá que yo solo quería…? –preguntó Jota al camarero, quien en contra de lo que hubiera esperado asintió con la cabeza–. ¿Quéee…? ¡No! –dijo con una indignación en la frente.
Jota tuvo el tiempo justo de reaccionar, al percatar de la impresión errónea que había provocado en Kaque y salió corriendo en su búsqueda para aclarar el malentendido. Caminando a prisas, jadeando, tomó la senda por la que la vio desaparecer. Hasta que tras recorrer una distancia considerable, vislumbró una sombra con la inconfundible figura de Kaque y aumentó la velocidad de sus pasos para llegar hasta ella.
Kaque desconocedora de que Jota la seguía, solo pensaba en llegar a casa y olvidar todo cuanto había sucedido. Para ella aquel día parecía interminable y deseaba descansar de una vez. Caminaba pensativa, con la mirada fija en el suelo, cuando de repente tres hombres se interpusieron en su camino impidiéndole avanzar. A penas se dio cuenta, cuando los tres hombres ya la habían rodeado, dedicándole palabras obscenas. Asustada, su primera reacción fue la de avanzar, como si ellos no estuvieran allí. Pero la realidad era bien distinta. Pronto aquellos hombres estrecharon el cerco sobre ella acorralándole de manera tan angosta, que podía sentir el apestoso aliento alcohol que salía de sus bocas. Lo único que Kaque podía hacer era gritar en busca de ayuda. En ese momento, uno de los hombres tapó su boca con sus sudorosas manos, mientras los otros dos la agarraban de brazos y piernas para apartarla del camino, por el cual nadie pasaba entonces.
Salvajinamente, mientras Kaque trataba inútilmente de oponer resistencia, rasgaron su vestido y lo arrancaron de su cuerpo. Pero cuando Kaque ya había hecho la idea de que ya nada podía hacer para evitar la brutal agresión a la que estaba a punto de ser sometida por aquellos tres criminales, aparecieron unas luces que parecían provenir de los faros de un coche. Efectivamente, el motor del vehículo paró y se abrió la portezuela de la que, corriendo, salió Jota.
–Dejadla en paz –gritó amenazante, Jota.
–Vuelve a tu coche blanquito, si no quieres tener problemas –dijo uno de los bandidos tratando de intimidar a Jota.
–Si le vuelves a poner la mano encima, tú sí que vas a tener problemas, negrito –respondió Jota en el mismo tono, mientras hacía un gesto a Kaque con la mano para que se acercara hasta él.
–¡Vaya! Pero si tenemos aquí a un blanquito valiente –dijo uno mientras los otros dos avanzaban a su espalda –¿Y sabes qué hacemos últimamente por aquí con los blancos que se meten en asuntos que no les incumben?
Kaque consiguió ponerse de pie, sollozando al tiempo que trataba de colocarse su vestido convertido en jirones. Trató de correr hacia donde estaba Jota pero uno de los bandidos se lo impidió.
–Te he dicho que no la toques, bastardo –dijo Jota, abalanzándose sobre aquella ruina humana, al tiempo que lograba propinarle un puñetazo en la nariz. Pero la victoria de Jota fue efímera. Al instante, sus otros dos compañeros reaccionaron y comenzaron una inmisericorde paliza a Jota, que pronto quedó inmóvil, en el suelo.
Ahora, totalmente indefenso y desprotegido, Kaque comenzó a gritar desesperadamente, implorando a los agresores que dejaran de golpear a Jota. Asustados a su vez de que los gritos de Kaque pudieran alertar a otras personas de la situación, los asaltantes optaron por abandonar el lugar, llevando en brazos al que Jota había conseguido noquear, y que sangraba abundantemente por la nariz. Pero Jota, que permanecía semiconsciente en el suelo, era quien había salido verdaderamente mal parado en aquella pelea que tan difícilmente había librado en defensa de la dignidad e integridad de Kaque.
Con el cuerpo tembloroso y llorando desconsoladamente Kaque se acercó hasta Jota temiendo lo peor.
–Lo siento mucho. Mira cómo te han dejado –dijo ella entre sollozos.
–Tranquila. ¿Y tú estás bien, te han hecho daño? –Preguntó Jota.
–No. Estoy perfectamente. No tenías por qué ayudarme –contestó Kaque.
–¿Y dejar que te hicieran daño? Antes hubiera preferido que me matasen –respondió jadeando, Jota.
Kaque lo ayudó a ponerse en pie. Dado el estado de gravedad en el que se encontraba Jota no podía conducir, pues siquiera acertaba a sostenerse en pie de no ser por la ayuda de Kaque. Así apoyado sobre los hombros de ella, caminaron juntos bajo una fina lluvia que empezó a caer en aquella madrugada.
Para no causar más problemas, Kaque decidió llevar a Jota hasta la cabaña en la que descansaban los campesinos cuando venían de trabajar en la finca, aun a sabiendas de que no reunía muchas condiciones de comodidad. Dejó a Jota tumbado boca arriba sobre la paja y fue en busca de un ungüento que tenía escondido entre los sacos de café; sacó del último un envuelto y volvió con Jota, quien no dejaba de observarla en silencio, al tiempo que respiraba de una manera que le parecía angustiosa, por cuanto se daba cuenta de que sus pulmones podrían haber sido dañados por los fuertes golpes que había recibido.
–Tranquilo, te pondrás bien –dijo Kaque, recostando la cabeza de Jota sobre sus piernas. Arrancó un pedazo de tela de su falda y la mojó con agua de un jarro. Kaque se esmeraba en limpiar la sangre que bañaba el rostro de Jota, con delicadeza. Desabrochó después con dulzura los botones de su camisa para limpiar también las heridas de su pecho, en el que había grandes moratones.
–Me llamo Jota. Siento el malentendido de antes –dijo al fin Jota, con dificultad.
–Lo sé –dijo ella al tiempo que Jota la miraba sorprendido de que además, supiera su nombre después de todo–. Este es un pueblo pequeño, aquí todo se sabe –se justificó, obsequiándole una tierna mirada que disimuló perfectamente volviendo a concentrarse en limpiar sus heridas. Jota cerraba los ojos, acuciado por el intenso dolor que le atenazaba. Y a continuación, un sereno silencio se adueñó de la estancia en la que se encontraban.
–Lo haces como si llevaras toda la vida dedicándote al cuidado de los demás.
Con estas palabras, Jota pretendía además que Kaque quisiera entablar una conversación relajada con él.
–Mi madre me enseñó de pequeña –dijo ella evitando mirarle a los ojos.
En seguida, Kaque cogió el tarro del envuelto y lo abrió, untó con los dedos de crema y después fue deslizándolos suavemente sobre el abdomen de Jota hasta el pecho para que la crema llegase a todos los poros de su piel.
–Ha sido muy descabellado lo que has hecho. ¿Sabes lo que supone enfrentarte con este tipo personas? –le dijo Kaque, esta vez sí mirando directamente a los ojos de Jota con rictus de enfado en su cara.
–¿Y sabes tú lo que se supone para mí que te hagan daño? –le preguntó Jota. Kaque lo miró en silencio intentando encontrar la respuesta en la expresión de sus ojos.
–Fuesen cuales fuesen tus razones, no tenías por qué meterte en donde no te llaman –le recriminó ella, fingiendo no haber oído sus palabras.
–¿Bromeas? Esos malnacidos iban a violarte y yo no lo podía permitir –respondió Jota al tiempo que dejaba llevar su mirada siguiendo los delicados movimientos de Kaque mientras le curaba.
–No es asunto tuyo –insistió Kaque con tono más elevado. Con determinación, volvió a arrancar otro pedazo de su falda y lo colocó a modo de venda, rodeando el abdomen de Jota–. Escucha –susurró–. Tú no lo entiendes. Si un blanco viola a una mujer negra es un delito, pero si es violada por un paisano no supone ningún problema. Las cosas aquí son así –dijo Kaque con resignación. A continuación tragó saliva y lo miró detenidamente durante unos segundos, luego de poner a un lado las sobras del ungüento que había usado–. Gracias por salvarme. Podrían haberte matado por mi culpa –dijo Kaque mientras, tras haber hecho la cura, abrochaba el último botón de la camisa de Jota. Cuando quiso darse cuenta, se sorprendió a sí misma fijándose en el magullado rostro de Jota, con los ojos llorosos por una emoción que no estaba segura de comprender bien.
Jota la contempló. Kaque estaba desolada. Precisaba de algo tan simple como un abrazo. Pero vistas las diferencias entre ellos, aquel necesario abrazo se desvanecía en la oscuridad de los prejuicios. Jota se mostraba ante Kaque como un niño. Temía en emprender una acción que la atemorizara. Tragó saliva con dificultad y luego le acarició la mejilla, limpiando las lágrimas que como dos hilillos, bajaban desde sus párpados hasta sus lindos labios. Se fijó en sus ojos, aquellos ojos cafés que tanto anhelaba contemplar de nuevo; y cómo no, su hermosura omnisciente, desde sus preciosos pies hasta el último de los cabellos de su hermoso pelo. Kaque posó su mano sobre la de Jota que acariciaba su rostro, cerró unos segundos los ojos para sentir el roce y tranquilizar su alma. Después de abrir los ojos, se acercó a él lentamente hasta tumbarse a su lado. Suspiró hondo y cerrados sus ojitos, le dijo murmurando:
–Abrázame.
Jota rodeó con sus brazos la espalda de Kaque, acariciándola con un leve masaje lleno de ternura. De entre todos los resort en los que había estado a lo largo de su vida, aquella humilde cabaña era sin duda para él la más lujosa y confortable. De hecho, no sabía si por la cura que le había hecho Kaque o por aquel abrazo mágico comprobó que había dejado de sentir dolor. Y una paz y felicidad inexplicables, anidaban ahora en él.
Eran diferentes: Blanco Jota y negra Kaque, pero su unión les había trasladado a un tiempo futuro en el que se habían roto las cadenas de la diferencia. Aunque ninguno sabía explicar lo que sentía por miedo a no ser correspondido por el otro; aquel mágico abrazo lo había dicho todo a los dos. Era como si ellos, dos polos opuestos, se hubieran poderosamente atraídos provocando en su interior una mágica explosión de emociones. Ambos encontraron en el otro un refugio del que se sentían a gusto.
Al día siguiente permanecían juntos, rebosantes de serena felicidad. Estuvieron juntos hasta el amanecer, y con los primeros rayos del alba emprendieron el camino de vuelta. Jota, quien recién estaba en el territorio necesitaba de la guía de Kaque para dominar las calles y sus esquinas. Habían pasado la noche acurrucados impregnados sus cuerpos el uno del aroma del otro. Tan unidos que sus respiraciones se habían sincronizado, al tiempo que sus corazones latían al unísono. En sus miradas se reflejaba todavía la satisfacción que suponía haber vivido aquello.
La barrera de las diferencias que les separaban había desaparecido, y entre ellos solo quedaban miradas y sonrisas de complicidad, de confidencias, de intriga. Durante el trayecto guardaron las distancias para evitar llamar la atención de los campesinos que se dirigían a sus quehaceres. Pero en vano, ya que levantaban sospechas el hecho de verlos juntos a unas horas tan poco prudentes, ya era revelador. Si algo hacían aquellas fuentes era mirarles por el rabillo del ojo con disimulo. Hay que tener en cuenta que aquel momento, crucial, los españoles ya causaban cierto rechazo en la sociedad y todo nativo que aparentemente tenía relación con alguno de ellos era criticado y considerado “traidor o traidora”. Y aunque conocedora de la situación, Kaque ignoró aquellas miradas y siguió el camino acompañada de Jota hasta llegar a tan solo unos metros de la finca de los señores Vázquez.
–Tu casa está a la vuelta de la esquina –dijo Kaque haciendo un alto en el camino. Jota se dio cuenta de que llegaba el momento de la separación y se acercó a ella.
–Gracias por todo –dijo Jota. La tomó de la mano y depósito un tierno beso sobre ella, a lo que respondió Kaque con una risa leve, pitorreándose de aquel gesto caballeroso. A continuación Jota le sorprendió con otro besó en la frente, y se quedaron en silencio dedicándose miradas entrañables.
–Gracias a ti por salvarme la vida. Nunca lo olvidaré –dijo Kaque Tímida al tiempo que ojeaba preocupada por si alguien estaba observándolos.
–No hay por qué. Lo haría cuantas veces hiciera falta –susurró Jota acercándose todavía más a ella.
Aquel acercamiento, a plena luz de la mañana, comprometía a Kaque, pues tenía a Jota a cero centímetros, y aunque lo deseaba, no podía dejarse ver en estas circunstancias o de lo contrario tendría serios problemas con sus hermanos.
–Debo irme. No me busques más –dijo ella, al tiempo que un coche doblaba la esquina y estacionaba cerca. Y sin decir palabra, Kaque se alejó de Jota.
–¡Espera! –voceó ansioso, Jota.
–Tú no lo entiendes –respondió ella en la distancia, sin dejar de mirarlo y caminando de espaldas, para ver a Jota antes de desaparecer entre la senda de árboles frondosos.
Kaque se había marchado como alma que lleva el diablo dejando a Jota sin explicación. Otra vez se había quedado viéndola marchar sin entender lo que acababa de suceder. Estaba absorto en sus desesperados sentimientos, cuando un coche llegó a su altura, sus ocupantes nativos empezaron a amenazar y a lanzar insultos a Jota, agitando sus botellas de cerveza para que el gas hiciera que el alcohol líquido que contenían manchara el traje de Jota, al que llamaban “blanquito”, pero apenas algunas gotas llegaron a manchar el negro cuero de sus zapatos. El coche desapareció; entre los gritos de sus ocupantes, y Jota, como si ni siquiera hubiera sido protagonista de aquello que había acontecido, solo pensaba en cuándo volvería a ver a Kaque.
Iba a meterse en su dormitorio cuando su hermano lo sorprendió por el pasillo. Se acercó a él preocupado; Jota sabía que si su hermano lo veía en este estado, con moratones en la cara, se iba a preocupar. Así que entró en la habitación y cerró con pasador, hablándole desde dentro. Sin embargo, Carlos que ya sabía de este comportamiento de su hermano desde que eran pequeños, sospechó que algo le había ocurrido, y la impotencia de no haber estado presente para ayudar a su hermano, le hacía sentirse culpable. No encontraba palabras para decirle nada y decidió enviar a una de las criadas para que atendieran a Jota en su habitación.
Magullado, Jota permanecía en silencio mientras la criada curaba sus heridas, cumpliendo fiel y delicadamente con el trabajo que le había sido encomendado.
–¿Crees que podré ponerme derecho? –preguntó Jota.
–Sí. Muy pronto. Quien le ha hecho la primera cura lo ha hecho muy bien –contestó la criada con la mirada puesta en el vendaje que le estaba colocando.
Jota sonrío al escuchar la respuesta de la criada, aunque no precisamente por la noticia de su pronta recuperación sino porque estaba recordando a Kaque, esa joven tan especial que le tenía hipnotizado. Terminada su labor de cura, la criada recogió las vendas sucias y la palangana con agua y se dispuso a salir de la habitación.
–¿Conoces a Kaque? –preguntó Jota a la criada, ya en el umbral de la puerta para marchar.
–Sí –respondió la doncella mostrando sorpresa por la pregunta–. Trabajaba aquí pero hace unos días el capataz le dijo que no quería volver a verla por aquí, así se fue sin más.
–¿Sabes dónde puedo encontrarla? –preguntó Jota con indisimulado interés.
La criada se volvió para mirar a su patrón, sin entender el porqué de tantas preguntas.
–Vive en un barrio cerca de la finca de las palmeras –dijo la criada limitándose a responder. Obviamente, la criada interpretó que el interés se su patrón en la joven solo podía responder a que fuera encontrada para reprenderla por alguna mala acción. Y a continuación añadió–. Es una buena chica, no creo que haya hecho algo malo.
–Lo sé –dijo Jota–. Gracias por todo, puedes irte.
–Con su permiso –dijo la criada aliviada por la respuesta de su patrón, aunque también con ganas de saber.
Jota se acercó a la ventana mirando al patio. Pensativo, puso su mano sobre el vendaje que presionaba su abdomen. Sentía dolor, pero aun así, una sonrisa salió entre sus labios. De repente acababa de recordar con ternura su primer beso, cuando tenía catorce años. Aunque guardaba esta época como de muchos castigos, ya que no era precisamente, lo que se dice un buen estudiante, y en vez de hacer los deberes, prefería irse de paseo con su compañera de pupitre, porque sentía una atracción muy especial. Jota había regresado a aquellos maravillosos años de su infancia a través de la activación de sus recuerdos porque le parecía que los volvía a vivir. Hasta que el llanto de un bebé, proveniente de una de las habitaciones próximas a la suya, lo trajo de vuelta a la realidad.Misterio del amor
No tienes principio ni fin;
apareces cuando menos te esperas;
viajero de la vida,
dejas huellas sobre la tierra que pisas;
aun así no desapareces ni con un elixir.Amor, tu misterio duele.
Con solo un “no te quiero”;
haces añicos a mi corazón.Me confunde tu misterio,
con los temblores de mi cuerpo;
que fusionas en una fría y cálida sensación.Tu misterio alegra, AMOR...
con un abrazo, un beso, una sonrisa,
un apretón de manos,
y ya no sé qué decirte…
me brindas tranquilidad mi alma.Y es este el misterio del amor;
su misterio es bonito.
(“Misterio del Amor”. Inma Kathy)
ESTÁS LEYENDO
Lágrimas de Sangre. 1968
RandomEs una historia de amor expuesta ante los infortunios y adversidades de la Guinea Ecuatorial durante la independencia del país (1968). La lucha hacia el camino de la libertad pone en peligro el amor interracial de dos jóvenes que tendrán que tomar d...