Mi esposo, mi esposa

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En la cultura de los fang de Río Muni, la dote es la confirmación legal de la unión entre una mujer y un hombre, de una familia y otra familia, de un pueblo y otro pueblo. No es exhibición o competencia de riquezas. No es aquello de “se la llevará quien más derechos tenga sobre ella o más dinero o riquezas nos dé”.
La dote es signo de unión y cuando se deshace ésta, su devolución es legal. Así mismo, la es jurídicamente indispensable para que la validez del matrimonio sea completa, de tal modo que un hijo nacido antes de que su madre haya sido “doteada” por su pretendiente, ese hijo no pertenece a la familia que acepta a la mujer casadera, sino que se queda en la familia de donde procede su madre. Como consecuencia de lo anterior, el padre de este hijo será el padre de su madre, es decir, su abuelo. En este sentido, un artículo fang que advierte: “moan ane moan nsua”, es decir, el hijo es tal –legalmente– cuando el progenitor natural dio con anterioridad al nacimiento la dote correspondiente.
Por lo tanto, y reincidiendo en lo anterior, la dote en el matrimonio fang es ante todo, signo de unión, a la vez que símbolo de agradecimiento perpetuo de la familia de la mujer casadera hacia la familia del hombre que ha pagado la dote para contraer matrimonio con ella.
Así mismo, el agradecimiento es doble, puesto también la familia del esposo, que ha entregado la dote a la de su esposa, pasa a beneficiarse de la fecundidad de una mujer perteneciente a un linaje diferente, lo cual engrandece y amplía al suyo, a través de los hijos que tengan en común.
Y es aquí donde encontramos la diferencia fundamental entre el concepto de familia en la cultura fang y en la cultura europea y occidental.  En este segundo caso, llegada la muerte del padre, el legado que éste deja a sus descendientes queda expresado en las riquezas o prestigio personal que haya acumulado. En cambio, entre los fang del Río Muni, el linaje o la descendencia que el padre deja tras de sí a su muerte, es lo más importante, porque son ellos quienes perpetuarán su memoria y asegurarán la perpetuación de su linaje.
(Matrimonio. PLURALIDAD DE ESPOSAS ENTRE LOS FANG DE RÍO MUNI  Y LA ÉTICA CRISTIANA
Luis Maria Ondó Mayie (tesis no publicada))

Así comprenderemos mejor por qué la unión de un hombre y una mujer a través del matrimonio es tan importante para los fang, puesto que de esta trascendental unión depende la continuidad del hombre, a través de su descendencia y de la nueva familia que junto a su mujer, han creado.

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Jota y Kaque habían dispuesto los preparativos de su enlace en la playa, a la cual accedían desde la parte trasera de la casa, de tal manera que el suave susurro de las olas era el último sonido que escuchaban todos los día antes de quedar dormidos.
Al convite, vestidos con sus mejores galas, asistieron los más íntimos amigos del pueblo y entre todos ellos, uno muy especial: el señor Ndong Eló, quien además había sido designado por los novios para que oficiara la ceremonia, junto a un misionero católico. Sentados en los improvisados bancos de madera, todos seguían con atención cuanto acontecía durante la ceremonia nupcial.
El señor Ndong Eló unió las manos de Jota a las de Kaque con una cinta roja, al tiempo que dejaba, entre los dedos de Jota,  una vela encendida.
–Repita conmigo –dijo él dirigiéndose a Jota–. Yo Juan Raúl Vázquez, te tomo a ti, María Kaque, como a esta vela que llevo en mi mano y me ato a ti, al igual por esta cuerda que nos une, como símbolo de nuestra eterna unión y con el compromiso de que nuestro amor permanezca vivo como las llamas de esta luz, hasta el fin de nuestros días.
A continuación, el señor Ndong Eló procedió a cortar la cinta, dejando libres las manos de los novios. Momento en el que el paje de boda le entregó unas monedas a Jota.
–Repita conmigo otra vez –dijo dirigiéndose de nuevo a Jota–. Estoy ante a ti, María Kaque, para ofrecerte esta dote, como símbolo de mi recompensa por toda la felicidad con la que me colmarás durante el resto de nuestras vidas. Por favor recíbela si me aceptas como esposo, al igual que yo te acepto a ti como mi esposa.
De entre las tres monedas que había en el hueco de la mano de Jota, Kaque escogió una y la mostró al público. Acto que los presentes acogieron con aplausos y cantos de júbilo.
–Kaque –dijo el señor dirigiéndose a ella–. ¿Eres consciente de que recibir esta dote significa que aceptas a este hombre como tu legítimo esposo, cuidador y protector y que de la misma manera tú te comprometes a amarlo, apoyarlo, respetarlo y guardarle fidelidad hasta el fin de vuestros días?
–Sí –respondió Kaque.
–El amor no entiende de razas. Que Dios bendiga vuestro matrimonio –dijo el señor Ndong Eló dando por finalizado el casamiento.
A la ceremonia tradicional le siguió una boda católica en la que la pareja terminó firmando la documentación que dotaba de legalidad jurídica, ante las autoridades españolas, a su matrimonio. Junto a ellos, también firmaron los testigos que habían elegido y el misionero que había oficiado la ceremonia religiosa. Acto seguido, todos los invitados se trasladaron hasta la vivienda de los novios para disfrutar de la comida (anita blanca, bambucha, cacahuete, chocolate, pescado…) que, a pesar de la penuria económica en la que se veían obligados a vivir, la pareja de  novios, ayudada por algunos buenos amigos, habían preparado para agasajar a sus invitados en el día en que habían decidido unir sus vidas para siempre.
Al caer la noche, Jota y Kaque se apartaron de sus invitados y se fueron al sitio especial que habían preparado para disfrutar, llegado ese momento, de la suave brisa del mar. Durante el día anterior habían trabajado juntos para montar una tienda, que se erguía sobre troncos de madera, siendo su techo una azulada lona de hule y sus faldones, unas cortinas blancas de algodón que Kaque había conseguido hilvanar a partir de retazos de viejas telas que conservaba en un pequeño baúl de madera. La brisa del mar, hacía ondear aquellas cortinas, como si de unas blancas banderas de paz fuesen, uniéndose así al deseo de los enamorados. El suelo de la tienda lo habían cuidadosamente engalanado con una alfombra roja, a cuyos extremos habían colocado sendas con mesillas de madera, sobre las que centelleaban las luces de una docena de velas. Y cuando la cera, debido al calor, caía lo hacía sobre montones de pétalos de rosa que Kaque y Jota habían colocado allí cuidadosamente, para procurar de fragancia su encuentro nocturno tan especial.
Vista de lejos, la tienda de Kaque y Jota junto a la playa, semejaba a una casita de lona iluminada con una luz vaga y serena, enganchadas, para la ocasión, por las esquinas y en el centro de la aquella romántica tienda, que parecía ser irradiada por un conjunto de luciérnagas. Tan colorido y mágico les pareció a Kaque y Jota aquel maravilloso ambiente que habían logrado crear, que ambos pensaron que así debería ser la luminosidad de la aurora boreal, que tantas veces habían visto descrita en los libros de aventuras que a los dos les apasionaba leer.
–Ahora soy completamente tuya –dijo Kaque rompiendo el silencio de la noche.
Jota llegó a la altura de donde estaba ella sentada sobre la mesa que habían colocado en el centro de la tienda y acarició su vientre suavemente.
–Ahora sois completamente míos –le corrigió, provocando la dulce y cómplice sonrisa de Kaque.
El silencio volvió a inundar aquella mágica morada. Sus respiraciones se sentían cada vez con mayor intensidad y se dedicaban eternas miradas que lo decían todo. Jota besó con ternura la mejilla de Kaque. Luego, acercó sus labios suavemente junto a los de ella. Y mientras iba desabrochando los botones de su bonito vestido blanco de novia, recorría el camino de su cuerpo cubriéndolo de besos, hasta que sus labios se toparon con el hermoso torso desnudo de Kaque. 
Jota se detuvo entonces sin dejar de mirar a los ojos de su amada y se quitó por encima de su cabeza, la sudorosa camisa que lanzó al suelo de la alfombra.  Para entonces, Kaque ya había dejado al descubierto todo su cuerpo y había encerrado entre sus piernas la cadera desnuda de Jota. Entonces ella obsequió a Jota, que permanecía inmóvil, con una sensual sonrisa reclamándole toda su atención. Kaque comenzó a acariciar su rostro casi infantil y sin bozo, arrimándole todavía más con sus muslos al cuenco que se abría  entre sus piernas.
Los sudores que recorrían sus cuerpos mutuamente embestidos, creaban un contraste entre el aire frío de la noche y el chispeante calor que emanaba de sus movimientos alternos. Y durante aquel encantamiento sin declarantes, solo la luna salió airosa, irradiando un halo de luz sobre los jadeantes cuerpos de los dos amantes, cuyas sombras se proyectaban, moviéndose al mimetizado ritmo de las olas del mar, sobre las iluminadas y blancas cortinas, convertidas en sus únicos y mudos testigos  de su amor.

Verbena del amor;
los dioses te han bendecido;
te venerarán las criaturas;
te mudarás de tu oscura selva
hasta nuestros patios.

Verbena del amor;
los que han comido de ti han crecido;
y los que han bebido, lo han intentado;
ni las estaciones podrán contigo;
elixir del milagro del amor.

Verbena del amor;
tus raíces se han expandido;
y rodeado las áreas de mis tierras;
espacios de mi ser;
verbenita mía, mi verbena;
tan mortal eres que no te mueres.
                                                      (“La Verbena del AMOR”. Inma Kathy)

Lágrimas de Sangre. 1968 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora