Lo Inesperado

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Sentada en aquel banco, con la mirada perdida, estaba Kaque siendo atendida por sus cuñadas y otras mujeres; algunas se ocupaban de dejar su pelo perfecto decorándolo con tocados florales, mientras otras prestaban más atención al vestido color plata para que estuviera impecable. Ella era el centro de todo. Era el preludio de la celebración de su matrimonio con el pretendiente elegido por sus hermanos. Sin hacer caso a cuanto acontecía a su alrededor, se mantuvo cabizbaja, con la vista puesta en su abdomen, intentando evadirse de su realidad:
A pesar de la vigilancia a la que estaba sometida por sus hermanos y personas allegadas, Kaque salía a la calle para verse como de costumbre con su enamorado. Él estaba esperándola sonriente como siempre en la esquina, al lado de los montoncitos de sacos de patatas. Cuando llegaba hasta él, Jota le sorprendía con una flor:
–Pensé que quizás ya no me estarías esperando –le decía Kaque recibiendo con delicadeza la rosa.
–Siempre te esperaré. Nada ha cambiado –respondía él, regalándole una sonrisa muy tierna
–Ojalá me hubiera ido contigo. Perdóname pero no podía permitir que te hicieran daño mis hermanos. No he dejado de pensar en ti. Quiero que sepas que mi corazón es tuyo –dijo Kaque abrumada y sin dejar de mirarlo a la cara.
–Y el mío también –susurraba él. Seguidamente se fundían en un dulce abrazo interminable.
Kaque no estaba consciente de la existencia hasta que una voz resonó en su cabeza, sacándola de aquella fantasía, y haciéndola volver bruscamente a su dura realidad.
Hablaban en su lengua vernácula:
–¿De qué lo quieres? ¿Rosa o blanco? –preguntaba Nchama por enésima vez–. Kaque –le llamaba de nuevo.
Kaque regresó de sus pensamientos y vio a su cuñada Nchama acurrucada frente a sus pies.
–¿Sí? –respondió ella.
Nchama la miró detenidamente y con gran preocupación al darse cuenta del abatimiento y bajo estado de ánimo que manifestaba Kaque, a través de su triste y enajenada mirada.
–No sabes lo mal que me siento de verte tan triste –se emocionó Nchama al verla hundida en unas lágrimas que no podía contener más. Pidió a las demás mujeres que saliesen y que les dejasen a solas en la habitación. Se acercó a ella de nuevo y se sentó en frente–. Kaque, escúchame –guardó silencio durante unos instantes y prosiguió intentando ayudarla–. La vida siempre te sorprende y quiero pensar que para tu bien. Y estoy segura de que lo que sientes por ese blanco es pasajero; ya verás que una vez te cases te olvidaras de él. Resígnate, por favor.
–No puedo –contestó Kaque–. No puedo olvidarle. Ahora no –dijo esto último llevando sus manos a su vientre para acariciarlo. Nchama abrió los ojos dándose cuenta de la situación, y se llevó las manos a la cabeza, manteniendo la boca abierta.
–¿Niña, estás segura de lo que dices? –preguntó nerviosa Nchama. Asentía con la cabeza Kaque sin parar de llorar.
Nchama se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación gesticulando y gimiendo, sin poder reprimir el miedo que sentía por la reacción que sus hermanos iban a tener cuando lo supieran. De repente y sin llamar a la puerta, entró  bruscamente el marido de Nchama en la habitación. Aunque poco dado a la sentimentalidad, no pudo dejar de observar la cara de desconcierto de su mujer. Sin embargo, tan poco tenía el menor interés en saber el por qué y se limitó a decir:
–Ya es hora. El Comandante de puesto ya ha llegado –ambas fundaron silencio ante su anuncio, lo que le causó cierta sorpresa. Así que esta vez sí que preguntó a Nchama–. ¿Pasa algo? –Kaque y su cuñada seguían mirándole en silencio, hasta que en unos instantes, Nchama se acercó a su marido invitándole a sentar.
–¿Qué pasa? –volvió a preguntar intrigado al tiempo que tomaba asiento en la silla que su mujer le había acercado.
Kaque suplicaba a su cuñada con la mirada que diera la noticia a su hermano porque ella no se veía con fuerzas para hacerlo. Nchama cogió aire y en un tono impostadamente sosegado hizo partícipe a su marido de la novedad. Tras esto, éste permanecía en una aparente tranquilidad sentado con el cuerpo curvado apoyando sus empuñadas manos en la frente, y con los ojos cerrados.
Se podía cortar con un cuchillo la tensión del ambiente. Los nervios en Kaque aumentaban cada vez más por cuanto presentía que estaba a punto de suceder en aquella habitación. Presa de una irrefrenable ansiedad, se levantó de la silla.
–¿A dónde crees que vas? –le espetó su hermano dándose cuenta de su nerviosismo. Se levantó bruscamente y con el semblante fruncido–. Te prohibí que salieras de casa y no me has hecho caso. Una mujer debe guardar su integridad y llegar pura al matrimonio;  solo su marido tiene derecho a tocarla, ¿tu tía no te dio estos consejos? ¿O es que tampoco a ella le has hecho caso? –hizo larga pausa–. ¿Lo ves? Por no hacer caso a los mayores, ahora un hombre ya se ha aprovechado de ti como si fueras una de esas fulanas de la noche –dijo esto último alzando todavía más su aguda voz y visiblemente enfurecido.
Observaba Kaque a su hermano envuelta en un mar de lágrimas y le temblaba todo el cuerpo. Permanecía inmóvil, paralizada por una insoportable sensación de pánico interno. De repente, y como una exhalación, su hermano llegó hasta ella y agarrándola fuertemente del brazo, la obligó a sentarse, de manera brusca, en la silla. Apenas había sentado cuando su hermano la abofeteó inmisericorde.
–¡Basta! –intervino Nchama sujetando la mano de su marido, para que dejara de golpear al inocente y hermoso rostro de Kaque. Pero él, se zafó de ella, y la empujó hasta hacerla chocar contra la pared, enfurecido.
–¿Dime quién ha sido? O te parto la cara –le amenazó su hermano con gestos de volver atizarla con la mano.
–El blanco del otro día –contestó sollozando, Kaque.
Hubiera Kaque preferido la muerte antes que revelar la identidad del autor de su reciente estado de gravidez, pero  habría sido el dolor por los golpes recibidos que empezó a temer por la futura vida que llevaba dentro. Impactado por la respuesta de ella, su hermano paró con la golpiza. Interrogativo, miró a Nchama, quien lo confirmó con la mirada. Iracundo, se dirigió a la puerta, salió y la cerro de un portazo. Temerosas de lo que sus hermanos pudieran hacer, Kaque y Nchama quedaron en la habitación llorando desconsoladamente.
El mayor de los hermanos llegó hasta el abaha donde estaban reunidos gran parte de los hombres que habían sido invitados a los esponsales, entre ellos: los padres y tíos del pretendiente, el comandante de puesto, un misionero de la iglesia católica, el jefe de la jurisdicción.  Y en los alrededores  de la casa de la palabra se encontraban las mujeres, jóvenes, niños y otros vecinos del poblado que venían para asistir a la celebración del enlace matrimonial. El hermano mayor de Kaque habló disculpando con los presentes en nombre de su familia las molestias ocasionadas, pero esgrimiendo falaces argumentos –se veían obligados a cancelar, de momento, al menos, el evento.  De ninguna manera estaba dispuesto a revelar a los presentes los motivos reales de la no boda. Visiblemente contrariados, lo miraban sorprendidos los invitados mientras se resignaban a abandonar el lugar. Todo eran corros de rumores, especulando, como si de una encriptada noticia de periódico se tratara, sobre las causas de la imprevista cancelación. Incluso, algunos, presumían de estar seguros de cuál era.
El marido de Nchama entró en la cocina  y ordenó a uno de sus hijos que le hiciera el favor de llamar al resto de  sus hermanos, intrigados, porque tampoco ellos sabían las razones. Así, sus hermanos acudieron a la llamada de su hermano mayor. Como era de suponer, los convidados tan especiales como lo eran los miembros de la familia del pretendiente, se iban a ir con tan mal sabor de aquella trascendental celebración. Lo que iba a ser una gran fiesta de compromiso, había finalizado con, prácticamente, una recomendación al joven pretendiente de Kaque de que ni siquiera volviera a pensar en casarse con ella. Y la tragedia era aún mayor, teniendo en cuenta los dispendios efectuados en los preparativos nupciales, para que al final no hubiera matrimonio entre los jóvenes.
Kaque tumbada sobre la cama que le había preparado Nchama, trataba inútilmente de serenar sus pensamientos. Apoyaba su cabeza sobre el regazo de Nchama, mientras ella acariciaba suavemente sus dos mejillas, enjugándole las lágrimas que se deslizaban  por su cara como gotas de lluvia. La puerta se abrió al ritmo de un sonoro golpe y la figura de su hermano, apareció en el umbral. Las dos quedaron en silencio, con el miedo dibujado en sus miradas, temiendo lo peor sobre las intenciones de su hermano, ahora legado por el resentimiento, la ira y el rencor hacia Kaque y hacia los blancos de la familia Vázquez.
Se decían lengua vernácula:
–¿Qué ha pasado? –preguntó Nchama presa de la ansiedad.
–Los invitados se están yendo, cancelé la boda –dijo su marido sin dejar de mirar con cara de odio a Kaque.
–¿Y ahora qué? –dijo Nchama con un tono más alto.
–Lo que tenéis que saber es que en algún momento –dijo mirando serenamente a Kaque–. Tú, te vas a casar. Ahora se ha ido uno, pero buscaremos a otro; pero si te encuentran con un hijo bastardo, nadie quería ya casarse contigo y te morirás sola Kaque. De manera que si todavía podemos evitar tu desgracia, lo haremos –ahora hablaba mirando amenazante hacia las dos–. Mujer –le ordenó a Nchama–. Levántate y busca a Mamá Abi’a y dile que la necesitamos mañana antes del alba. Y en cuanto al malnacido que te ha deshonrado, se arrepentirá de haberlo hecho. Hoy sabrá que mi hermana es intocable.
Dicho esto, el hermano de Kaque salió por la puerta con rabia, y con la mirada tiesa y descompuesta por la cólera que había acumulado en su interior.
–¿A dónde vas? ¿Qué vas hacer? –le gritaba Nchama sin que él le hiciese caso.
Nchama y Kaque se quedaron inquietas e invadidas por un miedo atroz ante la ahora completamente seguras de una inminente tragedia que se avecinaba. Kaque miraba a Nchama entre lágrimas y negando con la cabeza, pronunció el nombre de Mamá Abi’a.
Para los del “país”, Mamá Abi’a o simplemente Mamabi, era una boticaria de gran fama por el poder de curación que tenían sus medicinas alternativas, pero además practicaba desde hace tiempo medicinas para interrumpir y evitar los embarazos. Muchas de las mujeres que habían sido violadas acudían a ella para despojarse de sus criaturas no deseadas. Esta práctica era ancestral, una estrategia que nació durante los tiempos de la esclavitud y a través de la cual las mujeres se defendían de las violaciones de los esclavistas y evitar así ser convertidas por ellos en simples máquinas reproductoras de esclavizados. La interrupción del embarazo  se hacía mediante hierbas, y dichos conocimientos se transmitían oralmente de generación en generación, para mantener el secreto.
Habiendo oído las determinantes palabras de su hermano, Kaque se arrodilló frente a Nchama sin dejar de llorar e implorándole ayuda. Hasta ahora había sacrificado la mitad de su vida y no estaba dispuesta a perder la otra. Ajenada, al borde de la locura, Kaque se sentó en el suelo y con instinto de protección, adoptó una posición fetal; mientras balbuceaba palabras lacrimosas invocando la memoria de sus queridos padres y abuelos, y de su amado Jota. Ante aquella tierna y dramática escena, Nchama también se derrumbó, aunque sacando fuerzas de flaqueza, acariciaba el rostro de Kaque intentando tranquilizarla.
–Huye con Jota –dijo entre sollozos Nchama–. Es la única manera de evitar esta desgracia. Id bien lejos de aquí, donde nadie os reconozca y no os encuentren. Recoge lo que puedas y sal por esta puerta cuando te avise.  Corre río arriba, que yo tomaré el atajo de la cocina de servicio para avisar a Jota y le conduciré hasta el lugar que tengo previsto para vuestro encuentro, porque tus hermanos no van a parar y temo por la vida de ese chico blanco también.
–Gracias, tía –dijo Kaque dibujando una tímida mirada de esperanza en sus ojos y abrazando fuertemente a su cuñada.
El flamear de las antorchas, los gritos de guerra, los rostros inexpresivos y severos de un grupo de jóvenes convocados para una reyerta, crearon en el atardecer de aquel día un clima de pánico en los alrededores de la plantación. La gente corría sin saber lo que pasaba. Un grupo de veinte hombres armados, y bajo las instrucciones de los hermanos de Kaque, se dirigieron hasta la finca de los Vázquez dispuestos a arrasarla y quemarla.
***
Los gritos podían escucharse hasta el patio. Jota acababa de anunciar a sus padres la situación por la que estaba atravesando y cuales las verdaderas causas de sus cicatrices. Sus padres, desesperados  por la que consideraban inadmisible inmadurez de su hijo, no podían de ninguna manera aceptar que Jota tuviera una novia indígena. Ninguna familia blanca decente, podía tener descendientes negros en su linaje. Raciocinio que Jota juzgaba como algo retrógrado e incoherente.
–No veo que te quejes, padre, cuando comes y vistes limpio y elegantemente y paseas sobre una hermosa alfombra. Y si todo ello es posible, es gracias a un trabajo que para ti han hechos manos negras. Son ellos los que realizan el trabajo sucio y pesado para que tú puedas celebrar tus nobles fiestas como un gran palaciego. Así que no me digas que no son dignos de tu linaje, porque, en realidad, eres tú quien depende de ellos para ser quien eres –le dijo con coraje, Jota.
–¡Se acabó! _gritó el señor Vázquez levantándose enérgicamente de su sillón de cuero.
Se oyó un estruendo de cristales rotos. Una piedra que llegó hasta el salón, había destrozado uno de los ventanales. Sin entender nada, todos corrieron hasta allí. Les salió al paso una criada, turbada por la emoción y a quien no paraba de temblarle la voz por cuanto acontecía en las proximidades de la casa. La mansión estaba siendo invadida por un numeroso grupo de rebeldes del pueblo. Los asaltantes proferían amenazas y no cesaban en reclamar la presencia de Jota ante ellos. Los criados conscientes del grave peligro, optaron por huir, mientras la cosa amenazaba a ser candalizada por los enfurecidos asaltantes. El señor Vázquez, de inmediato ordenó a su familia, y al personal de servicio que aún le permanecía fiel, que se refugiaran en el sótano, mientras él llamaba a la guardia colonial.
–¿Adónde crees que vas? –preguntó Carlos a Jota después de darse cuenta de que iba en dirección contraria. Le siguió por las escaleras hasta el salón mientras Jota ignoraba su pregunta.
–Es a mí a quien están buscando. Debo dar la cara –dijo Jota al advertir que su hermano iba tras él.
–Al único lugar donde irá a dar tu cara es hacia un machetazo que te la partirá. Si sales ahí fuera te matarán –dijo Carlos deteniendo a su hermano–. Ya te dije que la relación con esa chica te traería problemas –se interpuso en su camino para impedirle avanzar.
–Me da igual acabar muerto; necesito saber que Kaque está bien. Es mi vida, es lo único que me interesa en este mundo –dijo Jota fuera de sí por la desesperación que albergaba en su interior.
–Está bien. Pero son demasiados. No podremos hacer nada. Esperaremos a que venga la guardia civil –dijo Carlos apretando sus manos con rabia.
La guarda colonial llegó al lugar de los disturbios minutos después. Amenazaban con disparar si la resistencia continuaba. Carlos y Jota los vieron desde la ventana y se dirigieron a la puerta de la cocina, de la que por la regacha de la puerta, que estaba cerrada, salía un humo intenso.
–Menos mal que sigue usted vivo –dijo Nchama apareciendo como un fantasma justo delante de ellos. Sudaba de nervios y tapaba su nariz con un trozo de tela que había arrancado de su falda larga.
–¿Dónde está Kaque? ¿Está bien? –preguntó Jota reconociéndola apenas entre el humo y a la vez sorprendido y confuso de verla allí.
–Vine para advertirle el triste destino que les aguarda a Kaque y a usted si no huyen ahora. Si tanto la ama, ayúdela y sálvela de las garras de sus hermanos. Quieren matarle a usted y a la criatura que está en camino. Si decide irse conmigo; alguien me encomendó que le dijera que el pajarito estará esperando impaciente.
Con aquellas palabras Jota supo que Nchama había sido enviada por Kaque, y ya no le quedaba la menor duda de que tenía que reunirse con su amor. Y todavía más ahora, que se había enterado de que iba a ser padre. Jota miró a su hermano como buscando su aprobación. Carlos comprendió a su vez y sin decir palabra, asintió con la cabeza, dando su consentimiento a una decisión que sabía que Jota no podía de ninguna manera eludir. Antes de partir, Carlos y Jota se fundieron en abrazo, deseándose lo mejor.
Nchama y Jota se fueron juntos a través de un atajo que conocía bien. Subieron montaña arriba donde ya les estaba esperando Kaque, inquieta y aterrorizada. Daba vueltas sin parar y al ver que unas sombras se acercaban solo se tranquilizó cuando comprobó que se trataba de su amado, al que acompañaba su cuñada Nchama. Kaque salió corriendo al encuentro, y cayó rendida en los brazos de Jota. Nerviosos y aliviados de reencontrarse de nuevo se fundieron en un tierno abrazo que, para la dramática situación en la que estaban, a Nchama le pareció eterno. Porque había que darse prisa y alejarse de allí sin demora. Pero Jota ajeno del peligro que corrían depositaba besos en la mejilla y acariciaba el vientre de Kaque. 
–Tenéis que marchaos en seguida –les interrumpió Nchama–. ¡Escuchad! Id a esta dirección –dijo entregando a Kaque un pedazo de papel garabateado con unas letras–. Ahí estaréis a salvo.
Kaque se despidió de Nchama con mucha tristeza por la obligada separación. Había pasado gran parte de su vida  a su lado y no sabía si algún día volverían a encontrarse. Por eso, Kaque no paraba de maldecir en su interior su mala fortuna por haber tenido unos hermanos por completo carentes de los más elementales valores humanos, y que ahora la obligaban a alejarse de la única mujer, después de su querida mamá, a la que de verdad había querido. En aquellos aciagos momentos, el destino de Kaque y Jota se les presentaba dramáticamente oscuro, como si estuviesen a la entrada de un largo túnel sin atisbo de luz alguna al final. Pero… ¿Kaque confiaba en que el optimismo del que siempre había hecho gala a sus fugaces encuentros les haría salir también de aquella situación tan desesperada?
Nchama, con lágrimas en los ojos, desandó el camino diciéndoles adiós, mientras Kaque y Jota la observaban alejarse para emprender el viaje a su nueva vida.

Lágrimas de Sangre. 1968 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora