Vuela lejos, pajarito

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El fogón era tan potente que producía chimeneas de humo negro de gran longitud. Los pueblerinos que lo contemplaban, podían verlo como si proviniera a escasos metros de donde se encontraban sus casas. El peligro era tan real que cundió el pánico en los alrededores.
Jota y Carlos corrieron simultáneamente como cabalgando montañas que aparecían y desaparecían a sus pies. Habían llegado hasta el este de la penitenciaría tal como lo indicaban las instrucciones del papel que Jota había encargado de hacer desaparecer. Al fin habían logrado escapar de las desmembradas paredes calcinadas y de la asfixie; de los sórdidos gritos de auxilio; y especialmente, estaban lejos de las cadenas y de las rejas que les privaban de su libertad.
Exhaustos, pararon para descansar de la fatiga y recuperar el buen ritmo de sus sistemas respiratorios.
–Te juro que en cuanto salgamos de éstas, no volveré a fumar nunca –dijo Carlos al tiempo que expulsaba el tóxico aire de sus pulmones.
Jota estaba hincado sobre las rodillas, intentando calmar los temblores de sus pies descalzados al tiempo que vigilaba su alrededor y en un tris apareció Kaque, quien cargaba delante a su bebé dentro de una bandolera ergonómica tradicional con líneas blancas y marones. Al verse las caras, se lanzaron a fundirse en  un tierno abrazo en el que estaban absortos sus cuerpos.
–¡Dios mío! Estás demacrado –dijo Kaque desolada y en shock de ver a su marido con un aspecto desmejorado por las lesiones de su cara–. Perdóname. Me equivoqué, tenía que haberme ido contigo cuando me lo pediste.
–No te mortifiques, pajarito. Tú no tienes la culpa de nada –decía Jota al tiempo que la estrechaba de nuevo en sus brazos con la intención de tranquilizar sus sollozos y, emocionado de reencontrarse con su amada y de volver a sentir el calor de su familia después de pasar tiempo separados.
El cielo plomizo y gris acompañaba sus emociones, parecían estar despertándose de una pesadilla, y contaban con poco tiempo en su plan de fuga para salvar sus vidas. Los tres esperaban impacientes el vehículo, que tendría que haber llegado para llevarles. Escrutaban con los ojos de un lado a otro con los nervios a flor de piel. Y de manera imprevista, apareció entre los plátanos un militar que les había venido siguiendo el rastro, para dispararles.
Mientras que aquel militar les apuntaba con su pistola, Jota y Carlos caminaban al frente aterrados con las manos en alto, protegiendo, a la vez, a Kaque y la criatura del arma. Finalmente, cuando todo parecía perdido, de un frenazo se paró frente a ellos un vehículo, un todoterreno. Dentro iba el joven cocinero que hacía pasarse por militar, quien había divisado la situación desde la distancia. Abrió la portezuela y  de un saltó salió él y, disparando, inadvertido, un balazo en el pecho de aquel militar que apuntaba a los hermanos.
–De prisa, no hay tiempo. Han dado órdenes de matar a todos los presos que se han escapado del incendio. No quieren que ninguno salga del país y de testimonio de lo que ocurre aquí –dijo el Joven al tiempo que hacía gestos para que todos montaran al auto.
Kaque y los hermanos se subieron a toda prisa en aquel Land Rover, ocupando Carlos y el muchacho en los asientos delanteros, mientras que Jota y Kaque se quedaban detrás para salvaguardar a su hija de los estruendos.
–¿Quién te ha enseñado a disparar? –le preguntó Carlos al chico mientras ponía el vehículo en marcha.
–Nadie. Es mi primera vez –respondió el chico, todavía conmocionado de lo que acababa de suceder.
–Has apuntado muy bien –dijo sonriendo Carlos al tiempo que le daba golpecitos en el hombro del chico felicitándole.
–¿Cuánto falta para llegar a la playa? –preguntó Jota.
–La playa está a unos cinco kilómetros en carretera, pero seguro que los militares han montado patrullas –dijo el muchacho–. Y creo que tenemos compañía. A unos cien metros hay un sendero que llega hasta la playa –le señaló a Carlos.
Al alcanzar la curva, Carlos tomó el camino que le había indicado el muchacho, consiguiendo, además, despistar al coche que se aproximaba.
Durante el trayecto Jota y Kaque balanceaban de un lado a otro enfrascados dentro de aquel 4x4 que descendía y ascendía entre los badenes del camino que habían tomado, al tiempo que mantenían juntas sus manos  que brindaban sustento al bebé. Podían sentirse los nervios que poseía de cada uno, que tenían sus frentes unidas susurrando cosas para lidiar el trance que estaban viviendo.
Tras pasar un largo recorrido esquivando las fallas del camino, finalmente las ruedas del carro pisaron las arenas de la playa. Carlos frenó el coche, y enseguida, todos bajaron y se dirigieron hacia la barca que encontraba flotando a unos metros de la playa.
–Esto es muy raro. No hay soldados en la playa –dijo inquieto Jota observando a su alrededor.
Y de golpe y porrazo apareció una patrulla de militares que les rodearon.
–Nos han tendido una trampa –dijo Carlos al tiempo que posaba sus manos en la cabeza, al igual que el resto.
Definitivamente estaban acorralados y se habían desahuciado todas las esperanzas de poder escapar. En poco tiempo, llegó hasta donde estaban todos un Jeep Willys americano, militar. Descendieron de él el Comandante y otros cuatro soldados.
El comandante se entretuvo un momento hablando con uno de los militares y segundos después, se acercó al lugar donde tenía les rodeados. Y con el ceño fruncido y, en tono firme, dijo:
–Pasando por el camino he visto a uno de mis hombres muerto. ¿Pretendíais escapar y dejar impune esta muerte? ¿Quién ha sido? Que hable ahora o todos moriréis.
–No hemos sido nosotros –se apresuró en responder Carlos.
–Mientes –gritó–. Repito ¿Quién ha sido? O te disparo ahora mismo, traidor –dijo el Comandante apuntándole al muchacho la pistola en la garganta.
–Yo –espetó de repente la voz de Jota–. He sido yo –repitió una vez que el comandante se puso frente a él.
El comandante le obligó arrodillarse frente a él al tiempo que empuñaba su arma para disparar.
–No, Jota –bramó desesperada Kaque.
–Si vas a matarme, deja que todos se vayan –dijo Jota mirando fijamente al comandante.
Enfurecido, el comandante tomó aquellas palabras como una ofensa contra su persona que, respondió bruscamente con un puñetazo en la cara y le apuntó el arma en la cabeza con la clara intención de disparar. Y fue entonces cuando Carlos se lanzó  interponiéndose entre la pistola y Jota recibiendo una bala en el estómago.
–¡Noo! ¡Hermano! –voceaba Jota al tiempo que el cuerpo sin vida de Carlos yacía entre sus brazos–. Lo siento mucho. Descansa. Te quiero hermano –sollozaba–. Has matado a mi hermano, ¡asesino!  –desgañitó desafiante.
En seguida el Comandante volvió a cargar su pistola para disparar a Jota esta vez.
–No dispare, por favor –dijo Kaque al tiempo que se precipitaba para impedir el disparo posando su mano sobre el arma del Comandante.
Las arenas de la playa tornaban rojizas al tiempo que la sangre de Carlos corría como un río para entremezclarse con las aguas del mar, creando un baño de sangre a su paso, mientras Jota se aferraba entre sus brazos su cuerpo frío y sin vida. Miraba a su hermano destrozado, embelesado en su tristeza ignorando su alrededor. Un escenario tan trágico que Kaque contemplaba en silencio perdida entre lágrimas y sin tener ánimos de seguir mirando por el dolor que le atenuaba. Se marchaba el alma de otro ser querido que y el dolor cada era insoportable.
¿Cuántas víctimas tenía que llevarse la muerte para que un pueblo cegado llegase a cobrar la vista?
A pesar de que las circunstancias solo se marcaban un solo destino, la de todos muertos, sin embargo, Kaque no podía permitir tal fatalidad. Tenía que hallar las maneras de salvar sus vidas aunque fuese a costa de la suya.
Kaque se acercó a Jota mientras el Comandante daba órdenes de dejarles marchar. Delicadamente, retiró la prenda en bandolera y entregó a su hija en brazos de su padre.
–¿Qué está pasando? –preguntó Jota desconcertado al tiempo que notaba los nervios de Kaque.
–Os dejan libres. Podéis iros de aquí –susurró Kaque con una emoción contenida.
–¿Y tú no vienes con nosotros? –dijo inquieto Jota al tiempo que recibía al bebé en brazos sin dejar de mirar los ojos de su mujer, que esos momentos parecía la osadía personificada. Y podía percibirlo en su mirada.
–Mañana, con la mesa puesta estaré esperándote impacientemente. Hoy, el pajarito tiene que volar para llegar a tiempo –decía ella mientras tomaba la mano de su marido y dejaba en su hueco un pañuelo morado–. No hemos llegado hasta aquí para perderlo todo. Se acabó, es demasiado lo que hemos perdido hasta ahora. Vente de aquí y no mires atrás –le susurraba al oído.
–Te quiero, no me dejes. Mi corazón respira por ti. ¡Dios! No es justo –decía Jota sollozando al tiempo que se aferraba a su tacto e inhalaba por última vez el aromático olor a rosas característico de su mujer.
–Estaré con vosotros siempre. Vete –Murmuró ella. 
Mientras Jota y el muchacho se subían a la barca, en la playa se quedaba Kaque sosteniéndose en pie con unas fuerzas de flaqueza al tiempos que sus ojos se formaban grandes charcos de lágrimas. A continuación, el muchacho puso a reamar el cayuco. Jota con el bebé en sus brazos, no dejaba de observar el rostro de su mujer por última vez al tiempo que se despedía de ella con la mirada hasta alejarse de la playa.
Bandadas de pájaros producían un sonido ahuyentador alejándose de sus nidos de las frondosas palmeras que estaban cerca de la playa, mientras en las nubes formaban cúmulos con tonos grisáceos que impedían el reflejo de los rayos del sol sobre el mar. Y de pronto se oyó un estruendo que retumbaba a lo lejos, y al tiempo cesó todo volviendo a la normalidad.
Jota cerró los ojos por unos segundos después de observar aquel fenómeno, y en voz baja, dijo:
–Vuela lejos, pajarito.
Tristemente miró a su hija detenidamente, quien yacía despierta haciendo pequeños movimientos. Y  luego se fijó en su puño que abrió encontrando un pañuelo morado que le había entregado Kaque durante su despedida en la playa. Lo desplegó con cuidado al tiempo que atisbaba un papel, que en seguida, se puso a leer detenidamente las letras de su amada:
“A mis queridos desconocidos y al mismo tiempo mis personas muy conocidas, porque hemos estado unidos en el pensamiento y sentimiento: Mañé Elá, Nvo Okenve, Ondo Edu, Ndong Miyone y otros.
A mis queridos padres.
A mi amada hija.
En esta noche pálida y gris, me dispongo a depositar en negro sobre blanco lo que probablemente sea mi último acto a conciencia en estos tiempos en los que la razón parece desmerecer el alma. Mi corazón no para de desfallecer envuelta en una abrumadora manta melancólica en la no puedo deshacerme, y esto me atormenta.
Estimados desconocidos-conocidos míos:
Habéis sido ejemplo de espíritus libres y bondadosos. Por eso os doy las gracias y os dirijo en estos términos familiares. Estéis donde estéis, y sobre todo confió que con el Dios Padre hayáis encontrado la LIBERTAD y la PAZ que tanto os han privado acá. Estoy segura que allá, con Dios, haréis todo lo posible para que aquellos que se os ha privado, sea consagrada aquí, en vuestro pueblo. Tengo fe.
Por ello, GRACIAS por optar esta libertad primero, para poder ofrecérnoslo también a nosotros.
Mis queridísimos padres:
No tengo más que daros las gracias por haber forjado en mí los valores que tengo y de los que sentiréis orgullosos de ver la en la que me he convertido. Deciros, que gracias a vuestras enseñanzas, he vivido y convivido con la FELICIDAD. Gracias a una persona que merece llamarse así. Y a quien con mucho gusto, me gustaría presentaros con el nombre de Jota.
No me olvido de ti mi amada, mi niña, razón de ser:
Te miro todas las noches mientras duermes y no puedo dejar de apreciar en ti el milagro de la vida. Esta vida a la que debes valorar mientras permanezcas en ella, y disfrutarla con pleno derecho. Eres pequeña pero en mi cabeza ya te he dibujado grande junto con mi deseo de que vivas con tranquila en un ESTADO LIBRE Y DE DERECHOS.
Aunque no lo sepas todavía, tienes el pensamiento de una española pero el corazón de una guineana, por lo que, teniendo estas dualidades tan indivisibles, nunca renuncies a lo que eres, porque en verdad lo eres, ERES ESPAÑA Y GUINEA ECUATORIAL. Ama todo cuanto han amado tus padres. Y equilibra tu trabajo tanto en el suelo granizo como en este áspero terreno en el que han caído estas marchitas palmeras.
No olvides, vida mía, que haga lo que haga mamá, te ama con locura.
Firmado. Kaque.”                         

FIN.

Lágrimas de Sangre. 1968 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora