Labios de rocío

6 4 0
                                    

Entre tanta revolución la gente hacía vida normal, los funcionarios se levantaban por las mañanas a la hora pertinente para incorporarse a sus respectivos puestos de trabajo, al igual que los trabajadores por cuenta ajena, a sus fincas de labranza y a la caza. Kaque y Jota hacían todo lo posible para estar juntos el mayor tiempo que podían. Se enviaban cartas a través de un criado de la mansión Vázquez, a quien usaban de mensajero. Estaban ya tan seguros de la fortaleza de su mutuo amor que habían decidido luchar por eliminar todas las barreras que entre ellos se interponían.
Era lunes por la mañana cuando Jota y Kaque tomaron la senda que conducía a lo alto de la montaña. El camino era tan estrecho que les hacía caminar uno detrás de otro, acompañados por el jadeante murmullo de sus voces, intentando mantener una conversación, adornada por los sonidos de los pájaros y de los ruidos de las ardillas que merodeaban cerca. Protegidos bajo las enormes copas verdes de los árboles, caminaban a paso ligero, saltando y rodeando los obstáculos.
–¿A dónde vamos? –preguntó curioso, Jota.
–Estamos cerca –respondió Kaque guardando la intriga.
De no muy lejos, comenzó a escucharse un ruido ensordecedor.
–Ya llegamos. Cierra los ojos –dijo Kaque al tiempo que se ponía delante de Jota y le regalaba una pícara sonrisa. Jota le respondía con una dubitativa, a la vez que tierna sonrisa.
Jota obedeció a las indicaciones de su amada. Mientras, ella se colocaba detrás guiándole, hasta que por fin llegaron al lugar donde aquel ruido provenía.
–¿Qué ocurre? –dijo Jota alzando un poco la voz para hacerse oír entre el sonido agudo del ambiente.
Se acercó Kaque a su oído para hablarle. Cuando Jota abrió los ojos, quedó perplejo ante la maravilla que tenía frente a él; era una cascada de muchos metros de altura como si de una blanca cola de caballo se tratara, y bajo sus pies, un río con las aguas cristalinas, en cuyo espejo se reflejaban las sombras de las aves que iban y venían, incluso quedándose un rato reposando sobre los acantilados. El curso del río se deslizaba majestuosamente hacia el oeste, amenizado por el alegre salto de los peces.
–Este lugar es magnífico, maravilloso –dijo Jota sin dejar de observar la enorme tela verde que les rodeaba.
–Sabía que te encantaría –dijo ella, con una sonrisa de felicidad.
–Me encanta –afirmó Jota–. Siento que tengo tanto aire que necesito expulsarlo de mis pulmones gritando.
–Hazlo –le dijo con voz alegre, Kaque.
–HOLAAA ¿ME OYEEENN?..YO AMO A KAQUE. QUE AMO A KAQUEEE –gritaba a pleno pulmón, Jota.
–Ya basta. Para –decía Kaque al tiempo que intentaba taparle la boca con sus manos, mientras que Jota se lo evitaba juguetonamente haciendo movimientos con la cabeza de un lado a otro con una sonrisa de oreja a oreja–. Para, por favor, vas a acabar espantando a los animalitos e invitando a las bestias –dijo Kaque sonriendo felizmente entre los brazos de Jota.
–Que se entere toda la selva que te amo. Porque ahora mismo me siento con suficiente fuerza para enfrentarme con mil bestias, ya nada me separaría de ti. Me siento el hombre más feliz del mundo a tu lado –le susurraba Jota al tiempo que se miraban con ternura a los ojos–. Dime, ¿Qué hacemos aquí?
–Te quise traer aquí porque quiero que me hagas un dibujo con ocasión de mis cumpleaños –le dijo Kaque coqueteando con la mirada.
–De acuerdo –dijo Jota.
Sacó Jota de su bolso un papel parchment sujetado con unas pinzas en una tabla del mismo tamaño y otros instrumentos de dibujo. Luego se quitó la bolsa que colgaba alrededor de su hombro y la puso en el mismo tronco en el que se sentó.
–Todo listo. Cuando quieras –dijo Jota, terminando de afilar el lápiz.
–No –dijo Kaque mirándole fijamente–. Deja que me ponga cómoda.
Jota se quedó mirándola detenidamente, momento en el que Kaque apartó la mirada de él mientras soltaba la cinta que rodeaba su vestido, dejándola caer en el suelo. A continuación cogió del hombro izquierdo la tira de su vestido y la dejó caer del brazo, al igual que con la del derecho. Dejó deslizar el vestido, poniendo primero su busto al descubierto. Acto seguido, su abdomen, y por último sus caderas. Bajó también su leotardo hasta los pies, quedándose en cueros. Con un par de sensuales movimientos se desprendió de sus sandalias. Jota contempló toda la escena cautivado y en silencio, fascinado al contemplar la belleza del cuerpo desnudo de Kaque. Jadeante, sintió como una gota de sudor resbalaba por su frente, mientras no hacía más que salivar y notaba cómo la respiración se le aceleraba, impidiéndole tragar. Se le soltó el lápiz de la mano, cayendo al suelo; lo que tuvo que despertarle de su estado de magnetismo.
–Ya estoy lista –dijo Kaque con tono sensual.
–Vale. Ponte en la cama, quiero decir, río. El río tiene mejores vistas –dijo Jota tratando de dar un tono de serenidad a la excitante situación.
Kaque se dio la vuelta y de espaldas a Jota, totalmente desnuda, llegó hasta la orilla del río. Se sumergió hasta la cintura haciendo divertidos gestos a Jota, para decirle que el agua estaba fría.
Para Jota iba ser un reto concentrarse en aquellas circunstancias. Así que trató de concentrarse, pensando que Kaque no era su amor, sino una más de las modelos que habían posado para él durante sus estudios de arte. Se puso cómodo y comenzó a dibujar. Su reputación como artista estaba en juego, pues, se trataba de la figura de una mujer cuyo cuerpo había memorizado a cada centímetro. Ese dibujo de Kaque iba a ser el definitivo. La clave de su talento como artista. Kaque mantenía la mirada fija en él, mientras Jota trabajaba en silencio dibujando al detalle cada espacio de su piel.
Pasado un tiempo, trazando líneas sobre el papel, por fin concluyó el dibujo y se lo mostró a Kaque desde la orilla; ella lo miró con cara de admiración por su destreza, y le obsequió con una sonrisa seductora.
–¡Felicidades! –le dijo Kaque regalándole un beso en la mejilla–. Has trabajado mucho. Date un baño. El agua está fresca –le salpicó juguetonamente con las manos.
–No. Gracias, es que…. los ríos no son lo mío. A demás puede ser peligroso –dijo Jota al tiempo que guardaba sus materiales de pintura y dejaba el dibujo a buen recaudo en una carpeta de hule.
–¿Así que alguien le tiene miedo al agua? –dijo Kaque burlona, mientras que se alejaba de la orilla de espaldas. De repente se sumergió en el agua permaneciendo dentro un buen rato sin salir a flote. Jota, al ver que no salía, comenzó a llamarla con preocupación.  Asustado y desosegado, se quitó los zapatos rápidamente y se lanzó al agua nadando hasta el lugar en el que le había visto sumergirse. Se zambullía y salía a la superficie una y otra vez pero no conseguía poderla ver. Hasta que al final escuchó una voz que le devolvió la vida.
–Estoy aquí –dijo Kaque apareciendo sorpresivamente detrás de él–. Pues, al final va a ser que te van los ríos –espetó a Jota con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras, él la miraba con la respiración agitada e intentando recuperarse del susto que se había llevado.
–Has hecho que me moje. Pensé que te había pasado algo malo –dijo él, dándose cuenta del engaño.
Kaque se acercó a Jota sin pronunciar palabra. Podían verse las gotas de agua deslizándose por su busto, creando ligeros caminos que contoneaban sus senos. Y rodeó el cuello de Jota con sus manos. El ligero aire que salía de sus bocas golpeaba en sus rostros, escuchándose sus respiraciones al unísono. Las miradas entre ellos eran eternas. Se mordisqueaba Kaque su labio inferior, observando el flequillo mojado de Jota que goteaba agua sobre su nariz. Le apartó el pelo con suavidad, y pudo ver su cara reflejada en el iris de sus ojos. A continuación notó los pequeños temblores de sus labios provocados por el frío. Y ambos se dedicaban miradas en silencio.
–Quiero saber lo que se siente cuando estás con un hombre –dijo Kaque llevando la mano de Jota hasta su pecho.
Jota estaba tan excitado al contemplarla descubierta completamente, que aquellas palabras de Kaque estimularon sus impulsos besándola apasionadamente. Ella le desabotonó la camisa mojada dejando desnudo su tórax. Seguidamente, le susurró él cariñosamente al oído y uniendo tiernamente sus cuerpos desnudos.
Tan solo el sonido de las fragas rompían el silencio de aquellas almas fundidas en un solo cuerpo. Dos cuerpos que se estremecían al acelerado ritmo de sus entregados corazones que caminando al unísono llegaban hasta el clímax de sus encantos.




Demonio de mis adentros;
culpable de mis impulsos;
instinto salvaje y primario;
tentación buena e in-repudiable;
que debilitas mi carne;
y la revives con un roce.
Rica es la maldición de mis sentidos;
porque dulce es sentir
la euforia de vivir.
Vil espíritu del placer;
si tan loco dices ser,
pues, loca es vivir la pasión.
                                                      (“La pasión”. Inma Kathy)

Lágrimas de Sangre. 1968 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora