¿Celos?

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Tras las agotadoras jornadas en la plantación de cacao, Jota regresaba a casa y, para reponer fuerzas, casi siempre solía hacer un alto en la terraza del bar de Nana Mari, quien además regentaba la panadería de la villa. Para entonces, Jota había simpatizado ya con muchos de los pueblerinos, quienes le habían dado el cariñoso nombre de “El negro del campo”, ya que su simpatía lo había convertido en uno más de ellos y todos lo trataban como si fuera un amigo.
La propia Nana Mari lo invitaba día sí, día no, a una cerveza bien fría con la intención de conquistarlo para su hija. Lo que no sabía es que aquella idea suya jamás podría fructificar porque, lamentablemente para ellas, Jota estaba ya pillado por los ojazos castaños de su hermosa mujer. Y lejos de disminuir su pasión, Jota se sentía cada día más perdidamente atrapado por aquella mirada felina de Kaque que, desde el primer momento que la vio, había conquistado para siempre su corazón.
Durante el tiempo que pasaba Jota en el bar de Nana Mari, charlaba con quienes ahí también estaban y también, quizás para entrenarse pensando en su inminente paternidad, gustaba de jugar con el nieto Nana, que tenía dos años de edad, hasta que llegaba su madre para llevarlo de vuelta a casa. Congeniaron tan bien y el pequeño cogió tanto cariño a Jota, que pronto empezó a llamarle “papá”, palabra que estaba deseando oír en boca de su hijo cuando naciera y pudiera hablar.
Cuando llegaba Julia, la hija de Nana Mari, para recoger al niño, siempre tenía que  pelear con el niño para que se desprendiera de los brazos de Jota. Pero también su mamá sentía algo especial por Jota a quien, con el pretexto de agradecerle sus desvelos por su hijo, le abrazaba y le regalaba un tierno beso en la mejilla, momento que aprovechaba para susurrarle al oído proposiciones muy tentadoras para un hombre.
Por eso, no eran pocas las veces en las que julia insistía en que se quedara un rato más charlando con ella, pero siempre, sin variación, Jota declinaba la invitación, dejando a Julia casi con las ganas de despeinarle y –nunca mejor dicho– descompuesta y sin novio.
Sin embargo, cuando esto ocurría, no faltaban los curiosos indiscretos que sacaban sus propias conclusiones y les faltaba tiempo para ir contándolas por el pueblo nada más que dejaban su cerveza vacía sobre la mesa del bar.  Así que, pronto empezaron a circular de boca en boca, rumores sobre las intenciones de Julia con Jota. Unos rumores, que por supuesto, también llegaron a oídos de Kaque.
Así que cuando Jota llegaba a casa y entraba por la puerta de la cocina, encontraba ya a Kaque esperándole con la mesa puesta.  Comían y charlaban poniéndose al día de todo cuanto uno había hecho hasta aquellas horas del día.  Era el momento en el que Kaque aprovechaba para sacar el tema de Julia, pero como no conseguía sacar de Jota una información relevante respecto a sus sospechas, ya no estaba segura de si es porque no había nada o si lo había, y Jota se lo quería ocultar.
–¡Hey! ¿Es que estás celosa? –preguntó un día Jota, al tiempo que dejaba de comer para prestarle más atención.
–No. Para nada lo estoy –susurró Kaque, cabizbaja y fingiendo no dar importancia a la pregunta.
Jota la miró fijamente a los ojos y se levantó enérgicamente de la silla.
–Pues a mí no me lo parece –le dijo mientras se acercaba a ella por detrás y comenzaba a abrazarla con ternura–. ¿Sabes que estás muy sexy cuando te pones así? –le susurraba mientras la besaba en el cuello.
–Para nada estoy sexy. Estoy gorda –dijo ella con voz mimosa.
–Pues… déjame decirte que eres la gorda más sexy que mis ojos han visto nunca –Kaque se dio la vuelta y miró fijamente a los ojos de Jota, con el fin de encontrar la verdad en su mirada.
–¿De verdad? –preguntó ella, intentando encontrar en su respuesta la certeza absoluta.
–Si no crees en mis palabras, tal vez esto te convenza –le dijo Jota cogiéndola suavemente de las manos y levantándola de la silla. Después se acercó a Kaque lentamente y apartó sus manos de su abultado vientre.  A continuación, comenzó a besarla apasionadamente en los labios. Finalmente, en silencio, se alejó unos metros de ella sin dejar de mirarla a los ojos. Y con un gesto, indicó a Kaque que se acercara hasta él y después señaló con la palma de la mano la puerta de la alcoba, solicitándole que le acompañase hasta ella. Los dos entraron cogidos de la mano y con la misma pasión, que dos enamorados que se hubieran acabado de conocer por primera vez.





Siento el beso,
y los sentimientos que me provoca;
el sabor de boca que me deja; mi apetito insaciable;
un beso hoy, otro mañana;
siempre como la aurora.
“Te beso y no me miras ¿Por qué?”
–Me pierdo en su dulzura –dices.
–Quiero otro beso entonces.
                                                       (“El Beso”. Inma Kathy)

Lágrimas de Sangre. 1968 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora