La llama de la esperanza

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Capítulo 22

La batalla continuó rugiendo, pero una nueva energía parecía haberse desatado. Los semidioses luchaban con renovada fuerza, sus cuerpos animados por la intervención divina. Los rayos caían del cielo, cegando a los monstruos que aún acechaban alrededor del campamento. En medio del caos, sentí una presencia más que una simple intervención divina. Era como si todo el Olimpo estuviera observando, esperando que nosotros, los semidioses, demostráramos nuestra valía.

De repente, un estrépito resonó en el aire. Un rugido de guerra, fuerte y desafiante, que cortó el campo de batalla como una daga. Todos los ojos se dirigieron hacia la fuente del sonido: Ulises, hijo de Ares, estaba en el frente, liderando a los semidioses de su padre con una ferocidad inhumana. Su espada brillaba con el reflejo del relámpago, y a su lado, otros hijos de Ares formaban una vanguardia imparable.

—¡Adelante! —gritó Ulises, su voz retumbando por encima de la batalla. Los hijos de Ares, como una ola de fuerza bruta, avanzaron, aplastando a las criaturas en su camino. Cada uno de ellos empuñaba un arma como si fuera parte de su ser, y sus golpes resonaban con una fuerza devastadora.

Vi a Ulises enfrentar a una de las criaturas más grandes, un monstruo que parecía una mezcla de dragón y serpiente, con escamas negras que reflejaban la luz de los rayos. Su espada atravesó al monstruo con facilidad, desintegrando la criatura en una lluvia de cenizas. Los campistas a su alrededor se unieron a la ofensiva, inspirados por su valentía.

—¡Formen una línea de defensa! —ordenó Ulises, alzando su espada para dar órdenes. No era solo un líder, era un símbolo de fuerza, un guerrero imparable.

Pero mientras los semidioses luchaban con una determinación feroz, el eco de la batalla me hizo volver al centro del conflicto. Okniton, aunque debilitado, aún estaba entre nosotros. Su sombra se movía, buscando venganza, y su risa se desvaneció cuando comprendió que su poder ya no era suficiente.

—¡Okniton! —grité, alzando mi voz sobre el estruendo de la lucha. El poder de Hypnos lo había debilitado, pero aún no estaba vencido. Con una mirada feroz, me lancé hacia él, sabiendo que no podía dejarlo escapar nuevamente.

Pero antes de que pudiera avanzar, Ulises apareció a mi lado, su presencia imponente como un faro de esperanza. Con un gesto firme, levantó su espada.

—Nosotros nos encargamos de estos, Morfeo —dijo con un tono decidido—. Tú ve a por Okniton.

No dudé ni un segundo. Sabía que la oportunidad era ahora. Miré una vez más a Hypnos, quien, con una sonrisa cansada pero firme, asintió. El poder de los semidioses de Ares, unido al nuestro, estaba revirtiendo la marea de la batalla.

Corrí hacia Okniton, quien se encontraba desorientado, sus fuerzas menguando. Aproveché su debilidad, golpeando con la espada en el punto más vulnerable de su defensa. La oscuridad que lo rodeaba titubeó y, por un instante, pude ver una chispa de duda en sus ojos.

—Todo esto es tu culpa —dijo, con un susurro lleno de furia. Pero no era más que una sombra de lo que había sido.

—No, Okniton. Tu destino es el que tú mismo has elegido —respondí, cerrando la distancia entre nosotros con una determinación inquebrantable.

Con un golpe final, Okniton cayó al suelo, su sombra desvaneciéndose ante la luz del esfuerzo colectivo. La batalla, aunque no completamente ganada, había cambiado de rumbo.

Miré a mi alrededor. Los semidioses continuaban luchando con todas sus fuerzas, pero la presencia de Ulises y los demás hijos de Ares había transformado la atmósfera. Los monstruos, que antes parecían innumerables, comenzaban a retroceder, incapaces de resistir el embate de nuestros esfuerzos.

𝑺𝒖𝒆𝒏̃𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑶𝒍𝒊𝒎𝒑𝒐: 𝑼𝒏 𝒅𝒊𝒐𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora