La sentencia de los dioses

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Capítulo 1

Desde mi posición en lo alto del Olimpo, observé con desdén aquellas columnas de mármol blanco. Me resultaba molesto ver cómo aquellos que se decían superiores se rebajaban a los deseos mortales, como si ellos fueran el centro del universo. ¿Acaso no fueron los mismos olímpicos los que castigaron a Prometeo por robar su fuego?

—Morfeo —llamó Zeus, el rey del Olimpo—, tus acciones han sido crueles hacia los mortales. Sin embargo, la traición hacia nosotros es lo más bajo que has hecho. ¿Qué pensabas al unirte al ejército de Cronos?

—¿No son ustedes también crueles? No se preocupan por los mortales, solo los usan para conseguir sus intereses. ¿Qué diferencia hay entre mis acciones y las de ustedes? —respondí, desafiante.

—Hay una diferencia —respondió Atenea con calma—. Morfeo, debemos encontrar un equilibrio entre la justicia y la misericordia. Tu castigo será despojarte de tu inmortalidad y serás enviado a la Tierra como un ser mortal. Allí deberás buscar la redención y demostrar tu valía ante los dioses.

—¿Y qué sabes tú de la verdadera grandeza, Athena? —respondí, con tono desafiante—. Tu visión está nublada por el orgullo de los olímpicos. Pero te advierto, no subestimes mi poder ni mi determinación.

Hermes, el mensajero de los dioses, intervino con voz diplomática. —Morfeo, es hora de aceptar tu destino —dijo con serenidad—. La voluntad de los dioses es inquebrantable, y tu resistencia solo te llevará a más sufrimiento.

Me enfrenté a los dioses con desprecio, expresando mi desdén por su forma de pensar. —Es absurdo cómo prefieren aferrarse al control en lugar de aceptar la inevitable ascensión de Cronos. Al menos él tiene un plan para la humanidad, algo que ustedes, los olímpicos, parecen incapaces de comprender.

Atenea, con serenidad pero firmeza, intervino. —No es correcto lo que dices, Morfeo. Los mortales no están aquí para servirnos a nosotros, los dioses. Somos nosotros quienes servimos a ellos, velando por su bienestar y manteniendo el equilibrio en el mundo, eso es algo que tenemos en cuenta.

Arqueé una ceja con incredulidad. —¿Servir a los mortales? ¿Acaso han olvidado quiénes son ustedes, quiénes somos nosotros? Somos seres divinos, superiores a esos simples mortales que apenas merecen nuestra atención.

Atenea suspiró con paciencia. —Los mortales son la esencia misma de nuestra existencia. Sin su fe, sin su devoción, nosotros no somos nada. Nuestro poder emana de ellos, y es nuestro deber protegerlos y guiarlos en su camino.

Fruncí el ceño ante las palabras de Atenea, pero antes de que pudiera responder, Zeus intervino con autoridad. —Basta, Morfeo. Tu arrogancia no tiene lugar aquí. Es hora de aceptar tu destino y enfrentar las consecuencias de tus acciones.

Con un gesto de su mano, Zeus pronunció las palabras de destierro, envolviéndome en una luz brillante que me transportó lejos del Olimpo hacia mi nueva vida como un ser mortal en la Tierra

𝑺𝒖𝒆𝒏̃𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑶𝒍𝒊𝒎𝒑𝒐: 𝑼𝒏 𝒅𝒊𝒐𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora