La sentencia de los dioses

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Capítulo 1

Desde mi posición en lo alto del Olimpo, observé con desdén la majestuosidad de los salones celestiales. Las columnas de mármol blanco brillaban con una luz deslumbrante, mientras los dioses se congregaban en consejo para deliberar sobre mi destino.

A mi alrededor, algunos de mis seguidores más leales me rodeaban, con gestos de apoyo y palabras de aliento. Mi hermano gemelo, Hipnos, mantenía una expresión sombría, pero yo sabía que confiaba en mi habilidad para enfrentar cualquier desafío que se presentará.

Zeus, sentado en su trono de relámpagos, me miró con ojos penetrantes. —Morfeo, has traicionado la confianza de los dioses al unirte al ejército de Cronos —declaró con solemnidad—. Tu deslealtad no puede quedar sin castigo.

Mis labios se curvaron en una sonrisa burlona mientras escuchaba las palabras de Zeus. Yo, el gran Morfeo, señor de los sueños y las visiones nocturnas, había elegido mi lealtad. ¿Quién era Zeus para juzgarme, cuando él mismo había cometido innumerables injusticias contra los titanes?

—¿Y qué saben ustedes, los altaneros dioses, sobre la verdadera grandeza? —respondí con arrogancia—. Los mortales son débiles y falibles, pero Cronos nos ofrece una oportunidad para restaurar el orden y la justicia en el mundo.

Athena, la sabia diosa de la guerra y la estrategia, intervino con una mirada de comprensión en sus ojos grises. —Morfeo, debemos encontrar un equilibrio entre la justicia y la misericordia —dijo con calma—. Tu castigo será ser despojado de tu inmortalidad y serás  enviado a la Tierra como un ser mortal. Allí deberás buscar la redención y demostrar tu valía ante los dioses.

—¿Y qué sabes tú de la verdadera grandeza, Athena? —respondí, desafiante—. Tu visión está nublada por el orgullo de los olímpicos. Pero te advierto, no subestimes mi poder ni mi determinación.

Hermes, el mensajero de los dioses, intervino con voz diplomática. —Morfeo, es hora de aceptar tu destino —dijo con serenidad—. La voluntad de los dioses es inquebrantable, y tu resistencia solo te llevará a más sufrimiento.

Me enfrenté a los dioses con desprecio, expresando mi desdén por su forma de pensar. —Es absurdo cómo prefieren aferrarse al control en lugar de aceptar la inevitable ascensión de Cronos. Al menos él tiene un plan para la humanidad, algo que ustedes, los olímpicos, parecen incapaces de comprender.

Atenea, con serenidad pero firmeza, intervino. —No es correcto lo que dices, Morfeo. Los mortales no están aquí para servirnos a nosotros, los dioses. Somos nosotros quienes servimos a ellos, velando por su bienestar y manteniendo el equilibrio en el mundo.

Arqueé una ceja con incredulidad. —¿Servir a los mortales? ¿Acaso han olvidado quiénes son ustedes, quiénes somos nosotros? Somos seres divinos, superiores a esos simples mortales que apenas merecen nuestra atención.

Atenea suspiró con paciencia. —Los mortales son la esencia misma de nuestra existencia. Sin su fe, sin su devoción, nosotros no somos nada. Nuestro poder emana de ellos, y es nuestro deber protegerlos y guiarlos en su camino.

Fruncí el ceño ante las palabras de Atenea, pero antes de que pudiera responder, Zeus intervino con autoridad. —Basta, Morfeo. Tu arrogancia no tiene lugar aquí. Es hora de aceptar tu destino y enfrentar las consecuencias de tus acciones.

Con un gesto de su mano, Zeus pronunció las palabras de destierro, envolviéndome en una luz brillante que me transportó lejos del Olimpo hacia mi nueva vida como un ser mortal en la Tierra

𝑺𝒖𝒆𝒏̃𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑶𝒍𝒊𝒎𝒑𝒐: 𝑼𝒏 𝒅𝒊𝒐𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora