¿Dónde está Wally...Digo, Percy?

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Capítulo 3

Mis pasos resonaban en las bulliciosas calles de Nueva York mientras mi mente se sumergía en un torbellino de pensamientos. Recordaba las hazañas de Percy Jackson, el valiente semidiós que desafió a los titanes y salvó el Olimpo en innumerables ocasiones. ¿Podría él ser la clave para desentrañar el caos en el que me encontraba? Decidido a encontrar respuestas, me adentré en los rincones de la ciudad, buscando cualquier pista que me condujera hacia Percy. Sabía que era un semidiós nacido en Nueva York, hijo de Poseidón, y que tenía una extraña afición por la comida azul. Pero más allá de eso, no tenía indicios claros. La ciudad, vasta y desconocida para mí, parecía un laberinto, y no sabía por dónde empezar.

Recorrí los lugares más emblemáticos donde se decía que Percy solía estar, pero los mortales a mi alrededor parecían completamente ajenos a su existencia. Fue entonces cuando me encontré con un museo que albergaba una galería dedicada a la antigua mitología griega. Con una mezcla de esperanza y escepticismo, decidí adentrarme, buscando alguna señal de los dioses o de Percy. Las estatuas y pinturas que adornaban las paredes me observaban con una intensidad silenciosa, pero ninguna ofrecía pista alguna sobre el paradero de Percy. Me senté frente a una de las estatuas, elevando plegarias en mi mente, un intento desesperado por llamar su atención. Pero el silencio del museo solo amplificaba mi frustración. Decidido a no rendirme, continué mi búsqueda, ahora con más cautela al cruzar las calles abarrotadas de la ciudad. Aunque comprendía mejor el funcionamiento de los semáforos, Percy seguía sin aparecer. Mi escaso conocimiento sobre la vida mortal me hacía sentir perdido y vulnerable en este entorno.

La frustración aumentaba con cada paso que daba, pero sabía que no podía rendirme. Con renovada determinación, seguí explorando la ciudad, con la esperanza de que algún día encontraría a Percy y resolvería el caos que había desatado mi expulsión del Olimpo. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos cálidos y dorados que se mezclaban en una danza celestial. La tarde llegaba a su fin, y con ella, la intensidad del día parecía disiparse. Me dejé caer junto a un árbol, sintiendo el peso del cansancio acumulado en cada músculo de mi cuerpo.

Mis pensamientos revoloteaban en mi mente como mariposas inquietas, buscando una salida. La frustración y el agotamiento se entrelazaban, abrumándome. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo podría encontrar a Percy en una ciudad tan vasta y ajena para mí? Observé las ramas del árbol, meciéndose suavemente por la brisa de la tarde. Una sensación extraña se apoderó de mí, una mezcla de nerviosismo y ansiedad ante lo desconocido. ¿Sería seguro pasar la noche al aire libre en medio de una ciudad tan bulliciosa como Nueva York? Mis sentidos estaban alertas, como si esperaran algún peligro oculto en la oscuridad que se acercaba.

El dolor se hacía presente en cada fibra de mi ser, recordándome las largas caminatas y la fatiga acumulada. Un dolor punzante en el estómago me recordó que no había comido desde que desperté en el parque. ¿Cuánto más podría resistir sin descanso ni alimento? Tomé una decisión: necesitaba un breve respiro antes de continuar mi búsqueda. Me recosté contra el tronco del árbol, cerrando los ojos y dejando que la calma del momento me envolviera. El suave susurro de las hojas me acunaba como una canción de cuna, y poco a poco, el peso del cansancio comenzó a disiparse.

La noche caía rápidamente, trayendo consigo la incertidumbre de lo desconocido. Pero por ahora, en ese efímero instante de paz, encontré refugio en la quietud del atardecer.

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Mientras me sumía en mis pensamientos, ajeno al peligro que acechaba en la oscuridad, un rugido ensordecedor rompió el silencio de la noche. Mis sentidos se agudizaron instantáneamente, alerta ante la inminente amenaza que se acercaba. Antes de que pudiera reaccionar, una criatura monstruosa emergió de las sombras, con el cuerpo de un león, la cola de un escorpión y la cabeza de un hombre malévolo. Una manticora, enviada por alguien que me detestaba y siempre había deseado mi desgracia.

𝑺𝒖𝒆𝒏̃𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑶𝒍𝒊𝒎𝒑𝒐: 𝑼𝒏 𝒅𝒊𝒐𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora