Capítulo 10: El comienzo de la soledad...

68 7 0
                                    

Habían pasado unos días desde el accidente, y mis abuelitos me dijeron que ahora viviría con ellos. Supongo que mis papás siguen heridos y no pueden cuidarme, así que traté de portarme muy bien y no contradecirlos, aunque en el fondo extrañaba mucho a mis papás. Quería verlos y pedirles perdón por haber causado tantos problemas en sus vidas.

Yo solo quería que ellos volvieran a quererse y respetarse, que dejaran de pelear tan seguido y en vez de eso se demostraran amor. Escuché a la abuela decir que necesitaban tiempo a solas para hablar y reconciliarse, así que guardé mis sentimientos para no complicar las cosas. Además, mientras tenga al señor Panda, todo estará bien. Él nunca me dejaría; habíamos prometido envejecer juntos, y me aferraría a él, mi fiel amigo.

Vivir con los abuelos no era tan malo. Ellos siempre me cuidaban y se preocupaban por mí.

Por las mañanas ayudaba al abuelo a preparar el desayuno, y decía que tenía talento para la cocina, seguramente lo heredé de él, que era el mejor cocinero que conocía. También era muy divertido; sabía cómo convertir una tarea aburrida en un momento lleno de risas y travesuras. La abuela no se quedaba atrás, me ayudaba a vestirme y me hacía lindos peinados. Por las noches, ambos me contaban historias y vigilaban mis sueños.

Aunque también trabajaban, eso no les impedía ocuparse de mí. Era demasiado feliz a su lado... y por momentos me sentía culpable.

Mientras yo disfrutaba aquí, mis papás estaban tratando de salvar su matrimonio, y todo por mi culpa... quizás no merecía ser feliz...

5 años después del accidente:

La época que viví con mis abuelos fue la mejor de mi vida. Aunque solo duró un año, realmente deseaba quedarme con ellos. Sin embargo, tenía que volver a mi casa, y seguramente no los volvería a ver por un largo tiempo, así que le dejé al señor Panda al abuelo. Le dije que lo cuidara mucho, como si fuera yo, para que no se quedaran solitos y tuvieran alguien que les hiciera compañía. Al principio, la abuela se negó porque decía que yo lo necesitaba, y tenía razón, pero sentí que era el momento de despedirme de mi viejo amigo. Le prometí que volvería por él, que cuando todo estuviera bien regresaría a visitarlos a todos. Los abracé como si fuera el último abrazo y, con lágrimas en los ojos, tuve que despedirme de ellos.

Al llegar a la ciudad, nos cambiamos de casa para tener un nuevo ambiente, un nuevo comienzo. Pero podía sentir que algo había cambiado. Por más que todo era nuevo, percibía que algo no iba bien. Quise no pensarlo demasiado; quizás eran ideas mías y no quería arruinar ese momento en el que todo debería mejorar...

Pasó el tiempo, y traté de ser positiva. Mis padres se dedicaban a su trabajo y cada vez dejaban de venir a casa. La mayoría de las veces me quedaba sola en ese enorme lugar. Si bien habían solucionado sus diferencias, se habían vuelto más distantes conmigo, y no entendía por qué ni qué había hecho mal. Por eso, me esforcé en clases para no causar más problemas.

Pero me resultaba tan incómodo estar cerca de ellos. No sé qué había pasado, pero algo se había roto en nuestra relación, y ahora no podía ni comer en la misma mesa o mirarlos a los ojos. Sentía que ellos no eran felices, que yo no los hacía felices. Mi mente me lo repetía infinidad de veces, por eso estar cerca de ellos me lastimaba. No había superado aquella pelea que me llevó a pensar que yo era la culpable de sus problemas, y muy en el fondo me sentía completamente herida.

Por eso me aferré al colegio. Quería ir todos los días; incluso me inscribía en clases extras para pasar el menor tiempo posible en casa. La casa siempre estaba vacía, y esa soledad me recordaba los gritos y regaños que resonaban en cada rincón. Además, ellos ni cuenta se daban si estaba o no.

Tratamiento de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora