Capítulo 26: La fiesta - parte II, Caos.

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Levanté la cabeza, sintiendo el ardor en la garganta, y vi la cara de Félix, que estaba igual de hecho polvo que yo. Sus ojos celestes, normalmente tan brillantes, estaban hinchados y rojos, y su cabello estaba enredado y pegado al rostro, que le daba un aspecto terrible.

— ¿Qué haces aquí, Félix? —murmuré, mi voz sonaba áspera y entrecortada por el alcohol.

— Mi habitación está al fondo —respondió, su tono quebrado y suave, casi como si estuviera pidiendo permiso para existir—. La tuya está en el pasillo de al lado.

Genial, me había equivocado de pasillo; ni siquiera podía encontrar mi propia habitación.

— Teo... —me llamó de nuevo con preocupación, mirando el charco de vómito que había dejado en el suelo como si fuera el nuevo adorno de la mansión—. ¿Estás bien?

Me reí, mordiendo mi labio para mantener las lágrimas a raya, y me limpié la cara con la manga de mi camisa.

— Estoy bien —respondí cortante—, solo bebí más de la cuenta, como siempre. ¿Y tú? ¿Dónde te habías metido? —le pregunté, intentando desviar la conversación—. Te estaban buscando; Javier creía que incluso te habías escapado.

El rubio bajó la mirada, sus hombros temblando un poco, y de repente empezó a llorar, su lagrimas caían rápido por sus rosadas mejillas.

— No quiero volver al prostíbulo, Teo —dijo entre lágrimas, su voz fracturada y desesperada—. No quiero... No puedo... No puedo hacerlo más.

Mis ojos se abrieron de par en par y el pánico se instaló en mi pecho, ¿Qué debía decirle?, Soy pésimo para consolar a los demás, si yo mismo soy un desastre andante, con mis propios traumas personales ¿cómo mierda iba a pretender ayudar con los suyos? Las lágrimas siempre me incomodaban.

— Eh... —intenté empezar, pero no tenía ni idea de cómo seguir; las palabras se me atoraron en la garganta, bloqueadas por el alcohol y la falta de costumbre de... bueno, ser útil—. No llores, ¿vale?

Sus ojos azules llenos de angustia, me hicieron sentir como el peor imbécil del mundo. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Darle una palmada en la espalda? ¿Decirle que todo estaría bien cuando claramente no lo estaba?

— Mira, no sé consolar —admití, pasándome una mano por el cabello, sintiendo el mareo aumentar—. Pero... no sé, supongo que... no estás solo, ¿está bien? O algo así... Yo también estoy aquí.

Ni siquiera estaba seguro de que mis palabras tuvieran algún sentido, pero era lo mejor que podía ofrecer.

Félix empezó a sollozar, su cuerpo temblando mientras las lágrimas caían. Sin decir algo, se acercó, y antes de que pudiera darme cuenta, se acurrucó a mi lado, apoyando su cabeza en mi hombro.

Mi primer instinto fue alejarme; el calor de su cuerpo tan cerca del mío me incomodaba, erizándome la piel, pero al ver cómo su pequeño cuerpo temblaba con cada sollozo, me sentí... atrapado. ¿Que iba a hacer? Patearlo hubiera sido cruel.

El omega no se movía, ni dejaba de llorar, así que simplemente dejé que se quedara. No dije nada, no hice ningún movimiento; ni siquiera sabía donde poner las malditas manos.

Su respiración empezó a calmarse un poco, pero seguía llorando sutilmente. Noté que había comenzado a golpear sus manos una sobre otra en forma de puño, una manía suya que lo ayudaba a tranquilizarse, y que a mi me irritaba. Sin pensarlo mucho, le puse la mano encima para detener el golpeteo, apretando suavemente sus manos entre las mías.

Laberinto de Estocolmo (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora