Capítulo 32: El Encuentro

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POV: Félix.- 


No tenía ni idea de qué estaba pasando -para variar-, así que me quedé un momento en la habitación, intentando calmar los nervios. Solo necesitaba respirar y seguir adelante, como siempre. Salir a buscar clientes o, con suerte, alguien que quisiera compañía un rato. Mientras mi mente divagaba, de pronto choqué con alguien. No fue un golpe fuerte, pero sí lo suficiente como para sentir que me había equivocado nuevamente.

—L-lo siento... —murmuré rápidamente, mis palabras tropezando con mi vergüenza. Levanté la vista despacito, esperando lo peor. Pero ahí estaba él... Era él, el hombre que había visto antes con esa mujer alfa.

Mi corazón se aceleró como loco. Sus ojos pardos me miraban con curiosidad, y yo... yo sólo pensaba en lo atractivo que era. Tragué saliva, sintiendo como mi nerviosismo crecía, olvidando cómo funcionaban las palabras.

—Fue mi culpa, lo lamento —dijo, su voz ronca me hizo estremecer un poco.

¿Un alfa? No... no lo era. No sentía el aroma que delatara su naturaleza, es un beta. Mis ojos lo recorrieron discretamente de arriba abajo, tratando de entenderlo, aunque lo único que logré fue que mi cerebro gritara "¡guapo, guapo!" cada vez más fuerte. No parecía alguien peligroso, pero mi instinto me decía que mejor no bajara la guardia.

Él seguía mirándome con atención, sus ojos fijos en los míos. Yo traté de hacer lo mismo pero mis ojos terminaron viajando al suelo.

—¿Eres el chico que se cayó del escenario? —preguntó, su voz ahora más suave que antes. Sus palabras parecían una caricia en el aire—. ¿Estás bien?

Ah, la vergüenza de ese momento. Sentí mis orejas ponerse rojas y traté de forzar una sonrisa.

—Sí... e-estoy bien —mentí.

Él frunció el ceño, pero no de manera amenazante, sino con una especie de ternura que solo me confundía más. Su mirada cálida me descolocaba, no estaba acostumbrado a esa clase de atención en los clientes.

—Tienes un moretón formándose en la mejilla. Debe dolerte.

—No es nada —contesté rápidamente, mis dedos jugando nerviosamente con el borde de mi short.

Pero él no me quitaba los ojos de encima ni un segundo y cuanto más me miraba, más incómodo me sentía.

—Tus ojos azules... —su voz se deslizó, mas baja, mas intima, mientras daba un paso hacia mí, acortando la distancia que me daba seguridad—. Me recuerdan a alguien que quise mucho. Son... muy bonitos.

Su aliento cálido me acarició a través de mi collar, y el espacio que solía protegerme desapareció. Me quedé quieto, casi sin respirar.

—G-gracias... —dije, con apenas un hilo de voz. No sabía qué más decir, ni qué estaba sucediendo exactamente. Solo... estaba ahí, parado sin moverme.

Él sonrió. No esa sonrisa burlona que estaba esperando, sino una sonrisa suave, casi nostálgica, como si estuviera recordando un amor perdido o algo parecido. Pero lo que me distraía más era su sonrisa. Dios, ¿cómo alguien puede verse más guapo con cada palabra que decía?

—No deberías estar aquí... —dijo de la nada, su tono no era de reproche—. Alguien como tú...

Por un segundo, su expresión cambió. Sus ojos pardos se volvieron más oscuros, pensé que iba a decir algo más profundo, pero en vez de eso, se apartó un poco, y lo vi buscar algo en el interior de su chaqueta. Con un movimiento lento, sacó una tarjeta negra, que deslizó con elegancia entre sus dedos. Dudé en recibirla, pero al final, la tomé con manos temblorosas.

—Si en algún momento, te atreves a dejar todo esto atrás, puedes ir a esta dirección. Di que te mando "C", e intentaré ayudarte. Nadie debería vivir encerrado para el placer de otros.

Sus palabras rebotaban en mi cabeza mientras observaba la tarjeta en mis manos. "¿Salir de aquí?". Era una promesa que sonaba demasiado bonita, demasiado imposible.

Justo cuando abrí la boca para decir algo, una voz femenina interrumpió el momento.

—"C", vámonos. Esos bastardos han llegado en manada, tenemos que movernos ya.

Era la mujer alfa de antes. Estaba parada en el pasillo, observándonos con el ceño fruncido, claramente impaciente. Su presencia era intimidante, su energía poderosa, y sentí mi columna rectificarse bajó su mirada.

—Voy, señora —respondió él con la misma calidez, sin alterarse en lo más mínimo.

Antes de seguirla, se giró hacia mí una última vez, y me revolvió el cabello. ¿Me acababa de revolver el pelo? ¿Cómo si fuera un perrito? Aunque debo admitir que, por alguna razón, me gusto. Me sonrió de nuevo como si este fuera nuestro pequeño secreto.

—Espero que nos veamos pronto, pequeño —susurró.

Lo vi alejarse, siguiendo a la alfa con pasos tranquilos, como si el mundo no le afectara. Me quedé quieto, con la tarjeta temblando entre mis dedos y el corazón acelerado, como si ese pedazo de papel negro fuera una llave mágica.

Quizás... tal vez debería seguirlo, correr tras él, decirle que sí, que me sacara de aquí.

Estaba tan cerca de tomar una decisión, pero me detuve, la voz de Toni volvió a mi mente. Nadie me cuidará como él, era mi verdad.

Cuando una mano pesada se cerró sobre mi hombro, apagando cualquier atisbo de valentía. Me giré para encontrarme con uno de los hombres de Toni, su expresión dura y su boca torcida en un gesto que gritaba desprecio,

—Oye, zorra —escupió con tono áspero—. Toni te está buscando. A su oficina, ahora.

—Voy... —murmuré, sintiendo la resignación en mi voz mientras el peso de mi vida volvía a caer sobre mí.

Con un último vistazo hacia el lugar donde el hombre había desaparecido, respiré hondo y me dirigí hacia la oficina del alfa. La mínima idea de escapar se desvanecía con cada paso que daba. Nunca podría salir de aquí...

Laberinto de Estocolmo (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora