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Sana definitivamente la había vuelto loca.

La rubia despertaba algo mágico dentro de ella. Jamás se había sentido de esta manera como lo hacía con la rubia... Tan fogosa y expectante. Estando con Nayeon nunca se sintió así. Por supuesto que las oportunidades en las que intimidaban eran pocas, pues la detective -en ese entonces una total confusión para Mina, en el que no tenía idea de lo que hacía su amante, realmente- nunca estaba en casa. Apenas y convivían. Recuerda muy vívidamente el principio de su relación, siempre estaban besándose, lo hacían con regularidad e intensidad, y a la pelinegra le encantaba aquello, pero, de pronto, luego de quizás los dos primeros años dejó de suceder. Como aún eran jóvenes, a Mina no le preocupaba el asunto, de hecho, pensaba que se debía a que era el momento de subir de nivel, comenzar a hacer otras cosas, tal vez iniciar a explorar el cuerpo de la otra sin inhibiciones. Y no se hallaba equivocada, hubo una época específica en la que una no podía quitarle las manos a la otra de encima... Sin embargo, no fue para siempre. Mina lo odiaba. Por años, relacionada con Nayeon, dejaba su mente fluir con recuerdos del pasado, o nuevas experiencias que se moría por intentar con Nayeon, pero que por su aparente adicción al trabajo, jamás sucederían, no se volverían algo tangible para la pelinegra, y le dolía porque era lo que ella más profundamente anhelaba.

La rubia, por otro lado, era simplemente caliente. Todo de ella le parecía caliente. Desde su melena rubia y desordenada, aunque al mismo tiempo perfectamente elaborada, hasta sus botas de tacón y pantalones de cuero. No era posible que fuese tan caliente con ropa. Pero es que todo de ella parecía de ensueño. Su rostro, perfilado, tallado con tanta delicadeza, que le daba las facciones más femeninas y perfectas que había admirado de cerca alguna vez; sus ojos, grandes y castaños, que la miraran con amor y pasión, sus labios, carnosos y provocativos, usualmente cubiertos de lip gloss con tonalidades rojizas, tan sensual como ella sola. Sus cejas, fruncidas a la hora de trabajar, exudando seriedad y dedicación, o cuando estaba enfadada. 'Dios, cuando se enfadaba...' Mina mordió sus labios e inconscientemente apretó las piernas, lo que se estaba imaginando iba a calentarla de sobremanera, y cuando llegara la rubia... Casualmente olvidaría sobre qué asunto importante debían hablar.

¿Ven a lo que se refería? La rubia, en efecto la estaba volviendo loca.

La mayor parte del tiempo se la pasaba en su cabeza, imaginando atrocidades sexuales con su linda blonde, dejaba explorar su mente pensando en la rubia. Estaba como poseída, pasaba el 80% pensando en desnudarla, y el otro 20% en cómo la desnudaría ella. Sana despertaba su lujuria, la despertaba y le daba cafeína para que no durmiera nunca más.

Y toda esta locura, la irregularidad hormonal que estaba presentando la llevó a prepararse para una campaña erótica. El primer día que se acostó con la rubia, deseó ser una de estas mujeres que hablaban y opinaban abiertamente sobre el sexo. Ella nunca fue así, creció en un ambiente de padres reservados, y además de Nayeon, no se había acostado con alguien más, antes de Sana. Entonces salió a comprar artículos para satisfacer sus mórbidos deseos. Compró un par de esposas y un conjunto de lencería. Con el tiempo, que fuera adquiriendo confianza compraría artículos un poco más interesantes.

El timbre la sacó de sus pensamientos, tanto que, al reconocer el sonido, permaneció estática sin poderlo creer. Perdió el tiempo divagando en su amante, era perversa, tanto que al colocarse sus prendas íntimas nuevas, no se terminó de vestir. Estaba a punto de hacerlo, pero el timbre volvió a sonar. Suspiró, rodeó su cuerpo con una bata y fue hasta la puerta del departamento a abrirle a la rubia. La hizo pasar y ofreció un vaso de agua, que negó y entonces Mina se quedó sin ideas. No tuvo tiempo de pensar en lo que harían cuando estuvieran juntas, solo pensó en mostrarle su prenda y ver qué sucedía luego de eso.

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⏰ Última actualización: Aug 31 ⏰

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