El joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta.
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⚠ Faltas ortográficas
En el mundo del espectáculo, hay rostros que todos conocemos, nombres que, cada vez que pronunciamos, evocan admiración. Son figuras que nos hacen creer en un ideal de perfección, envueltas en un aura casi inalcanzable.
Una de esas figuras es Emily Scott: actriz, modelo, y la favorita de directores de cine, fotógrafos, y de los innumerables tableros de Pinterest. Conocida tanto por sus papeles en la pantalla grande como por su magnética personalidad y la sonrisa que ilumina portadas de revistas alrededor del mundo. Para la mayoría de las personas, parecía habitar en una realidad completamente diferente.
Aidan, claro, no podía negar que había visto una que otra de sus películas, casi siempre por insistencia de su hermana, Emma. Y aunque no lo admitiría fácilmente, le habían parecido fascinantes. No es que no supiera quién era Emily Scott, simplemente, nunca imaginó que podría llegar a conocerla. Porque, seamos realistas... ¿qué posibilidades tenía alguien como Aidan, un chico cualquiera que trabajaba en la pequeña librería de su familia, de cruzarse con una estrella de cine?
Aunque vivieran en el mismo país, había un abismo de distancia entre los dos mundos. Aidan vivía en Seattle, en Belltown, un barrio moderno pero acogedor. A unos pasos del icónico Space Needle y no muy lejos del tranquilo Lago Union. A veces, podía pasear por el bullicioso Pike Place Market, con sus pescados voladores y su pared de chicles, o caminar hasta la universidad donde estudiaba.
De niño, solía frecuentar el viejo cine del barrio, y justo debajo de la casa de la puerta azul donde vivía con sus padres y su hermana, estaba la librería-cafetería que su familia había inaugurado antes de que él naciera. Era un lugar cálido y nostálgico, lleno de libros y donde las tardes se llenaban del aroma de café recién hecho.
Y así, mientras el mundo de Emily Scott brillaba bajo los reflectores, el de Aidan giraba en torno a libros, clientes habituales y el crujir de las hojas otoñales en las aceras de Belltown. Dos mundos separados por mucho más que kilómetros.
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Aidan pasó a la siguiente hoja del libro que sostenía con la mano izquierda mientras apoyaba su cabeza con la derecha. Iba por la mitad del nuevo libro que habían traído a la librería. Siempre que llegaba una nueva historia, él se sumergía en ella para determinar si era lo suficientemente buena como para recomendarla a los pocos clientes que frecuentaban la tienda.
Los días de otoño se volvían más largos, o al menos así lo sentía él. Aunque la estación apenas comenzaba, algunos días el sol brillaba con fuerza, y Aidan los disfrutaba, ya que prefería el clima soleado al nublado. Sin embargo, en otras ocasiones, la ciudad se cubría de nubes oscuras que amenazaban con lluvia, lo que bajaba su ánimo. A pesar de eso, le encantaban los colores de las hojas en las veredas de los parques y el crujir de éstas bajo sus pisadas.
El sonido de la campana de la puerta rompió el silencio del lugar. Aidan levantó la mirada como siempre hacía cada vez que alguien entraba, dispuesto a ofrecer una sonrisa amable. Esta vez no fue la excepción, pero al ver a la joven que acababa de entrar y se dirigía directamente a los estantes, su expresión cambió de amabilidad a confusión, cuando ella ni lo miró.