El joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta.
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Aidan llegó al campus un poco más tarde de lo habitual. Se había quedado dormido, y aunque no era el fin del mundo, le molestaba empezar el día con prisas. El sol de la mañana iluminaba las grandes ventanas del edificio principal mientras cruzaba el jardín a paso rápido. Ya podía sentir el aroma a café proveniente de la pequeña cafetería al lado de la biblioteca.
Caminaba directo hacia el aula de Filosofía cuando vio a un grupo de estudiantes reunidos en el pasillo, discutiendo acaloradamente sobre algo. Se detuvo un momento para observar. Parecía que habían colgado una lista de notas del último examen.
—Oh no, ahí vamos —dijo Aidan para sí, acercándose lentamente.
—Aidan, ¿viste esto? —preguntó Sarah, una compañera de clase, con una mezcla de incredulidad y risa en la voz—. ¡El examen más difícil del semestre y lo pasaste como si nada!
—¿En serio? —preguntó Aidan, alzando las cejas con sorpresa, aunque trataba de ocultar una sonrisa—. ¿Tan mal les fue a los demás?
Sarah le entregó la hoja de calificaciones y Aidan vio su nombre en la parte superior. Un perfecto 98.
‹‹Gracias, Dios. Eres grande›› pensó.
—No está mal —bromeó, mirando de reojo a Sarah—. Pero creo que debí haber sacado un 100.
—Cállate, Gallagher —le respondió Sarah entre risas—. Yo apenas pasé y ya te escucho quejarte de no obtener la nota perfecta.
—Es que uno tiene que aspirar a lo más alto, ¿sabes? —contestó Aidan con una sonrisa burlona, antes de devolverle la hoja y seguir su camino—. La próxima vez te paso mis apuntes. Tal vez logres un 70.
—¡Gallagher, eres un imbécil! —gritó ella en broma mientras Aidan desaparecía en el pasillo.
Ya en el salón, el profesor ya había empezado su clase sobre filosofía existencialista. Aidan encontró su asiento habitual al fondo, junto a la ventana. Le gustaba sentarse ahí, un poco alejado del bullicio, donde podía observar tanto lo que sucedía afuera como dentro del aula. Sacó su cuaderno y comenzó a tomar notas, aunque su mente no podía evitar divagar de vez en cuando.
Una hora después, la clase terminó y todos empezaron a recoger sus cosas. Aidan se quedó un momento mirando por la ventana. Algo en el cielo gris de Seattle le hacía sentir una especie de nostalgia que no terminaba de entender. Sabía que tenía un examen la próxima semana, pero, por alguna razón, no estaba motivado a estudiar como de costumbre.
Aidan salió del aula, caminando por los pasillos abarrotados de estudiantes que parecían tener prisa por todo. Aunque él intentaba mantenerse relajado, su mente estaba llena de pensamientos sobre lo que vendría en las siguientes semanas. La universidad estaba bien, su vida con su familia era cómoda, pero había algo que faltaba. Algo que no podía terminar de definir.