El joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta.
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El celular de Emily había permanecido apagado desde que salió de su apartamento. Antes, ignorarlo por más de un día habría sido un logro; siempre intentaba alejarse de la pantalla, aunque rara vez lo conseguía. Pero esta vez no era una elección, sino una necesidad.
Cuando lo encendió, una avalancha de notificaciones explotó en la pantalla. El sonido era rápido, atropellado, como si el aparato intentara ponerse al día con todo lo que había ignorado. Emily cerró los ojos por un momento, preparándose. Sabía exactamente de qué se trataba: especulaciones, opiniones, teorías sobre las fotos. Ocurrió ayer, y flotaba en su mente, un recordatorio constante de lo ingenua que había sido con Brad.
No necesitaba leer lo que la gente decía, ni a favor ni en contra. No quería ver los comentarios de desconocidos que, escondidos tras una pantalla, se sentían con derecho a opinar sobre su vida. No era que no le importara, sino que no tenía la valentía suficiente para enfrentarlo.
Deslizó la pantalla hasta encontrar el nombre de Brad. Ya no tenía un apodo cariñoso, ni estaba fijado en la parte superior de sus chats. Ahora era solo Brad, enterrado entre viejas conversaciones. Un chat bloqueado. No recordaba en qué momento lo había hecho, si había sido un impulso o una decisión consciente, pero tampoco importaba. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió culpa. No hubo nudo en el estómago, solo un leve alivio. Un cierre que no había esperado, pero que llegó de todos modos.
El sonido de una llamada la sacó de sus pensamientos. Louis, su manager. Solo con ver el nombre en la pantalla, supo que le esperaba una conversación larga y agotadora. A él no podía evitarlo.
No se equivocó. La llamada duró varios minutos en los que Louis le explicó cómo estaba manejando la situación y le dio una lista de instrucciones, algo que ya era rutina. Siempre tenía que estar escuchando alguna indicación suya. Se había convertido en una especie de padre para ella o, al menos, en ese tío sobreprotector que siempre busca lo mejor para ti.
Y como su abuela decía, Emily debía hacerle caso. Solo tenía veinte años y aún no conocía lo cruel que podía ser el mundo. Hasta ahora, claro.
—Todas las imágenes están siendo borradas y denunciadas cada vez que las suben de nuevo —le aseguró Louis antes de despedirse. Y luego, con su tono firme de siempre, añadió—: Espero que estés practicando tus líneas.
Emily soltó un suspiro frustrado. Su mente estaba invadida por las fotos, por Brad, incluso por Aidan y la familia de él. Entre todo eso, había olvidado que, después de las fiestas, debía viajar al Reino Unido para comenzar los ensayos.
El guion descansaba en su bolso. Siempre lo llevaba consigo, pero últimamente no le había prestado la atención que merecía.