El joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta.
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Emily había invadido la mente y los pensamientos de Aidan. Cada mañana, lo primero que hacía era revisar su celular, esperando encontrar un mensaje de ella, aunque ya habían pasado cinco días desde su partida. Desde el primer día, había contado las horas hasta el cumpleaños de su hermana, deseando verla de nuevo.
En ese tiempo apenas habían hablado por teléfono, intercambiando solo mensajes breves, saludos y algún comentario ocasional sobre su día. Ella siempre se quejaba de lo agotador que era su trabajo, y Aidan estaba igual o peor que ella. Su padre, al notar que él ya no salía como antes, lo había puesto a trabajar más horas en la librería, recordándole que había descuidado esa responsabilidad. Pero, Aidan apenas lograba concentrarse. Se movía lento, distraído, con la mente siempre en otro lugar, especialmente cuando pretendía leer un libro.
Lo que más lo atormentaba era no haberla besado la última vez que estuvieron juntos. Una madrugada, mientras estaba despierto, recordó sus palabras: «Y un gran besador». Fue en ese momento cuando entendió lo que ella había querido decirle, una indirecta que él no había captado a tiempo. Se sintió estúpido. ¿Por qué no lo hizo? Desde aquella vez en la mansión, el primer y único beso que compartieron, no había dejado de pensar en la sensación de sus labios. Sin embargo, no se había atrevido a repetirlo. Tenía miedo de que ella lo rechazara, creyendo que ese beso fue solo un producto del momento, algo fugaz e irrepetible. Para él, habría sido perfecto terminar ese día con un último beso, pero la oportunidad se había esfumado, dejándolo con el peso de la duda.
«Emily... Emily... Emily...», se repetía en su mente. «¿Qué me has hecho?», se preguntaba mientras su mirada se quedaba fija en un cartel medio cubierto donde ella aparecía promocionando su última película. Las calles no lo dejaban en paz. Su rostro estaba en todas partes, y cada vez que la veía, su decisión de mantenerse alejado flaqueaba. Los recuerdos de los momentos que compartieron lo invadían sin piedad.
Algo había cambiado. Ya no veía a Emily como la actriz inalcanzable que antes había ignorado, la estrella que su hermana admiraba en secreto, la imagen de una campaña de perfumes o la protagonista de una película de éxito. Ahora, ella era simplemente Emily, la chica con la que había reído, quien le confió partes de su infancia, con quien había compartido pensamientos sobre el amor. Ella ya no era solo la estrella, sino alguien más cercano, más real. Una amiga. O al menos, eso intentaba convencerse.
Todos a su alrededor lo notaban. Sus amigos, su familia, incluso sus compañeros de clase le preguntaban qué le pasaba, pero él esquivaba las preguntas o restaba importancia al asunto. Aunque con Summer, Ben y Liam, la situación era diferente. Ellos no lo dejaban escapar tan fácilmente.
—Es una chica, ¿verdad? —preguntó Liam, con una mirada inquisitiva. Los otros dos lo observaron en silencio, esperando su reacción.
El nerviosismo de Aidan fue evidente, y en cuanto notaron su incomodidad, todos estallaron en carcajadas.
—¡Es una chica! —repitió Ben, riendo a carcajadas.
—¡No! Claro que no. —Aidan trató de defenderse, aunque sus protestas solo alimentaron más las burlas.
—Aidan está enamorado. Aidan está enamorado —canturreó Summer en tono burlón.
—¿Y quién es la afortunada merecedora del corazón de pollo de nuestro pobre Aidan? —preguntó Ben, con una sonrisa exagerada—. Solo espero que no sea como la última vez...
El comentario de Ben hizo que el ambiente se tensara. Un silencio incómodo cayó sobre ellos hasta que Aidan lo rompió con una risa forzada.
—No hay ninguna afortunada. No estoy enamorado —insistió, aunque sabía que sus palabras no convencían a nadie. Esperaba que eso pusiera fin a las burlas, pero solo las intensificó—. ¡Y no tengo corazón de pollo!
Aidan intentó distraerse durante el resto del día, pero todo lo que veía y escuchaba le recordaba a ella. La imagen que tenía de Emily, la actriz, había desaparecido, reemplazada por alguien más cercano, alguien con quien había compartido más que palabras. Ella era diferente. O quizá, él era el que había cambiado. Y cuanto más intentaba negarlo, más clara se volvía la verdad: Emily no era solo una amiga. Al menos, ya no lo era para él.
[...]
Más tarde, en la mesa, Aidan apenas prestaba atención a la conversación familiar. Estaba distraído, removiendo su plato con el tenedor, cuando de repente escuchó a su madre, Lauren.
—Y dice que lo obligué a ayudar en la librería —dijo Lauren con una sonrisa.
La risa suave de su padre, Rob, flotó en la mesa. Aidan frunció el ceño, claramente confundido. Había perdido el hilo de la conversación desde que se sentó a comer.
—¿A quién van a obligar? —preguntó, sin poder evitarlo.
—Estás distraído, Aidan —contestó su padre con una mezcla de reproche y preocupación—. ¿En qué tanto piensas?
—En la chica del cine —respondió Emma, su hermana, con una sonrisa burlona.
Y ahí estaba de nuevo. El rostro de Aidan se encendió en un rojo intenso, mientras una mezcla de incomodidad y nerviosismo lo inundaba. Lauren y Rob se miraron, levantando las cejas, igualmente curiosos.
—Cállate —susurró Aidan entre dientes, lanzándole una bola de servilleta a Emma.
—Aidan, no trates así a tu hermana —le reprendió su madre, mientras su padre se limitaba a sacudir la cabeza. Luego, Lauren agregó—. Max vendrá a la casa en estos días.
Aidan agradeció internamente el cambio de tema y sonrió levemente. Aunque no entendía por qué su primo, Max, vendría a la casa.
—¿Max? —preguntó, aún confundido—. ¿Por qué?
—Ves que sí estás distraído —bromeó su padre.
—Tus tíos tienen problemas económicos —explicó su madre, ignorando la broma de Rob—. Y el alquiler del lugar donde Max vive les está resultando caro, así que nos pidieron que lo acogiéramos por unos meses hasta que se acomoden.
—Ah, Max es divertido —recordó Aidan, pensando en las veces que se habían visto cuando eran niños—. Espero que siga igual.
—¡Lo es! —intervino Emma—. Hace unos días lo llamé para invitarlo a mi fiesta. Estuvimos charlando un rato. Me dijo que lo llames.
—Lo haré, si tengo tiempo —contestó Aidan.
—¡Perfecto! —intervino Rob—. Al menos se llevan bien. Solo tenemos que preparar el cuarto de visitas antes de que llegue.
Todos asintieron en aprobación. Para Aidan, Max era como un soplo de aire fresco, un primo que rompía con la seriedad de la vida cotidiana. Sus apariciones en las reuniones familiares siempre traían consigo un sinfín de anécdotas disparatadas, y aunque a veces parecía estar en su propio mundo, su lealtad era indiscutible. Max podía ser excéntrico, desordenado, e impredecible, pero detrás de esa fachada desenfadada, había alguien en quien se podía confiar, alguien que siempre estaba ahí cuando se le necesitaba.
Aidan miró su plato vacío, sin estar seguro de cuándo había terminado de comer. La conversación seguía fluyendo a su alrededor, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en sus pensamientos sobre Emily. Se levantó de la mesa con un suspiro ligero, agradeciendo a todos y mencionando que bajaría a la librería.
—Necesito un poco de tranquilidad —murmuró para sí mismo, mientras salía del comedor.
Sus padres lo miraron de reojo, y aunque no dijeron nada, Lauren lanzó una mirada cómplice a Rob, como si ambos entendieran que algo más pasaba con su hijo. Emma, en cambio, rodó los ojos, dispuesta a burlarse más tarde.
Aidan, sin embargo, no les prestó atención. Mientras bajaba las escaleras hacia la librería, trató de enfocarse en lo que tenía que hacer, pero su mente seguía volviendo a Emily.