La llegada de Max a casa de sus tíos fue una completa locura. Los padres de Aidan habían olvidado lo descuidado y desordenado que podía ser Max, lo cual solo aumentó el caos en su hogar normalmente impecable. La familia de Aidan siempre había sido maniática de la limpieza, mientras que Emma, aunque más relajada, seguía ciertas normas de orden.
La casa, normalmente impecable, empezó a acumular rastros del huracán que era Max: camisetas tiradas por los muebles, una taza rota en la cocina y un sillón que ahora parecía un depósito de chaquetas.
Tan solo habían pasado unos días desde su llegada, pero Max ya había notado lo distraído que estaba Aidan. Al principio parecía distante, como si viviera en una burbuja, pero ahora al menos contestaba sin que le repitieran la misma pregunta dos o tres veces. Intrigado, Max intentó averiguar lo que le pasaba preguntándole a Emma, pero ella encontró la forma de evadir la pregunta. Max, fácil de persuadir, terminó olvidando cuál era el motivo de la conversación y el la noche echado en la cama de su habitación maldijo al recordar la razón.
Cansado de no obtener respuestas de terceros, Max decidió enfrentarse a Aidan directamente y sacarle la verdad, aunque tuviera que hacerlo de manera persuasiva. Lo observaba desde la distancia, concentrado en su obsesiva tarea de ordenar los libros en el estante, del más grueso al más delgado. Cada vez que Max veía esa manía de perfección en su primo, un escalofrío recorría su cuerpo. No podía evitar recordar sus días de adolescentes, cuando solía bromear con que Aidan podía ser un psicópata en potencia por lo meticuloso que era, ya no creía en eso... bueno, no del todo. Entendió que era la única forma en como Aidan se sentía bien con todo lo que había alrededor suyo. Un poco triste para Max, pero satisfactorio para su primo.
La diferencia física entre ellos era notable. Aidan tenía el cabello cortado en capas de color marrón, que se aclaraba con el sol. Max, por otro lado, tenía el cabello rubio con raíces negras, que parecía pintado. Debido a su color de cabello, Max parecía un poco más pálido que Aidan y Emma, quienes tenían el cabello oscuro. Sin embargo, había algo que los unía: sus ojos claros y sus sonrisas grandes y casi perfectas. Aunque había pequeñas diferencias en sus sonrisas: Max tenía un diente chueco, Emma usaba brackets y Aidan rara vez sonreía con los dientes.
Después del incidente con unas cuantas tazas que Max rompió sin querer, Rob casi lo destierra de la tienda familiar. Como castigo, le habían asignado tareas más simples: atender la caja y ayudar a los clientes. Mantenerlo lejos de cualquier objeto frágil parecía una decisión sabia para todos.
Pero Max no podía resistir su curiosidad. Se acercó a Aidan con su característico desparpajo, agarrando algunos libros para fingir que colaboraba. Sin embargo, cada vez que colocaba uno en el estante, Aidan lo retiraba de inmediato y lo volvía a poner en su lugar, esta vez donde realmente correspondía según su riguroso orden.
—¿Te das cuenta de que tienes un problema, no? —comentó Max, cruzando los brazos mientras veía a Aidan corregir su trabajo por tercera vez consecutiva.
—¿Y tú no crees que hubiera sido mejor que te pusieras otra camiseta? —preguntó Aidan con burla.
Max frunció el ceño y miró su pecho, queriendo entender que era lo malo.
—¡Mi camiseta es perfecta!
—"Compulsive Masturber" —leyó Aidan las letras rojas mientras se reía—. No, no creo que lo sea.
El rubio indignado se cruzó de brazos. Aunque ya había sido regañado antes por su madre por las frases de sus camisetas, él aún no entendía el problema.
—Tú eres un reprimido —habló Max, encogiéndose de hombros.
—Claro —respondió Aidan, fingiendo importancia a lo que su primo dijo.
Aidan soltó una risa breve sin poder evitarlo, negando con la cabeza mientras seguía trabajando. Sin embargo, el tono insistente de Max, mezclado con su natural torpeza, hizo que se detuviera por un momento. Sus dedos quedaron suspendidos en el aire, y su mirada se perdió en algún punto entre los estantes.
—¿Me vas a decir qué te pasa o te tengo que sacar las palabras a la fuerza? —continuó Max, dándole un ligero golpe en el hombro para llamar su atención.
—No me pasa nada —respondió Aidan, encogiéndose de hombros.
Él levemente fastidiado por la resistencia de su primo, lo observo fingiendo una cara de cansancio. Aidan al ver su rostro, aplastó sus labios y miró al frente intentando evitar su mirada a toda costa.
—¿Qué pasa? Ábrete, amigo... Te hablo —insistió—. Soy Max... estoy teniendo contacto con tu vibración espiritual. ¿Entiendes? ¡Qué pasa! Dame con ella... ¿Es una chica, la librería o la universidad?
Aidan suspiró de resignación, dejando el libro que sostenía a un lado. Se sentó en una de las sillas cercanas, con los codos apoyados en las rodillas.
—Hay una chica —confesó finalmente, con una voz tan baja que Max tuvo que acercarse para escucharlo bien.
Max arqueó las cejas, sorprendido pero también entretenido.
—Claro, claro, ya sentía yo esa vibración femenina en el aire. Cuéntame, ¿qué pasa con ella? —preguntó, con una sonrisa traviesa que no tardó en borrarse al notar la seriedad en el rostro de Aidan.
—Es alguien que no es mía... y no lo será —continuó Aidan, pasando las manos por su cara, ofuscado.
Max entrecerró sus ojos y asintió con la cabeza repetitivas veces.
—Bien... sigue, querido primo.
—Es como si... como si hubiera probado algo único, ¿sabes? Y de repente te lo quitan. Y no hay forma de tenerlo de vuelta.
Max asintió lentamente, fingiendo comprensión mientras rascaba su barbilla.
—Sí, te entiendo perfectamente. Es como... cuando pruebas la salsa especial de la tía y luego nunca más la vuelve a hacer.
—Algo así —admitió Aidan, sin poder evitar una pequeña sonrisa ante la comparación absurda de Max. Pero luego, su expresión volvió a oscurecerse—. Es complicado, Max. Abrí una puerta, y ahora no puedo cerrar lo que vi al otro lado.
Max lo miró, serio por un segundo, y luego lanzó una carcajada.
—Una vez abrí una puerta en el sótano de la abuela, y había cosas bastante oscuras allí también. Pero te digo algo: de alguna manera, sobreviví.
Aidan negó con la cabeza, recostándose en el respaldo de la silla. Aunque Max no era precisamente el mejor consejero, hablarlo en voz alta hacía que el peso en su pecho se sintiera un poco más ligero. Al menos lo intentó ayudar.
[...]
Luego de algunas semanas, Aidan subió al autobús para regresar a su casa después de haber estado todo el día en la universidad. Cerró el paraguas que lo había protegido de la lluvia y se sentó al costado de un señor que leía un periódico. Aidan estaba cansado y aburrido de todo; su vida se había vuelto mucho más monótona de lo que siempre fue, y él estaba buscando algo para cambiarlo, regresando a su gusto por coleccionar álbumes de sus bandas favoritas.
En ese mismo momento, el hombre de barba canosa pasaba las hojas del periódico. Aidan, sin poder evitarlo, miró lo que estaba escrito, y su cuerpo tembló al ver el nombre de Emily Scott. Lo único que alcanzó a leer fue el nombre, pues el anciano cambió las hojas a deportes, demostrando su poco interés por el espectáculo.
Él no supo cómo reaccionar. Todo este tiempo la había estado evitando tanto como pudo, sin ver nada de ella ni escuchar nada relacionado. Pero esta vez se sintió diferente, tanto que cuando el hombre bajó en su parada, dejó el periódico en el asiento. Aidan no lo llamó, solo esperó que se fuera y agarró las hojas con desesperación. Buscó la noticia donde la mencionaban y su cuerpo tembló ligeramente al leerla.
«Emily Scott y Brad Thomas terminan su relación de dos años»
Y Aidan sintió una punzada de decepción al darse cuenta de que aún albergaba los mismos sentimientos que creía haber superado.
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Donde todo comenzó || A.G.
FanfictionEl joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta. ➹ Cover hecho por @DarkDevil_23 de @Star_Club_ ⚠ Faltas ortográficas
