Recuerdo que desperté sobresaltada en plena madrugada. Algo no estaba bien. Sentí la cama mojada y, al reaccionar, me di cuenta de lo que estaba pasando: había roto bolsa. Un dolor insoportable me atravesó el cuerpo, tan fuerte que no pude contener el grito que salió de mis labios. Grité con todas mis fuerzas, llamando a Gabriela. Ella corrió hacia mi habitación, alarmada, y lo primero que le dije fue: "La cosa esta está por nacer por fin, pero ¡cómo duele, la puta madre!"
Gabriela me miró de reojo, tratando de mantener la calma a pesar del caos que había estallado en ese momento. "No le digas así," me dijo con firmeza, "se llama Josefina." Pero yo estaba tan desesperada que solo le respondí con un simple "sí, como digas," antes de soltar un quejido de dolor. "Llévenme al hospital, ¡ya no aguanto más!"
El viaje al hospital fue un borrón de dolor y miedo. A esas alturas, yo ya había firmado todos los papeles legales que decían que, en cuanto naciera la bebé, dejaría de ser mía. Gabriela y Martín serían sus padres legales. Había decidido que no quería nada que ver con la niña. No quería encariñarme, no quería sentir nada por ella. Solo quería que todo terminara.
El parto fue bien, todo dentro de lo esperado. La niña nació sana y fuerte. Cuando la enfermera la levantó, me preguntó si quería tenerla en brazos. "Querrá ver a su mamá," me dijo con una sonrisa suave. Y yo, tan firme en mi decisión de no encariñarme, me negué. No quería verla, no quería sentir nada. Había pasado los últimos meses intentando no pensar en ella, en lo que significaría verla.
Pero mientras la enfermera esperaba mi respuesta, algo dentro de mí empezó a quebrarse. Las ganas de verla, de tenerla en mis brazos, me ganaron. Contra todo lo que me había prometido, terminé aceptando. "Está bien," le dije, casi en un susurro, "tráemela."
Cuando la pusieron en mis brazos, sentí que el mundo se detenía. Ahí estaba ella, tan pequeña, tan frágil, y tan parecida a mí. Era hermosa. Mi corazón, que había estado tan endurecido, se derritió en ese instante. No pude contener las lágrimas que comenzaron a correr por mis mejillas. Lágrimas de arrepentimiento, de dolor, de amor.
"Perdón," le susurré, mi voz quebrada por el llanto. "Perdón por querer deshacerme de ti, por no querer verte. Perdón, mi pequeña Josefina." Porque ahora, al tenerla en mis brazos, me di cuenta de que ya la amaba. La había amado sin darme cuenta, mientras acariciaba mi vientre en las noches, mientras miraba su ropita en silencio. Y ahora, debía entregarla. Debía dejarla ir, porque los papeles legales decían que ya no era mi hija. Pero en ese momento, en ese instante, ella era todo lo que yo tenía.
No sabía cómo iba a seguir adelante, cómo iba a dejarla ir. Pero sabía que debía hacerlo. Porque, aunque mi corazón se rompía en mil pedazos, sabía que lo mejor para ella era estar con Gabriela y Martín. Ellos podían darle una vida que yo no podía. Pero eso no hacía que doliera menos.
Mientras la enfermera se la llevaba, sentí como si una parte de mí se arrancara. Y supe que, aunque la dejara ir, nunca podría olvidar a mi pequeña Josefina...
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LoveTheLife
Подростковая литератураY todo Comenzo atraves de un "Donde la llevo Bebe" Historia de amor, con giros, dramas y accion.