Color Argén: Tibieza.

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Color Argén: Tibieza.

●Levi Ackerman.

El sabor que desprendía era el de la miel de la mañana sobre el pan tostado recién salido del horno, con un toque ligero de té tibio, el aroma a jabón de orquídeas que desprendía de la piel luego de un largo baño, el tacto suave y al mismo tiempo tenso por la ocasión. Las vibraciones que emitía, incluidos los latidos incesantes de su corazón, dando tumbos en la caja torácica. El sudor que recorría su cuello. Cada detalle. Cada microsegundo transcurrido... Todo.

El recuerdo hace que me altere y me sienta mareado, como si me quitara fuerzas.

Me tambaleo por el pasillo, la visión se me distorsiona, aunque solo es un instante y luego vuelvo a estar bien, me adentro al cuarto de baño, me lavo la cara y me miro al espejo.

Siento que estoy muy pálido y con marcas violetas debajo de los ojos, me siento algo débil. Me mojo la cara con agua fría, eso hace que me estremezca como si tuviera mucho frio.

Al salir del baño, vuelvo a tambalearme y empujar una repisa con la cabeza, aunque no siento que haya sido un gran golpe, todo me vibra dentro del cráneo y recorre mi espina dorsal.

—¿Levi? —Eren se acerca hasta donde estoy, un tanto curioso, pero al ver que no me encuentro del todo bien, se alerta. —¿Qué te pasa? ¿Qué sucede?

Niego lentamente, pero el movimiento me marea y el mundo se mueve.

—Oh, Dios, tienes fiebre.

Sus manos están tibias.

Me intenta llevar a cuestas, pero no tiene la fuerza física necesaria y termina llevándome a medio rastras a mi habitación y con un esfuerzo extra me apoya en la cama, logrando recostarme correctamente.

—¿Qué hago? ¿Qué hago? —se dice a si mismo dando pasitos nerviosos. —Iré por una compresa de agua fría.

Siento mucho frio de repente, trato de levantarme y tomar una cobija del armario, pero el esfuerzo me cuesta tambaleos y tropiezos, pero al final logro.

—No te muevas. —con su ayuda vuelvo a mi cama, me cubre con la cobija y luego me pone la compresa en la frente, el tacto hace que me queje e intente quitármela.

—Esta frio.

—Sí, necesito bajar la fiebre. Déjame ponértela. —me quejo, pero al final gana la batalla.

La vista se me nubla y las fuerzas terminan por desaparecer de mi cuerpo.

—Ah, en este momento lamento no haber estudiado medicina. —se queja. —Iré al botiquín a ver si hay pastillas antifebriles.

Se aleja, los pasos que hace me resuenan en los oídos, me quejo y trato de moverme, pero los músculos me duelen y la compresa se mueve dándome escalofríos de nuevo.

—Solo encontré esto, espero que sirva. —me ayuda a incorporarme un poco y me da la pastilla, seguido de un trago de agua, el medicamento raspa mi garganta y hago una mueca. No me gusta.

—Jamás te he visto enfermo, es extraño. —comenta entre sorprendido y preocupado.

—Solo es un resfriado. —trato de decir, aunque creo que ha salido más como un graznido oxidado.

Noto que sonríe divertido.

—Ahora me toca cuidarte. —comenta tocándome la frente.

Sus manos son tibias, sus dedos suaves, me agrada. Cierro los ojos entregándome a la tierna caricia. Los temblores vuelven una vez más, esta vez acompañados de arcadas, rápidamente se mueve en busca de un bote para que pueda devolver, es asqueroso, pero para él parece algo sin importancia, me da palmaditas en la espalda y me quita el cabello de la frente, una vez que expulso todo me facilita una toallita húmeda para limpiarme.

Tinta de AcuarelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora