Color Amaranto: ¿Estoy equivocado?

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Color Amaranto: ¿Estoy equivocado?

●Levi Ackerman.

A veces las acciones idiotas vienen acompañadas de un montón de pensamientos acusatorios que te gritan que no fue la mejor decisión que pudiste tomar en la vida y se dedica a apuñálate por la espalda exigiéndote que te arrepientas, como si hubieses cometido el peor de los pecados.

Así que cuando miro a Eren dormido sobre el asiento, la voz interna me grita que lo estoy obligando a algo que probablemente él ya desecho en el momento en el que dude entre casarme o no con aquella chiquilla.

Estaciono el coche en la gasolinera que está al borde de la carretera, llevo al menos tres horas manejando sin detenerme y la aguja de la gasolina me amenaza constantemente en que nos quedaremos varados en cualquier instante.

Acciono la manguera y me dedico a llenar el tanque, hace calor, quema incluso debajo de la camiseta que traigo puesta, el sudor me cae por la nuca y se hace pegajoso, supongo que tendremos que pasar a un hotel de paso para darnos una ducha.

Miro el pequeño establecimiento de 24 horas y pienso en que tan buena idea será ir a comprar algo de comer, dejar solo el automóvil con Eren dentro y la posibilidad de que arranque dejándome atrás en son de venganza.

Por primera vez en la vida realmente siento miedo, miedo real de ser abandonado, no solo a la deriva, si no de manera sentimental. Hace que titubee durante un instante, pero tengo hambre, no tome nada de víveres, antes de salir ya hora sé que fue una muy mala idea, pensé más con el instinto que con el sentido común. Y me está costando caro.

Al final decido dejarlo a la suerte, rodeo el automóvil y pienso en buscar la tarjeta dentro de la billetera que Historia compro amablemente hace pocas horas atrás.

Son las seis de la tarde.

Y Eren me mira del otro lado, con los ojos somnolientos, pero con la duda plasmada allí.

—¿Quieres algo para comer? —pregunto como si fuera una casualidad.

Él se acomoda en el asiento y se restriega los ojos.

—No es muy cómodo dormir en un coche. —comenta con la voz un tanto pegajosa.

—Eres más alto ahora. —digo por decir.

Suspira y deja caer los hombros, también está sudando y se nota algo cansado, aunque lleve durmiendo la mitad del camino, parece algo destrozado. No hay que ser un genio para saber el porqué.

—¿Quieres algo para comer? —insisto de nuevo.

—Claro. —asiente, tuerce los labios y sale del auto.

Tomo la billetera a un lado del freno de mano y cierro la puerta con un empujón, él ya casi está en la entrada de la tienda, se gira a verme, esperando que yo igual empiece a caminar.

Sin preguntarme, toma una canastilla y mete dentro todo lo que piensa puede ir comiendo en el camino, desde golosinas hasta sándwiches en bolsas de plástico, soda y agua embotellada, también pide uno de los hot dogs que giran en la máquina y un traste de plástico lleno de lechuga y otras verduras en un intento de parecer una ensalada. Luego de unos minutos se pone en la caja, esperando porque yo sea el que pague.

—Ya que soy el que está aquí sin consentimiento es justo que sea yo quien elija los víveres ¿No? —dice casi en un chiste.

A veces me consterna su actitud de chico rebelde. Ni siquiera él se cree ese papel.

—¿Cuánto más falta? —pregunta una vez que salimos de la tienda y nos encaminamos de nuevo al automóvil.

—Al menos otras tres o cuatro horas. —respondo.

Tinta de AcuarelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora