Capitulo 03

43 4 0
                                    

"Mi constelación favorita".

Emma

Dos meses después...

Desde la barandilla donde estoy parada, miro con dificultad las calles de Alaska y soy consciente de los siete pisos que me separan de ellas.

Entonces, pienso en el suicidio. En cómo se sentiría despegar los pies y lanzarse al vacío sin esperanza. Verme entre el suelo y la superficie y cuestionar: ¿por qué he hecho esto? O simplemente desear que la gravedad actuara más rápido.

Incluso llego a imaginar cómo sería todo: desde el doloroso impacto contra el suelo desde tal altura, hasta la prensa publicando un artículo sobre una mujer que ha decidido saltar de un edificio de veinte pisos tras anunciar su ruptura. La ironía es que estoy parada justo en el lugar donde decidí romper con Axel hace apenas dos meses.

Incluso saborear su nombre en mis recuerdos duele. Duele como si me estuvieran abriendo el pecho con pinzas, a sangre fría, sin anestesia ni remordimiento.

A veces me pregunto por qué lo hice, si no tengo un solo motivo para alejarme de él.

Pero si tengo mil razones para alejarlo de mí.

Vuelvo a mirar hacia abajo. Es una locura. Todo se ve tan pequeño desde esta altura que me hace reflexionar sobre lo insignificantes que somos comparados con el vasto mundo. Los coches pasan a una velocidad incalculable, pareciendo una hilera de hormigas en busca de comida. Mis pies rozan la barandilla y pienso que si me muevo una milésima o doy un paso en falso, no viviría para contarlo.

Morir por amor.

Sería una muerte digna para alguien que ha dedicado su vida a eso y aún no ha aprendido a hacerlo. Aunque quedaría mejor "morir por desamor". Porque amar ya es un suicidio sin necesidad de lanzarnos al vacío. El verdadero abismo es abrirse el pecho a oscuras, con los ojos cerrados y en total confianza, a pesar de saber que nos romperán el corazón.

Me pregunto en qué estará pensando Axel en este momento. ¿Qué estará haciendo? ¿Habrá comido bien? Siempre se olvidaba de hacerlo. ¿Habrá pensado en mí todo este tiempo?

Alejo esos pensamientos. La realidad es que él no estará en casa cuando regrese. Hace dos meses que se fue, que lo he echado de mi vida como si no fuera lo único importante en ella.

De todos los crucigramas que tengo en la mente, Axel es el único que logro resolver sin problemas. Lo amé tanto a pesar de mis errores, y aún lo hago. Joder, ¿cómo no hacerlo? Fue la única persona que estuvo a mi lado cuando las noches parecían más oscuras y el frío en mi pecho se convertía en un dolor insoportable. Él fue quien derribó la muralla que había construido para protegerme y creó un puente en medio del abismo en el que se había convertido mi mente.

Pero estoy rota. Soy una persona inestable y egoísta. Admito mi egoísmo por haber tirado a la basura dos años de amor incondicional. Y me arrepiento. Me arrepentí incluso antes de tomar esa decisión. Pero sigo creyendo que es lo mejor para ambos, a pesar del amor y dedicación que nos hemos brindado durante todo este tiempo.

Recuerdo aquel fin de semana en que decidimos escaparnos a la playa. Era una mañana soleada y el sonido de las olas nos llenaba de energía. Montamos en su coche con la música de Måneskin sonando a todo volumen y nuestras risas llenando el aire. Recuerdo que Axel intentaba cantar Coraline a todo pulmón, pero no tenía ni idea de pronunciar bien el Italiano. Cuando llegamos, la arena caliente bajo nuestros pies era un recordatorio de nuestra libertad, lejos de las responsabilidades.

Pasamos horas construyendo castillos de arena, riendo mientras nos salpicábamos mutuamente con agua, cantando nuestras canciones favoritas hasta quedarnos sin aire y corriendo de un lado a otro como si fuéramos adolescentes pasionales. En un momento, nos tumbamos en la arena, mirando las nubes pasar. Lo miré a los ojos tan profundamente que casi me vi reflejada en ellos y le pregunté: "Si tuvieras que elegir un lugar para siempre, ¿cuál sería?" Sin dudarlo, respondió: "Aquí, contigo". Ese fue el instante exacto en que supe que estaba total e irremediablemente enamorada de Axel. Esa mirada en sus ojos me hizo sentir como si hubiéramos encontrado nuestro pequeño paraíso. Me hizo saber que a pesar de mis entresijos mentales, estar cerca de él me daría la fuerza necesaria para superar cualquier barrera.

Esa noche, mientras el sol se ponía en el horizonte y las estrellas se alzaban como lumbreras en el cielo, compartimos un picnic improvisado con frutas y vino.

La brisa marina acariciaba nuestra piel mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados y púrpuras. Era uno de esos momentos perfectos, como sacados de una película, que sabía que quedarían grabados para siempre en mi memoria. Ahora, al recordarlos, siento cómo se desgarra mi alma al pensar que podrían no existir nunca más.

La vida, en su complejidad, a menudo se siente como un laberinto de emociones y experiencias que parecen estar fuera de mi control. Siempre creí que para el amor verdadero era sencillo trascender el tiempo y las circunstancias. Conocí a Axel en el momento en que más lo necesitaba, y ni siquiera lo sabía en ese entonces. Nuestras miradas se encontraron y, desde ese instante, supe que había algo especial entre nosotros. La química era palpable; cada conversación se convertía en un escenario de risas e historias memorables. Juntos construimos un mundo lleno de sueños, planes y promesas.

Pero la vida es caprichosa y, a menudo, suele enseñarte su lado cruel.

Estos últimos dos meses he sentido que el suelo se desvanece bajo mis pies; el dolor es tan agudo que incluso parece físico. La tristeza se ha convertido en mi compañera constante. Cada rincón de mi casa, que antes era nuestra, me recuerda a él: es como si aveces pudiera escuchar sus risas en las paredes, sus libros ahora ocupan estantes polvorientos y las fotos en los cuadros que no he podido descolgar de las paredes, son testigos mudos de un amor que floreció con demasiada fuerza solo para ser arrancado demasiado pronto.

Se que fui yo la que decidió que nos alejáramos, pero he empezado a cuestionar todo lo que he creído sobre la vida y el amor. Me pregunto si alguna vez encontraré consuelo o si estoy condenada a vivir con esta herida abierta para siempre. La injusticia de perder un gran amor no solo me causa dolor; también siembra semillas de desconfianza hacia mi horrible visión del futuro.

¿Cómo podré volver a amar?

¿Cómo podré abrir mi corazón nuevamente cuando he dejado a un lado lo único bonito que ha entrado en mi vida?

Me despego de la barandilla, limpiando las lágrimas que han escapado de mis ojos mientras reflexionaba, observando el vacío. Miro mi reloj y recuerdo que en pocos minutos tengo una cita con mi mejor amiga. Hemos quedado para pasar la tarde en un bar cercano y permitirnos desahogarnos un poco.

Bajo con pereza las escaleras de la azotea y, al llegar al pasillo del último piso, veo el ascensor abierto frente a mí, como si estuviera esperándome. Sin embargo, esa no es una opción. Decido descender por las escaleras y, al salir del edificio, veo el auto de mi mejor amiga aparcado a pocos metros de mí.

—¿Qué hay de nuevo, Torli? —me saluda Kate con ese apodo cariñoso que nos pusimos hace años. Le sonrío como respuesta mientras me dejo caer en el asiento del copiloto y comenzamos nuestro camino.

Llegamos en unos diez minutos, ya que el bar no se encontraba muy lejos. Dejo a Kate aparcando el coche en el estacionamiento y me adelanto para ir reservando la mesa. Al cruzar el umbral de la puerta, escucho el suave tintineo de una campanilla que anuncia mi entrada. Pero antes de poder dar otro paso, su voz me detiene en seco, congelándome en el lugar.

Es él.

Axel.

Mi constelación favorita.

La teoría de las constelaciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora