Epílogo

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"Epifanía"

Emma

Un año después...

El sol de la tarde iluminaba las calles de Roma con un cálido resplandor dorado. Axel y yo caminamos lentamente por el sendero, disfrutando del suave murmullo de las hojas al viento y del canto de los pájaros. Es un día perfecto.

Mientras continuamos nuestro paseo, veo a una anciana sentada en un banco cercano, con una mirada melancólica perdida sobre nosotros. Su rostro arrugado muestra signos de tristeza, y algo en su expresión hace que me detenga, haciéndome sentir una corazonada.

—¿Te gustaría hablar con ella? —sugiere Axel al darse cuenta.

Asiento , y juntos nos acercamos a la anciana. Al llegar, ella levanta la vista y le dedico una sonrisa cálida pero melancólica.

—Hola —le dice Axel—. ¿Se encuentra bien?

La anciana suspira y mira hacia el suelo antes de responder.

—Solo recordando —dice con voz temblorosa y un pronunciado acento italiano—. A veces, los recuerdos son todo lo que nos queda.

Por instinto, me siento junto a ella mientras Axel se mantiene a un lado, observando con interés.

—¿Puedo preguntarle qué recuerda? —pregunto suavemente.

La anciana sonríe tristemente.

—Perdí a mi gran amor hace muchos años —comienza—. Era un hombre maravilloso, pero yo era demasiado orgullosa para aceptar mis errores. Cuando tuvimos nuestra primera gran pelea, no quise disculparme. Pensé que eso me haría parecer débil. Él se fue. Salió del país, impulsado por el dolor de nuestra separación. Nunca volví a verle. Y así, perdí la oportunidad de ser feliz.

Axel y yo intercambiamos miradas, sintiendo la profundidad de sus palabras.

—A veces pensamos que el orgullo es una fortaleza —continúa la anciana—, pero en realidad puede ser nuestra mayor debilidad. Nunca volví a encontrar a alguien como él. Aprendí demasiado tarde que el amor requiere humildad y perdón.

Siento un nudo en el estómago; sus palabras resuenan profundamente en mi propia situación con Axel. Tomo la mano de él sin pensarlo y lo miro a los ojos.

—Es fácil dejarse llevar por el orgullo —digo suavemente—. Pero estamos aquí para intentarlo de nuevo... para aprender de nuestros errores.

La anciana sonríe al ver la conexión entre nosotros.

—Eso es lo más hermoso del amor —responde—. Siempre hay una segunda oportunidad si ambos están dispuestos a luchar por ella.

Axel respira hondo, y puedo ver cómo las palabras de la anciana resuenan dentro de él. Me doy cuenta de que estamos en un punto crucial de nuestra relación; el orgullo ha sido un obstáculo entre nosotros y ahora tenemos la oportunidad de dejarlo atrás.

Después de unos momentos más conversando sobre recuerdos compartidos y lecciones aprendidas, la anciana se despide con gratitud por nuestra compañía. Axel y yo nos quedamos observándola alejarse lentamente, sintiendo una nueva determinación.

—¿Sabes? Creo que este encuentro no fue casualidad—dice Axel mientras continuamos nuestro paseo por el parque—. Nos recordó lo valioso que es abrirse al otro.

Asiento con una sonrisa.

—Sí, no dejaremos que el orgullo nos separe nunca más. Estamos aquí para eso, para sanar juntos.

Axel me coloca un mechón de cabello detrás de la oreja y me sonríe tiernamente luego de pellizcarme la nariz.

—Te amo, gnomo.

—Te amo más.

Y así continuamos nuestro paseo bajo el cielo despejado de Roma, sintiendo que cada paso nos acercaba más no solo entre nosotros, sino también hacia un nuevo futuro lleno de posibilidades.

A veces el orgullo se alza como una espina, hermosa a la vista, pero dañina al roce. Se viste con palabras bonitas y gestos sutiles, ocultando la fragilidad de un corazón que teme abrirse al mundo. El ego también, se desliza como una sombra, susurra venenos en el silencio y transforma el amor en un campo de batalla.

El orgullo se aferra a la razón como un pirata a su barco en medio de un mar tempestuoso. Se niega a ceder, a pedir perdón, a ser vulnerable. Cada palabra no dicha se convierte en un muro que separa dos almas que alguna vez se fusionaron al compás del cariño; haciendo que el amor se marchite.

La toxicidad se alimenta de ese orgullo; crece en los rincones oscuros de la inseguridad y la desconfianza. Se filtra a través de palabras destructivas y del silencio que grita más fuerte que cualquier discusión. Y en lugar de construir puentes, levanta barreras que convierte la conciencia en un ciclo interminable de dolor.

Pero en medio de ese túnel emocional, hay una luz al final: la humildad. Reconocer nuestras fallas y abrir nuestro corazón puede ser la camino que guíe a las estrellas perdidas en su encuentro. Es solo cuando dejamos caer nuestras máscaras y nos permitimos ser vulnerables, que el amor florece nuevamente libre de agujeros negros y sombras.

Reconocer nuestros errores no significa ser vulnerables, es señal de que estamos dispuestos a amar sin condiciones, sin orgullo ni temores. En esa constelación brillante donde el entendimiento y el perdón reinan, el amor renace siempre con una fuerza inquebrantable.

FIN

La teoría de las constelaciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora