"¿Cómo se olvida el amor?"
Axel
—¿Estás bien?
Tomo una respiración profunda antes de girarme hacia Hellen, mi prima. Su expresión denota una preocupación genuina, casi pena. Detesto que me mire de esa manera, como si fuera un cachorro abandonado en medio de la calle.
—¿Qué te puedo decir...? —respondo con frialdad.
Y sí, ¿qué espera que le diga? Que llevo dos meses viviendo un verdadero infierno. Que aunque mi cuerpo siga en movimiento, mi alma ha dejado de existir. Que ni siquiera puedo girarme en la cama porque sé que ella ya no estará allí para envolverme en un abrazo y entrelazar sus dedos en mi cabello. Que el librero que compré para colocar los pocos libros que tengo vive en el mayor desorden de su vida, porque ella era la única que lo organizaba todo a la perfección. Que la cocina de mi nuevo apartamento está cubierta de polvo y moho, ya que no hay nadie que prepare un desayuno como ella.
Hellen me coloca una mano sobre el hombro y acaricia suavemente para intentar relajarme, como si hubiera sido capaz de leerme la mente.
Han pasado dos meses y todavía sigue causándome el mismo efecto. Maldita Emma. Maldito amor.
—Tengo una idea —dice Hellen de repente—. ¿Por qué no salimos a dar un paseo? Como en los viejos tiempos. Hazme un recorrido por la ciudad; me he perdido muchos cambios en Alaska después de tantos años en el extranjero.
—No sé si sea buena idea —aclaro, frunciendo el ceño—. Solo quiero irme a descansar. Mejor quedemos con ese tal Whisky que nos está esperando en casa. De todas formas, tienes que regresar mañana.
—¡Y por eso mismo! —exclama— Solo he podido venir por un día para ver a mi querido primo, y quieres que pase el poco tiempo que tengo en esta ciudad bebiendo whisky encerrada entre cuatro paredes. No, querido primo, moriré de aburrimiento otro día.
Refunfuño por lo bajo y bebo de un trago medio vaso de cerveza que me quedaba. Miro a través de los ventanales de cristal de la cafetería; el sol comienza a ocultarse. A Hellen le quedan quizás unas diez horas en Alaska y aún no ha podido recorrer la ciudad que la vio nacer. Me siento un poco culpable; después de todo, ella eligió este tiempo para ver cómo estoy tras lo de Emma.
—Está bien —le digo tras meditarlo unos segundos—. Demos una vuelta.
—¿En serio?
—Sí.
Ella aplaude con entusiasmo y toma mi mano, entrelazando sus dedos con los míos, como solía hacerlo desde pequeña. Con ternura, le revuelvo el cabello entre mis dedos, como si fuera un pequeño cachorro malcriado.
Hellen se cuelga el bolso del hombro, aún enganchada a mí, y nos dirigimos hacia la salida.
—Pero que sea rápido —le advierto mientras estoy a punto de abrir la puerta.
Antes de hacerlo, alguien empuja desde la entrada y casi se choca con nosotros. Mi cuerpo entero se congela al verla.
Emma...
Saboreo su nombre en mi mente sin poder articularlo en voz alta. Incluso llego a pensar que es producto de mi imaginación o que tal vez estoy confundiendo a alguien más con ella. Pero pasan varios minutos mientras nos miramos fijamente y me aseguro de que realmente es ella. Joder, sí es ella. Siempre ha sido ella. Y está ahí parada, a menos de dos pasos de mí.
Mi pulso se acelera cuando me sonríe involuntariamente; como si no estuviera segura de hacerlo o no. Su cabello negro roza su cuello; se lo ha cortado. Antes le llegaba hasta la mitad de la espalda. Involuntariamente repaso sus facciones; tengo la impresión de haberlas olvidado. Sus ojos grises, esos ojos grises que derriten mi corazón, siempre me ofrecen esa mirada hermosa que me llega al alma. Bajo la vista por su nariz respingada y pequeña y recuerdo cuánto me gustaba hacerla enfadar llamándola "gnomo". Por último, mis ojos se detienen en sus labios: una perfecta forma de corazón con un arco de Cupido bien definido.
Trago grueso y desvío la mirada para evitar recordar nuestros besos y lo incansable que era pasar tanto tiempo a su lado, a veces en silencio, sin hacer nada más que abrazarnos. Con mi oído contra su pecho, sentía las armoniosas y erráticas pulsaciones de su corazón.
Sin embargo, recuerdo que fue ella quien decidió poner fin a nuestra historia de amor, transformando los tres puntos suspensivos que habíamos acordado en un definitivo punto final. Nunca comprendí sus razones, pero fue ella quien optó por desechar todo el amor que no sabía que podía ofrecer hasta que la conocí. Esta situación resulta frustrante; de todas las cafeterías en la ciudad, tenía que ser precisamente esta.
La veo tensarse de pies a cabeza al percatarse de mi presencia. Sus ojos abandonan los míos para recorrer mi brazo izquierdo y se detienen en mi mano entrelazada con la de Hellen. Después, su mirada se cruza nuevamente con la mía y siento cómo sus ojos atraviesan mi alma. Rezo para que pueda ver todas las heridas abiertas que aún no cicatrizan.
Sus labios se entreabren apenas unos milímetros. La observo tragar con dificultad y contenerse. Poco a poco, sus ojos comienzan a tornarse rojos y, aunque me he prometido no volver a mirarla, no puedo evitar imaginar lo que pasa por su mente. No logro entender por qué, pero deseo fervientemente que no piense o imagine cosas que no son; acabo de recordar que Emma no conoce a Hellen.
—Por la reacción de Axel, tú debes ser Emma —dice mi prima, extendiéndole la mano que había estado sosteniendo previamente—. Un placer, soy Hellen, su pr...
Emma da media vuelta antes de que pudiera detenerla, dejando a Hellen con la palabra en la boca mientras la veo desaparecer entre la multitud en las aceras.
Mierda. Es frustrante.
No he logrado cumplir mi promesa.
Juré arrancarla de mí, pero...
¿Cómo se comienza a olvidar algo...
...que no puedes dejar de amar?
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La teoría de las constelaciones ©
Short StoryEn una constelación donde el orgullo puede ser más fuerte que el amor, Emma y Axel se reencuentran en la encrucijada de sus sentimientos. Después de dos años de una hermosa relación que se desvaneció por malentendidos y rencores, el orgullo decide s...