"No me preguntes si puedes; solo hazlo"
Axel
Despierto con la luz suave del sol filtrándose a través de las cortinas, creando un halo dorado en la habitación. Mis ojos se abren lentamente y, al bajar la cabeza, veo a Emma sobre mi, dormida. Su corto cabello cae desordenadamente sobre mi pecho y una pequeña sonrisa parece jugar en sus labios.
Aunque mi orgullo me niegue a afirmarlo, es un momento perfecto.
La sala está en silencio, solo se escucha el suave murmullo del viento exterior. Me quedo observándola por un momento, disfrutando de la tranquilidad y la calidez que emana su presencia. Emma siempre ha tenido esa capacidad de hacer que todo se sienta bien, incluso en los días más oscuros. Incluso hoy, que no se si estoy haciendo bien dejando que vuelva a colarse en mi pecho y revolverme el alma.
Decido que no quiero romper el hechizo del momento, así que me quedo allí, inmóvil, recordando cómo hemos llegado hasta aquí. Las risas compartidas, las largas conversaciones por la noche y esos momentos fugaces que parecen eternos. Hay algo especial en nuestra conexión; es como si el mundo se detuviera cada vez que estamos juntos.
Finalmente, no puedo resistir la tentación de acariciar su cabello. Con delicadeza, muevo un mechón detrás de su oreja y ella se mueve ligeramente, pero no despierta. Siento mi corazón latir más rápido; hay algo mágico en esos pequeños gestos. En ese instante, rompo mi promesa de borrar a Emma de mi corazón. No recordaba cuánto poder tenía su presencia sobre mi.
Decido levantarme con cuidado para no despertarla y me dirijo a la cocina para preparar algo de desayuno. Por primera vez, después de dos largos meses, me siento motivado por cocinar. Mientras el aroma del café comienza a llenar el aire, no puedo dejar de pensar en cómo se sentiría si volviera a besarla, a tocarla...
Pero no se lo pondré tan fácil.
A pesar de las ganas que tengo de fundirme nuevamente en ella y del profundo arrepentimiento que se que siente, no le permitiré que las cosas sean sencillas. Mi orgullo herido me lo impide, al igual que mi corazón roto. Será complicado devolver cada pieza a su lugar después de haber pasado dos meses dejándolas olvidadas.
Escucho algunos pasos acercándose y, a continuación, Emma entra en la cocina, bostezando y estirando los brazos. Un acto tan simple de normalidad me revolvió el pecho.
—Hola —dije, sin atreverme a ser demasiado cálido—. Espero que tengas hambre.
Ella asiente con timidez y apoya sus caderas sobre la barra mientras me observa preparar unas tostadas, manteniendo una distancia prudente, como si quisiera respetar mi espacio.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, refiriéndose a la resaca.
—Bien.
Veo la sombra de una sonrisa fugaz mientras toma una tostada, y sé que eso será otro detalle inolvidable de ella. A pesar del caos del mundo y sus sorpresas, su sonrisa tiene el poder de mover montañas.
Desayunamos en silencio: ella en un extremo de la barra y yo en el otro. La observo terminar su café y acercarse al fregadero para dejar la taza. Al regresar, siento sus ojos insistentes sobre mí, pero no le devuelvo la mirada. Sé que si lo hago, me perderé otra vez y no puedo permitirme ser vulnerable.
Se sienta con sumo cuidado, esta vez ocupando el lugar más cercano al mío. La veo de reojo mientras se coloca un corto mechón de cabello detrás de la oreja; repiquetea los dedos sobre el islote del comedor con nerviosismo. Suspira sonoramente para intentar llamar mi atención, pero no lo hago. No puedo mostrarme vulnerable.
—¿Qué pasa? —pregunto sin mirarla, sintiendo su mirada persistente. La conozco; sé que quiere algo.
—¿Puedo abrazarte?
Y ahí está: cómo no volverte vulnerable.
La pregunta me detiene en seco y siento cómo todas mis pulsaciones se disparan sin control. Me detengo a medio camino de llevarme una tostada a la boca y la devuelvo al plato, tragando en seco e intentando ignorar el cosquilleo que se forma en mis brazos y manos tras su pregunta.
Veo súplica en sus ojos y un claro anhelo; desea que le dé una bandera blanca. Pero esas ganas me carcomen porque no me había detenido a pensarlo: cómo se sentiría tenerla tan cerca. Aunque hemos dormido juntos, siempre hemos mantenido las distancias.
—Emma... —comienzo a decir mientras me levanto de la silla para alejarme de ella, de su aroma; de mi Emma.
Camino de un lado a otro luchando internamente contra el impulso de aventarme sobre ella y atraparla en un abrazo eterno para no separarnos nunca más. Ella me sigue con la mirada y también se levanta, acercándose con cuidado. Me detengo cuando siento su pequeña mano aferrándose a mi antebrazo para obligarme a mirarla. Y lo hago. Me dejo llevar mientras me encaro a ella, sintiéndome torpe por no poder resistirme. Entonces se acerca un poco más... otro poco más... un paso más.
Levanta su mano libre con cuidado, como si temiera que en cualquier momento yo fuera a apartarla bruscamente como hice las últimas veces que intentó acercarse. Cuando finalmente comprende que no lo haré, tira de mí con una fuerza casi sobrehumana: con ganas, anhelo y nostalgia.
El abrazo es intenso; cada uno parece intentar absorber al otro después de tanto tiempo separados. Siento cómo su cuerpo se ajusta al mío; en ese instante, todos los recuerdos fluyen en mi mente como una película. Recuerdo cada pequeño detalle: la forma en que su cuerpo encajaba contra el mío, la calidez que emanaba y la seguridad que siempre encontraba entre sus brazos. Es un refugio del caos exterior y un recordatorio constante de lo que significa realmente estar juntos.
Recordé cómo su risa resonaba en mi oído mientras nos abrazábamos después de un largo día; esos momentos parecían borrar todas las preocupaciones del mundo.
Su fragancia es familiar: una mezcla de su perfume con un toque dulce que solo ella podía llevar. Es como estar envuelto en un cálido refugio.
A medida que nos sosteníamos el uno al otro, siento cómo sus brazos me rodean con fuerza, como intentando anclarme en ese momento. Susurro su nombre contra su cabello, y el sonido parece romper la barrera del tiempo que nos ha separado.
—Te he echado tanto de menos —dice, dejando que la emoción fluya.
Ella se separa un poco para mirarme a los ojos, y veo una chispa de tristeza reflejada en su mirada. Su rostro denota vulnerabilidad y arrepentimiento al mismo tiempo.
—Yo también te he echado mucho de menos —respondo con voz temblorosa—. No sabía si alguna vez volveríamos a estar así.
El espacio entre nosotros se carga de sentimientos reprimidos. Mientras volvemos a abrazarnos, comprendo lo mucho que significa ella para mí. Cada vez que sus brazos me rodean, experimento una profunda paz; era como si todo encajara en su lugar.
Mientras permanecemos así, el tiempo parece desvanecerse nuevamente. En ese instante, entiendo que sin importar cuánto tiempo pase ni cuántas distancias nos separen; siempre habría un camino de regreso entre nosotros; como el de las constelaciones. Y mientras me aferro a ella con todas mis fuerzas, dejo salir una súplica que no logro contener.
—La próxima vez... —susurro, rogando que hubiera una— ...no me preguntes si puedes; solo hazlo.
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La teoría de las constelaciones ©
ContoEn una constelación donde el orgullo puede ser más fuerte que el amor, Emma y Axel se reencuentran en la encrucijada de sus sentimientos. Después de dos años de una hermosa relación que se desvaneció por malentendidos y rencores, el orgullo decide s...