Capitulo 14

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"Una perfecta distracción"

Axel

No puedo evitar sentir un torbellino de emociones cuando la veo. Mis ojos, traicioneros y curiosos, recorren cada centímetro de su pequeño cuerpo. Su cabello cae suavemente sobre sus hombros, con las puntas delicadamente curvadas hacia dentro, realzando su rostro perfectamente perfilado y acentuando aún más sus facciones. Al observar su atuendo, una sensación de asombro me envuelve y, en un instante, siento que me falta el aire. No sé qué le ha llevado a elegir esa ropa en particular: un vestido negro sin mangas ni tirantes, abierto a ambos lados de las caderas, que se ajusta a su figura y resalta las curvas de su esbelto cuerpo.

Cuando finalmente desciende las escaleras del porche del edificio y se acerca a mí con una sonrisa tímida, me permito apreciarla aún más de cerca. Sus ojos grises, profundos y cautivadores, están adornados por pequeñas pecas que salpican sus mejillas. También destaco una pequeña luna en el lado izquierdo de su labio inferior; detalles que la convierten en una belleza extrañamente única y poco común. La adoro con todos sus perfectos defectos. Siempre ha habido algo en ella: la forma en que habla, cómo me mira, el modo en que me toca como si temiera romperme, y esa sonrisa que tiene el poder de derretirme por dentro como un fuego intenso y persistente.

—Estás preciosa —no puedo evitar decírselo.

—Gracias —responde con una dulzura que me hace sonreír.

—He aparcado a unos pocos pasos —añado.

Ella asiente y caminamos en silencio hasta llegar al coche. El frío ya no es tan intenso como en octubre.

Una vez dentro del vehículo, permanecemos quietos mientras recorremos con calma las calles abarrotadas de peatones en la ciudad. No puedo evitar robarle miradas furtivas de vez en cuando. Sus manos están entrelazadas sobre su regazo, jugando nerviosamente con sus pulgares. La conozco demasiado bien; no necesito ser adivino para imaginar lo que está pensando. En tiempos pasados solía entrelazar mi mano derecha con la suya mientras conducía con la otra. Aunque hemos prometido ir despacio, no puedo resistir el recuerdo de lo bien que se sentía aquel contacto íntimo. Extiendo mi mano y tomo la suya, entrelazándolas sobre los asientos delanteros.

El contacto es cálido y familiar, pero también electrizante. Aunque no es la primera vez que lo hacemos —hemos compartido momentos mucho más profundos— este gesto está cargado de sentimientos significativos: nostalgia, ternura y complicidad.

Emma me mira con timidez; nuestros últimos encuentros han sido lineales: salimos, caminamos, disfrutamos de algo para comer y recordamos momentos pasados juntos. Sin embargo, no ha habido nada más allá de miradas cómplices, sonrisas compartidas y roces espontáneos no provocados.

Diez minutos después, finalmente llegamos.

Desde hace unos días, Emma ha tomado la iniciativa en nuestras salidas, así que hoy he decidido hacer algo especial por ella, algo que solíamos disfrutar juntos. Nos detenemos frente a un imponente edificio de más de veinte pisos, parte de un innovador proyecto de una empresa de física nuclear. Este lugar ofrece a los visitantes una experiencia única en su última planta: una sala que simula el universo, donde se imitan diversos fenómenos físicos y astronómicos. La sala está diseñada para parecerse a una clausura, con monitores que cubren desde el piso hasta las paredes y el techo, creando la ilusión de estar inmersos en un cine. Sin embargo, aquí no solo somos espectadores; nos convertimos en parte del escenario.

Será una utopía para Emma, quien siempre ha sentido fascinación por los misterios del cosmos y los eventos astronómicos.

Justo cuando estamos a punto de entrar, me detengo bruscamente. Emma me mira con confusión y yo giro hacia ella, sintiéndome un poco torpe por no haber recordado algo crucial.

—¿Qué pasa? —pregunta Emma, y puedo ver mi propio horror reflejado en su rostro.

—¿Me perdonas? Lo olvidé por completo.

—¿A qué te refieres?

—El edificio... —comienzo a explicar mientras señalo la construcción frente a nosotros—...solo se puede acceder en ascensor —continúo, recordando que lo diseñaron así para replicar la experiencia de viajar en una nave espacial. La expresión de Emma cambia de confusión a frustración—. No hay escaleras —concluyo.

La veo estremecerse, cerrar los ojos y suspirar profundamente. Luego abre los ojos nuevamente y mira hacia lo alto del edificio.

—Subamos a ese maldito ascensor —dice con determinación.

Me sorprende que esta vez sea ella quien tome mi mano y me tire hacia el interior del edificio.

—¿Estás segura? —le pregunto sin poder evitarlo. Ella asiente con firmeza.

—No puedo pasarme la vida conviviendo con una fobia sin enfrentarme a ella —afirma, aunque noto cierta inseguridad en su mirada.

No puedo evitar pensar que lo hace para no arruinar mi plan, lo que me provoca un ligero sentimiento de culpa.

—Emma, si lo haces para no...

—Axel —me interrumpe—, cállate y subamos a esa maldita nave.

Me hace gracia que se refiera al ascensor como una nave espacial sin saber que realmente lo es. No puedo evitar sonreír mientras entramos al ascensor; ella se aferra aún más fuerte a mi mano. Nos situamos en el centro y noto cómo se tensa cada vez más.

Cuando el ascensor comienza a ascender, veo que Emma cierra los ojos con fuerza y contiene la respiración durante un tiempo interminable. La piel de su rostro se torna pálida y comienzo a preocuparme; así que la tomo por los hombros y la coloco frente a mí.

—Emma, si no respiras en este momento te vas a desmayar.

—Estoy mareada —confiesa al fin.

—¡Entonces respira!

—¡Es que no puedo!

Levanto las manos y acuno su rostro entre ellas mientras sus brazos se aferran a mi torso como si fuera su salvavidas.

—Mírame —le ordeno con suavidad.

—No puedo abrir los ojos.

—Emma, ¡mírame!

Finalmente abre los ojos lentamente; por un momento pienso que se le pasará el miedo, pero su expresión se transforma completamente en terror.

—Axel, quiero bajarme.

—No podemos bajar ahora; estamos a mitad de camino.

—¡Entonces haz algo! —me grita desesperada—. Distráeme, cuéntame una historia de terror o lo que sea. ¿Acaso no sientes esa sensación molesta?

—Sí —susurro.

—¿Sí?

—Hay muchos tipos de sensaciones molestas.

—¿Eso es tu método de distracción? —pregunta sarcástica, refiriéndose a mis palabras—. Porque no está funcionando.

—No me refería precisamente a eso.

—¿A qué te refieres entonces?

—A esa sensación que te sacude cuando estás a punto de hacer algo que has deseado durante mucho tiempo.

—Axel... —intenta protestar, pero no la dejo terminar.

Coloco una mano detrás de su cuello para acercarla hacia mí y la beso.

Siento la calidez de sus labios contra los míos mezclada con el ligero sabor a fresa de su labial. Poco a poco noto cómo su cuerpo comienza a relajarse, olvidando por completo su claustrofobia momentáneamente.

Es lo que yo necesitaba...

...fundirme de nuevo en ella.

Es lo que ella necesitaba...

...una perfecta distracción.

La teoría de las constelaciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora