9:El precio de la infancia (parte 2)

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 El sol brillaba cálidamente sobre el parque, pintando todo con un tono dorado mientras jugábamos como solíamos hacerlo

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El sol brillaba cálidamente sobre el parque, pintando todo con un tono dorado mientras jugábamos como solíamos hacerlo. Los días estaban llenos de risas y juegos, y el mundo parecía perfecto cuando estábamos juntos. Las pequeñas flores del campo que Bakugou solía recoger para mí se convirtieron en símbolos de nuestra amistad, un recuerdo constante de los días felices que compartíamos.

Pero, poco a poco, empecé a notar pequeños cambios en Bakugou. Al principio, eran detalles insignificantes: un leve desdén en su voz o una mirada rápida que se desviaba de mí. No le presté mucha atención al principio, pensando que tal vez era solo un mal día para él.

Todo cambió cuando Bakugou recibió su don. Recuerdo el día claramente: estaba sentado en la escuela, rodeado de sus amigos, cuando el anuncio fue hecho. La emoción y el orgullo en sus ojos eran evidentes. Me acerqué para felicitarlo, esperando compartir su alegría.

—¡Lo hiciste, Bakugou! —dije, sonriendo mientras me acercaba—. Estoy tan feliz por ti.

Bakugou me miró con una sonrisa amplia, pero algo en su mirada era diferente. —Sí, ahora puedo hacer cosas increíbles —dijo, su voz cargada de un entusiasmo que contrastaba con la indiferencia que empezó a mostrarme después de ese día.

Los días siguientes fueron un torbellino de cambios. Bakugou comenzó a actuar de manera diferente. Su actitud se volvió más arrogante, y me di cuenta de que comenzaba a alejarse de mí. Pasaba menos tiempo conmigo y prefería jugar con otros niños que tenían dones como él. Los juegos que solíamos compartir se convirtieron en recuerdos distantes.

Al principio, traté de entenderlo. Pensé que tal vez estaba ocupado o simplemente disfrutando de su nuevo don. Pero pronto, me di cuenta de que había algo más. Bakugou comenzó a ignorarme, y el desprecio que mostraba hacia mí era doloroso.

Un día, mientras estábamos en la escuela, escuché a otros niños hablar sobre la evaluación de los dones. Una conversación casual que pronto llegó a mis oídos, y que reveló la verdad que temía. Bakugou había descubierto que yo no tenía un don.

—¿Sabías que Kaomi no tiene un don? —dijo uno de los niños, su tono lleno de sorpresa—. ¿Cómo es posible?

El comentario se esparció rápidamente, y la noticia llegó a Bakugou, que estaba cerca. Pude ver su expresión cambiar en un instante, sus ojos se llenaron de una mezcla de sorpresa y desdén.

Una tarde, mientras lo veía jugar con un grupo de niños que tenían dones, no pude evitar sentir una punzada de celos. Me paré al borde del parque, observando cómo se reía y disfrutaba con ellos. Sentí un nudo en el estómago mientras me preguntaba por qué me estaba excluyendo.

—Kaomi, ¿qué haces aquí sola? —preguntó uno de los niños del grupo, notando mi presencia. Su tono era amigable, pero la pregunta solo acentuó mi sensación de aislamiento.

—Nada, solo estaba paseando —respondí, forzando una sonrisa.

El cambio en Bakugou no solo era doloroso, sino confuso. Traté de acercarme a él en varias ocasiones, esperando que las cosas volvieran a ser como antes. Pero cada vez que lo intentaba, él parecía más distante y menos dispuesto a interactuar conmigo.

Una tarde, decidí hablar con él directamente. Lo encontré sentado solo en el parque, y me acerqué con el corazón en la mano, esperando que quizás pudiéramos resolver las cosas.

—Bakugou —dije, mi voz temblando—. Necesitamos hablar. ¿Por qué has estado actuando tan distante?––.

Bakugou levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de desdén y sorpresa. —¿Actuando distante? —repitió con un tono sarcástico—. No sabía que tenías derecho a decirme cómo debo actuar––.

Su respuesta fue como una bofetada, y el dolor en mi corazón se intensificó. —No se trata de derecho —dije, tratando de mantener la calma—. Solo quiero entender por qué te has alejado. ¿Hice algo mal?––.

—No es cuestión de que hayas hecho algo mal —respondió, su tono ahora frío y despectivo—. Es solo que, ahora que tengo mi don, tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con alguien que no tiene nada.

Sus palabras eran como dagas afiladas, y sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos. La frialdad en su voz y la indiferencia en su mirada eran devastadoras.

Después de esa conversación, las cosas solo empeoraron. Mi amistad con Bakugou se desmoronó lentamente, y el dolor de ser ignorada y despreciada era cada vez más agudo. Empecé a buscar consuelo en otras amistades, pero nada podía llenar el vacío dejado por su ausencia.

Mirar a Bakugou interactuar con otros niños, especialmente aquellos que tenían dones, me hacía sentir cada vez más excluida. La tristeza y la inseguridad se apoderaron de mí, y me pregunté si había hecho algo para merecer este trato.

A medida que pasaba el tiempo, empecé a aceptar que la relación que una vez tuvimos había cambiado irrevocablemente. Aunque el dolor seguía presente, traté de seguir adelante, buscando nuevas formas de encontrar felicidad y apoyo.

 Aunque el dolor seguía presente, traté de seguir adelante, buscando nuevas formas de encontrar felicidad y apoyo

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El Precio de las cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora