2: El Precio del Desprecio

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El reloj marcaba el final de la jornada escolar, pero la sensación de alivio que solía experimentar estaba ausente hoy

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El reloj marcaba el final de la jornada escolar, pero la sensación de alivio que solía experimentar estaba ausente hoy. El pasillo estaba casi vacío, con la mayoría de los estudiantes ya en sus clubes o saliendo de la escuela. Pero para mí, eso solo significaba que había más tiempo para que Bakugou y su grupo me encontraran. Sabía que no tenía escapatoria, y mi corazón latía con la misma intensidad que cuando el primer timbre había sonado.

La escena se desarrolló con una precisión cruel, casi como si Bakugou hubiera planeado cada paso con antelación. No había prisa en su comportamiento; él disfrutaba de cada momento, de cada segundo que pasaba alzando el peso de su autoridad sobre mí. Cuando entré en el aula para recoger mis cosas, me di cuenta de que no estaba sola.

Bakugou estaba esperándome, rodeado por sus habituales seguidores. Sus ojos brillaban con una intensidad maliciosa que nunca antes había visto. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de miedo y desesperación.

—¿Qué crees que haces aquí?— su voz resonó como un trueno en la sala vacía.

—Solo... recogiendo mis cosas— murmuré, tratando de mantener la calma mientras mi mano temblaba al sujetar mi mochila.

—¿Recogiendo tus cosas?— Bakugou se rió, una risa fría y despiadada. —¿De verdad crees que mereces estar aquí? ¿Crees que el mundo debería girar a tu alrededor solo porque te has arrastrado hasta aquí sin ningún don?—1

No contesté. Sabía que cualquier intento de defensa solo alimentaría su crueldad. Sus palabras eran cuchillos afilados, y cada uno de ellos se hundía más profundo en mi piel.

De repente, sin previo aviso, Bakugou se acercó y me empujó contra la pared con una fuerza que me hizo perder el equilibrio. Mi mochila cayó al suelo, esparciendo libros y papeles por el suelo. Los demás estudiantes comenzaron a reír, y la risa de Bakugou era la más fuerte de todas.

—¿Qué pasa, Kaomi?— dijo, su voz llena de veneno. —¿No puedes defenderte? ¿O es que ni siquiera tienes el valor para eso?—

Me lanzó una mirada de desprecio, y luego comenzó a sacar de la mochila algunos de mis libros. Con una sonrisa cruel, comenzó a arrugarlos y tirarlos al suelo, pisoteándolos con sus botas. Cada página rota, cada libro dañado, parecía ser una extensión de mi propia dignidad. Mi corazón se hundió al ver cómo el esfuerzo de mis estudios se convertía en escombros.

—Esto es lo que pasa cuando intentas ser algo que no eres— continuó. —No tienes nada que ofrecer, y al final, eso es todo lo que eres: nada.—

Me agarró del brazo y me empujó hacia adelante, haciendo que tropezara y cayera de rodillas. El dolor en mi cuerpo era punzante, pero el dolor emocional era aún más intenso. Sentí lágrimas calientes corriendo por mis mejillas mientras trataba de recoger mis cosas del suelo. Las risas y los comentarios de los demás eran un ruido de fondo constante, un recordatorio cruel de mi lugar en la jerarquía de la escuela.

Bakugou se agachó a mi lado, mirándome con una mezcla de desprecio y satisfacción.

—¿Qué vas a hacer al respecto?— preguntó con sarcasmo. —¿Llorar y quejarte? Eso no va a cambiar nada.—

Lo que más dolía no era solo el dolor físico, sino la completa falta de empatía. La forma en que me miraba, como si fuera un insecto bajo su zapato, era una manifestación de su odio profundo y su desprecio. No era solo que no tenía un don; para él, eso me convertía en menos que humano.

De repente, uno de los seguidores de Bakugou, un chico alto con una actitud igualmente desagradable, se acercó y me dio una patada en el costado. El impacto me hizo caer de lado, y una oleada de dolor atravesó mi cuerpo. La risa del grupo era una tormenta que no cesaba, y yo me sentía atrapada en el ojo de ese huracán de crueldad.

Bakugou observó la escena con una expresión de satisfacción fría. Era evidente que para él, mi sufrimiento era un espectáculo. No se cansaba nunca, no se detenía. Para él, mi dolor era un entretenimiento, una forma de reafirmar su propia superioridad.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Bakugou dio una última mirada a la sala, se giró con desdén y se alejó con su grupo, dejando detrás de ellos un rastro de libros rotos y un corazón destrozado. Me quedé allí, en el suelo, sintiendo el peso de la humillación y el dolor.

Me levanté lentamente, recogiendo lo que quedaba de mis pertenencias y tratando de recomponerme. Cada movimiento era una prueba, cada respiración un esfuerzo. El día había sido una cruel demostración de la realidad que enfrentaba a diario, y el precio de mi falta de don se sentía cada vez más alto.

Mientras salía de la escuela, el cielo parecía reflejar mi estado de ánimo: gris y opresivo. La tormenta que se cernía en mi mente era una constante, y el camino a casa parecía interminable. Sabía que mañana sería otro día, y que el ciclo de humillación probablemente continuaría. Pero también había una parte de mí que se aferraba a la esperanza de que, algún día, las cosas cambiarían.

 Pero también había una parte de mí que se aferraba a la esperanza de que, algún día, las cosas cambiarían

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El Precio de las cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora