1: El Precio del Poder

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La mañana siempre empezaba igual

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La mañana siempre empezaba igual. Despertaba en mi pequeña habitación, el sol filtrándose a través de las cortinas desgastadas, y el murmullo de la ciudad comenzaba a despertar con él. Pero hoy, el eco de una semana más comenzaba a resonar en mi mente con un peso aún más aplastante.

Me miré en el espejo y, por un momento, la realidad se desvaneció. Mi reflejo era una mezcla de cansancio y determinación, con el cabello despeinado y los ojos un poco hinchados. La gente suele decir que la apariencia no importa, pero para mí, el día en el que no me importara sería el día en que todo se derrumbara.

El colegio había sido un desafío desde el primer día. Sin un don, era como si estuviera destinado a ser invisible. Los estudiantes con poderes brillaban como estrellas fugaces, mientras yo era un simple espectador. Pero lo que realmente me hacía sentir pequeña y sin valor no era solo la falta de un don, sino la forma en que algunos elegían recordármelo.

Bakugou Katsuki era el epítome del poder y la arrogancia. Su habilidad explosiva lo hacía temido y respetado, y su actitud no era menos explosiva que sus poderes. Todos lo conocían, y todos temían su presencia. Pero yo... yo era su objetivo.

En el pasillo de la escuela, escuché las risas antes de verlos. Era una risa burlona, la que se derrama de las bocas de aquellos que encuentran placer en la humillación ajena. Las voces se acercaban y, antes de que pudiera escapar, ya estaba en su campo de visión.

—¡Mira, miren a la don nadie!— exclamó Bakugou, su voz cortante como cuchillas.

Me congelé en el lugar, el pánico me envolvía mientras sentía las miradas de los demás estudiantes posarse sobre mí. Bakugou y su grupo se acercaron con paso firme, y mi corazón empezó a latir con fuerza, un tambor de ansiedad en mi pecho.

—¿A dónde crees que vas?— gruñó Bakugou, interponiéndose en mi camino. Su rostro estaba torcido en una mueca de desdén.  —¿Intentando esconderte porque sabes que no sirves para nada?—

Mi garganta se secó. No podía hablar, solo bajar la cabeza y esperar el golpe, sea físico o emocional. Su capacidad para hacerme sentir como una sombra era casi artística en su crueldad.

—¡Eres patética!— continuó. —Siempre ahí, en medio del camino, sin nada que ofrecer. ¿Te has visto alguna vez en un espejo? ¿O simplemente te has resignado a ser una carga para todos?—

Los murmullos de aprobación y las risas de su grupo de seguidores hicieron que mi cara ardiera de vergüenza. En la escuela, era un saco de boxeo emocional, y Bakugou disfrutaba cada golpe que me daba. Era como si su poder viniera de mi sufrimiento, y él no se cansaba nunca.

—¿No piensas defenderte?—preguntó, burlándose de mi falta de respuesta. —Supongo que no tienes ni la dignidad para hacerlo.—

Alzo la vista un instante, y lo que veo es un mar de caras indiferentes, algunas con un atisbo de simpatía pero sin el valor de intervenir. En esos momentos, la realidad de mi situación me golpea con toda su crudeza: estaba sola. Los pocos que intentaban ser amables no podían hacer nada ante la sombra de Bakugou.

Sin una palabra más, me giré y me dirigí hacia mi clase. Cada paso era una prueba de mi resistencia, el eco de sus risas resonando en mis oídos. Al llegar al aula, me senté en el rincón más alejado, esperando que el día pasara rápido. La humillación seguía a cada paso, una carga invisible que parecía crecer más con cada día que pasaba.

Los minutos se convirtieron en horas, y la sensación de desolación se convirtió en mi compañía constante. Cada encuentro con Bakugou era un recordatorio de lo lejos que estaba de ser aceptada, de ser vista. Pero a pesar de todo, había una parte de mí que se negaba a rendirse. Sabía que, de alguna manera, mi vida no podía ser solo un desfile de sufrimiento.

A medida que el timbre marcó el final de la jornada, me levanté de mi asiento y salí del aula, esperando que el día siguiente no trajera consigo más de lo mismo. Pero, en el fondo, sabía que esto era solo el principio. El verdadero cambio, si es que alguna vez llegaría, aún estaba lejos de ser alcanzado.

 El verdadero cambio, si es que alguna vez llegaría, aún estaba lejos de ser alcanzado

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El Precio de las cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora