18:El Precio de la Reconstrucción

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Había algo reconfortante en tener una rutina, una estructura en la que apoyarse mientras todo lo demás a mi alrededor parecía cambiar. Cuando empecé a hacer la lista de cosas pequeñas para recuperar mi confianza, la idea me pareció algo absurda al principio, pero poco a poco, mientras cada día lograba marcar una tarea cumplida, empecé a sentir que, tal vez, podía tener más control sobre mi vida de lo que creía.

Había comprado una pequeña libreta para llevar mis anotaciones, no era nada extraordinario, pero la había decorado con pegatinas de colores y pequeños dibujos que me hacían sonreír cada vez que la veía. En la primera página, había escrito con cuidado el título: "Cosas que puedo hacer". Quería que la libreta fuera un recordatorio de que, por más pequeñas que fueran las cosas que hiciera, cada una me acercaba más a la persona que quería ser. Empezaba simple:

1. Levantarme cada mañana y no huir de los espejos.

2. Caminar por los pasillos sin mirar al suelo.

3. Hablar en clase al menos una vez por semana.

4. Hacer una pregunta en mis clases externas.

5. Mirar a Bakugou a los ojos cuando lo vea.

Era una lista modesta, pero cada uno de esos pequeños logros me daba una sensación de victoria, una que antes ni siquiera había pensado que pudiera alcanzar. Lo que más me sorprendía era cómo esos pequeños pasos empezaban a impactar en mi día a día. Poco a poco, empecé a sentir menos ese peso constante en el pecho, la sensación de que algo terrible estaba por pasar.

Mis días se llenaban rápidamente. Las mañanas las dedicaba a mis clases de secundaria, donde solía mantenerme en silencio, pero ahora intentaba hablar de vez en cuando. A veces solo decía una frase o dos, pero el simple hecho de participar hacía que el nudo en mi estómago se aflojara. Por la tarde, asistía a las clases externas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, tal como me había recomendado la psicóloga. Al principio, las clases me parecían complicadas, llenas de términos y conceptos que no entendía, pero pronto descubrí que, cuanto más me sumergía en esos temas, más lograba distraerme de mis propios pensamientos.

En esas clases, me encontraba con otros estudiantes que, como yo, no eran prodigios ni héroes. Eran personas normales, con sueños y aspiraciones distintas a las de los héroes con dones. Empezar a formar parte de ese mundo era un alivio. Aquí, no se trataba de quién era el más fuerte o el más rápido, sino de quién podía resolver un problema, de quién podía crear algo útil o innovador. Era un mundo donde yo podía encontrar mi lugar.

Por las noches, tenía sesiones con la psicóloga. Al principio, esas sesiones me resultaban incómodas. Había algo intimidante en abrirme a alguien sobre lo que más me dolía, pero, poco a poco, empecé a confiar en ella. Se llamaba Mizuki, y aunque al principio era simplemente mi terapeuta, con el tiempo comencé a verla como una amiga. Alguien que no me juzgaba, que estaba allí para ayudarme a entender mis emociones y para guiarme en el proceso de sanar.

—¿Cómo te sientes hoy, Kaomi?— me preguntaba en cada sesión.

Cada vez que lo hacía, ya no sentía que la pregunta fuera una trampa. Me sentía más cómoda respondiendo con honestidad. "Un poco más segura," respondía, y realmente lo sentía así. Mizuki me ayudaba a desglosar mis miedos y a enfrentarlos uno por uno. No era fácil, pero por primera vez, no sentía que estaba sola en esa batalla.

También me asignaba pequeñas actividades, cosas simples pero importantes. Una de mis favoritas era llevar un diario donde anotaba al final del día todo lo que había hecho que me había hecho sentir bien o segura de mí misma. Era sorprendente ver cómo, de una página vacía, empezaban a llenarse los renglones con pequeños logros que, aunque modestos, me hacían sentir que avanzaba. No más esconderse. No más vivir en las sombras de los demás.

El Precio de las cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora