Capítulo IX

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Caminé junto a Erick en un incomodo silencio. No había pronunciado palabra desde que habíamos salido del principia. Una parte de mi mente aún estaba preocupada por el pegaso, otra estaba concentrada en el movimiento del cabello de Erick y otra más, preocupada por lo que me esperaba.

Íbamos por un camino de piedra que iba entre un conjunto de pequeños altares y edificios gigantescos con sus cúpulas, cuando me tendió un papel. No identifique al principio lo que era, pero cuando lo abrí me di cuenta de que era un tríptico. La portada principal era morada y ponía "Bienvenidos al Campamento Júpiter, tu hogar contra los mortales y monstruos. Guía para recién llegados, somos lo mejor del oeste." Y las siglas SPQR en dorado y una corona de laureles alrededor.

-Tienes que leerlo- Me dijo.- Es una guía, ahí viene todo lo que necesitas saber sobre el campamento. Al menos lo más básico.

Me prometí leerlo más tarde, ya que saliera de otro lugar al que no sabía que me iban a hacer.

-Gracias, supongo. Aunque todavía no me aceptan completamente.- Le respondí.

Se quedó callado y después señaló dos edificios con la barbilla, supuse que eran templos y me dijo.- Esos son los templos de Belona diosa de la guerra y Marte Ultor. La madre de Reyna y el Padre de Frank. -

-¿Marte Ultor eh?, Marte el vengador ¿cierto? -Dije.

-Así es.- No podía ver su rostro pero podía imaginar que sonreía.

Señale el templo más grande que tenía un pabellón redondo con un anillo de columnas blancas soportando una cúpula y estaba en la cima de la colina.- Es ahí a donde vamos ¿verdad?

Asintió con la cabeza.- Es el templo de Júpiter Optimus Maximus.-

-El mejor y más grande ¿correcto?- Le contesté con una sonrisa diminuta, los significados de las palabras en latín me venían fácilmente.

-Correcto.- Esta vez se giro un tanto para mostrarme su sonrisa, una sonrisa realmente bonita. Delante de el se veìa un pequeño edificio azul. Una red cruzada con un tridente decoraba la puerta. En todas las casas en las que había vivido con mi madre, en mi habitación, inclusive en mis sueños, había estado ese símbolo. Supuse que era de mi padre... Neptuno.

-Ese es el templo de tu padre...- Me dijo, y sin darle tiempo para terminar la frase me dirigí hacia la puerta.

Dentro solo había un pequeño altar. Estaba limpio pero no era tan especial como se veía el templo de Júpiter.

-Creo que necesita un poco de arreglo.- Murmuré para mis adentros al mismo tiempo que Erick comenzaba a decir:
-Los romanos siempre hemos tenido miedo del mar. Solo usábamos los barcos si era necesario.-

-Habla por ti mismo, yo nunca he tenido miedo del mar.- Le contesté bruscamente.

-Bueno, pero eso es lógico. Eres una hija de Neptuno. Sería raro si tuvieras miedo del mar.- me dijo. Y era un buen punto. Siempre supe que no debía de tenerle miedo. Siempre que estaba en la playa, lo cual rara vez pasaba, me sentía segura, protegida. Todo lo contrario a mi madre, que solo me llevaba porque yo se lo pedía.

De repente apareció una imagen en el altar, un hombre bronceado, con cabello obscuro y con los ojos del mismo color que los míos rodeando con un brazo a mi madre. Ambos con una expresión de orgullo en el rostro, miraban fijamente a una figura pequeñita en una cuna plateada, con unos enormes ojos color verde mar y un mechón de cabello color blanco en la frente. El hombre le tendió una pequeña caja plateada a mi madre y ella la tomó.

Tan pronto como la imagen apareció, se esfumo y me quedé pasmada ahí. Dudaba mucho que Erick la hubiera visto así que no dije nada. Tenía que tomar aire.

-Vayamos a donde tengamos que ir y listo.- Le dije cortante, dándome la vuelta y saliendo de ahí.

Me prometí mi misma que reconstruiría este templo. Era en honor a mi padre (aunque nunca lo había conocido) y merecía algo más que ese pequeño armario.

Al llegar al templo de Júpiter un trueno retumbó encima de nosotros, lo que me puso la piel de gallina. Cuando entramos tuve que sentir un poco de envidia porque comparado con el pequeño armario del templo de mi padre, eso era definitivamente más impresionante.

El suelo de mármol estaba decorado con mosaicos e inscripciones en latín. Unos cuantos metros por encima, una cúpula brillaba de oro. El templo entero estaba abierto al aire libre. En el centro estaba un altar de mármol, donde un chico y una chica, ambos con togas estaban haciendo algún tipo de ritual delante de una gigantesca estatua dorada de Júpiter, dios del cielo que estaba vestido en una toga morada, sujetando un rayo.

Ambos chicos tenían las manos levantadas, y relámpagos brillaban por aquí y por allá en el cielo, lo cual hacia que se estremeciera el templo entero junto con mis dientes. La chica era pelirroja con pecas decorando su rostro, mientras que el chico era castaño, algo pálido pero fornido.

-¿Qué se supone que están haciendo?- Le pregunté a Erick en voz baja y sin apartar la vista de ambos chicos.

No debí hablar tan bajo como creí, porque ambos abrieron los ojos y me miraron fijamente. Tenían expresiones serias, y el chico tenía un cuchillo en la mano y en la otra un... ¿Conejo de peluche?

-Antha, ellos son Rachel y Evan. Evan es hijo de Apolo, tiene el don de la profecía. Y Rachel... Ella es el Oráculo de Delfos.- Me dijo Erick.


Hija de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora