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El cardiólogo y el nuevo residente caminaban tranquilamente, con pasos largos y algo rápidos, dirigiéndose hacia la sala donde descansaban todos los médicos

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El cardiólogo y el nuevo residente caminaban tranquilamente, con pasos largos y algo rápidos, dirigiéndose hacia la sala donde descansaban todos los médicos. Carrera estaba a punto de explotar de emoción; por fin conocería a todo el equipo médico, desde el anestesista hasta el jefe de cirugía.

Sentía cómo sus manos comenzaban a sudar y un calor lo invadía por dentro, acompañado de un nudo que empezaba a formarse en su garganta. Maldijo en silencio por sentirse así, pero el cardiólogo se percató de su estado. El profesional observó al nuevo residente y soltó una leve risa, que no tenía en absoluto un tono burlón.

Rodrigo, aún con las manos sudorosas y el nudo en la garganta, intentó sonreírle al cardiólogo, pero lo único que logró fue una mueca torpe. El cardiólogo, notando su nerviosismo, le dio una palmada en el hombro, brindándole algo de consuelo.

—Tranquilo, todos hemos pasado por esto. Conocer al equipo por primera vez puede ser abrumador, te lo juro —dijo el Dr. Garmendia con un tono calmado y honesto, cerrando los ojos por unos segundos—. A mí también me pasó lo mismo que a ti, pero verás que son buena gente, y pronto estarás más relajado.

Rodrigo asintió, tratando de relajarse, aunque la idea de entrar en una sala llena de médicos experimentados le hacía sentir como si lo arrojaran a una jaula de leones, mientras él se sentía como un cachorro. "No me puedo echar atrás ahora", pensó. Había trabajado demasiado duro para llegar hasta aquí, y no dejaría que los nervios o el estrés lo derrotaran.

Finalmente, llegaron a la sala de descanso. La puerta se abrió lentamente, revelando a un grupo de médicos que charlaban animadamente. Algunos estaban de pie con tazas en las manos, otros revisaban documentos sentados con botellas energéticas, y unos pocos tomaban su desayuno en tazas de porcelana, conversando o leyendo libros de medicina antigua. Esto lo sorprendió, ya que en la mayoría de hospitales, muchos médicos estarían revisando casos o pegados al teléfono, pero esto lo alegró en cierto modo. Al menos, no parecían zombies conectados a un dispositivo electrónico, y empezó a pensar que tal vez esa regla estricta no era completamente mala... O eso suponía por ahora.

Un hombre de unos treinta y cinco años, con cabello negro, ojos color amatista y gafas, alzó la vista del libro que estaba leyendo para ver quién había entrado. Con una expresión severa pero amable, dejó el libro antiguo en la mesa junto a su taza de café y se levantó de su asiento, caminando hacia ellos.

—Ah, finalmente llegaste, nuevo residente. Bienvenido —dijo el hombre de cabello negro, extendiendo la mano hacia Rodrigo—. Espera, ¿dónde están mis modales? Soy el doctor Samuel de Luque, jefe de cirugía. Espero que estés realmente preparado para trabajar duro y de manera estratégica, porque aquí no vamos a perder el tiempo.

Rodrigo tragó saliva y estrechó su mano con firmeza, intentando que no se notara su nerviosismo. El joven notó que el agarre del doctor Luque era bastante firme, pero también cálido. Esa pequeña interacción le dio un respiro, aunque su corazón aún latía rápido. Samuel lo observó durante unos segundos más, con una leve sonrisa, como si estuviera evaluándolo todo de él con solo sus ojos.

 PRETTY PLEASE                                                        _Rodriván_Donde viven las historias. Descúbrelo ahora