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El hospital estaba funcionando normalmente, con personas yendo y viniendo

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El hospital estaba funcionando normalmente, con personas yendo y viniendo. Los médicos y las enfermeras realizaban su trabajo con dedicación y entusiasmo. El día tranquilo ayudaba a mantener ese ambiente.

El Dr. Díaz asignó los casos a los residentes con firmeza y prioridades claras. A Nicole le tocó un caso de una mujer mayor con fuertes dolores en el pecho, a Usinger le asignaron un joven que se había caído de un edificio mientras trabajaba, y a Rodrigo le dieron el caso de una niña que había sido internada por intoxicación, pero que se negaba a recibir atención. Obviamente, el jefe de residentes les asignó estos casos para que comenzaran a manejarlos, pero no estarían completamente solos. Nicole sería supervisada por el Dr. Garmendia, Usinger por el Dr. Genes, el traumatólogo, y Rodrigo por la Dra. Pérez. Los profesionales podían intervenir y validar los diagnósticos o aconsejar a los residentes, pero siempre manteniendo ciertos límites para que los residentes aprendieran a manejar los casos por su cuenta.

Rodrigo caminaba tranquilamente hacia la habitación de su paciente. Justo antes de agarrar el picaporte, fue detenido por la Dra. Pérez, quien lo llamó para darle la información que había pasado por alto. Rodrigo agradeció la información, echó un solo vistazo al reporte y luego se lo entregó a la pediatra, quien quedó sorprendida. Sin embargo, ella sabía de la memoria fotográfica de Rodrigo y simplemente le dedicó una leve sonrisa.

En ese momento, Rodrigo le hizo una señal a la doctora de que podía retirarse si quería. La pediatra, que lo comprendió de inmediato, agradeció el gesto, sabiendo que la paciente estaba en buenas manos. Además, Pérez tenía más pacientes que atender ese día. Antes de marcharse, le recordó a Rodrigo que si necesitaba algo, estaría en su consultorio. Después, se alejó caminando hacia sus otras obligaciones.

Rodrigo soltó un suspiro profundo antes de mirar la puerta. Agarró el picaporte con firmeza y empujó suavemente, entrando en la habitación de su paciente. Allí encontró a una niña de unos ocho años, con cabello marrón liso que le llegaba a los hombros, sentada en la cama con los brazos cruzados y aferrada a un peluche blanco de conejo. Su rostro mostraba una clara expresión de terquedad. A su lado, una joven de unos dieciocho años, probablemente su hermana, intentaba consolarla, aunque la pequeña no parecía dispuesta a cooperar.

—Hola —dijo Rodrigo con una sonrisa calmada, acercándose despacio—. Soy el Dr. Carrera. ¿Cómo te sientes hoy?

La niña lo miró de reojo, sin cambiar en absoluto su expresión ni su actitud.

—No quiero estar aquí —respondió con un tono firme para su corta edad—. No quiero que me pongan agujas.

Rodrigo se agachó un poco para estar a la altura de sus ojos, manteniendo su sonrisa comprensiva. Sabía que forzar a un niño nunca era la solución, era lo peor que podía hacer.

 PRETTY PLEASE                                                        _Rodriván_Donde viven las historias. Descúbrelo ahora