—¡Jeff!
Es curioso cómo reconozco su voz al instante, aunque solo la he oído una vez antes, durante apenas diez minutos. Es como una alegría contenida, como si alguien se inclinara a contarte un secreto fascinante en medio de la clase más aburrida del mundo. Todo se queda inmóvil. La sangre deja de fluir por mis venas y me quedo sin aliento. Por un segundo, hasta la música desaparece y todo lo que oigo es algo firme, sereno y bello, como el toque lejano de un tambor. Pienso: "Estoy escuchando mi corazón", pero sé que eso es imposible, porque mi corazón también se ha detenido. Mi visión se enfoca y lo único que veo es a Alan, abriéndose paso entre la multitud con sus hombros.
El ambiente está cargado de energía. Las luces del escenario parpadean en tonos vibrantes, reflejándose en los rostros de la multitud que se mueve al ritmo de la música. El aire está impregnado de una mezcla de sudor, perfume y la brisa fresca de la noche. Todo parece desvanecerse a mi alrededor mientras Alan se acerca, su figura destacándose entre la multitud.
—¡Jeff! ¡Espera!
Un breve ramalazo de terror me recorre. Por un segundo desesperado, pienso que debe formar parte de una patrulla, pero luego veo que está vestido con ropa informal: vaqueros, zapatillas gastadas y una camiseta desteñida. La luz del escenario ilumina su cabello negro, dándole un brillo casi etéreo.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto tartamudeando mientras se acerca.
Sonríe, y su sonrisa es como un rayo de sol en medio de la penumbra.
—Yo también me alegro de verte.
Ha dejado un metro de distancia entre nosotros, y se lo agradezco. No quiero sentirme como me sentí en los laboratorios o como cuando se inclinó para susurrarme, aquella conciencia total de la distancia infinitesimal que separaba su boca de mi oído: terror, culpa y emoción, todo a la vez.
—Lo digo en serio.
Hago todo lo que puedo por mirarle con el ceño fruncido. Su sonrisa pierde intensidad, aunque no desaparece del todo. Suelta aire por la boca, y el sonido se mezcla con la música de fondo, creando una melodía extraña y reconfortante.
—He venido a escuchar la música —dice—. Como todo el mundo.
—Pero no puedes... —lucho por encontrar las palabras—. Pero esto es...
—¿Ilegal? —se encoge de hombros — No pasa nada —añade en voz tan baja que tengo que inclinarme hacia delante para oírle por encima de la música—. Nadie hace daño a nadie.
Estoy a punto de decir "Eso no lo sabes", pero la tristeza en sus palabras me detiene. Se pasa una mano por el pelo y distingo detrás de su oído izquierdo una pequeña cicatriz oscura. Quizá solo lamenta lo que ha perdido tras la cura. La música no emociona a la gente del mismo modo, y aunque también debería estar curado de cualquier sentimiento de arrepentimiento, la operación funciona de modo distinto para cada persona y no siempre es perfecta.
—¿Y tú qué? —se gira hacia mí y vuelven su sonrisa y el tono travieso y juguetón de su voz—. ¿Qué excusa tienes tú?
—Yo no quería venir —respondo rápidamente—. He tenido que hacerlo... —me interrumpo, dándome cuenta de que no sé a ciencia cierta por qué debía venir—. Tenía que darle algo a alguien —digo por fin.
Arquea las cejas. Evidentemente, no le convence mucho mi respuesta. Me apresuro a continuar.
—A Charlie. Mi amigo. El que conociste el otro día.
—Ya me acuerdo —dice. Nunca he visto a nadie que mantenga la sonrisa durante tanto tiempo. Parece como si su cara estuviera moldeada así de forma natural—. Por cierto, todavía no has dicho que lo sentías.
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Loveless (AlanxJeff)
FanfictionEl amor es considerado una enfermedad peligrosa. La atracción, guiada por instintos y feromonas, es demasiado impredecible, por lo que el gobierno ha implementado la toma obligatoria de medicamentos para controlarla. La cura definitiva se administra...