Tierra Salvaje Parte II

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Jeff

Alan corre desde una sombra a otra, moviéndose sin ruido entre la maleza. En ciertos lugares parece desvanecerse por completo ante mis ojos, fundirse con la oscuridad. Me pican las manos por el sudor, y el nudo de la garganta se ha hecho tan fuerte que siento que me estrangula. En ese momento me doy cuenta de lo estúpido que es nuestro plan. Hay cien, mil cosas que podrían ir mal. El guardia de la veintiuno podría no haberse tomado el café todavía, o quizá sí, pero no en cantidad suficiente para quedarse noqueado, o puede que el valium todavía no le haya hecho efecto. E incluso si está dormido, Alan podría haberse equivocado sobre los trozos de la valla que no están electrificados, o quizá los encargados municipales aumenten el suministro eléctrico de las vallas durante la noche. Tengo tanto miedo que me parece que me voy a desmayar.

Quiero atraer la atención de Alan y gritarle que tenemos que dar la vuelta, cancelar todo el plan, pero él sigue moviéndose velozmente por delante de mí, y gritar algo o hacer cualquier otro ruido atraería la atención de los guardias. Y estos vigilantes hacen que los reguladores parezcan niños inofensivos jugando a policías y ladrones. Los reguladores y los equipos de redada tienen perros y palos; los guardias tienen fusiles y gases lacrimógenos.

Por fin llegamos al brazo norte de la ensenada. Alan se agazapa tras uno de los árboles más anchos y espera a que yo le alcance. Me agacho junto a él. Esta es mi última oportunidad de decirle que quiero volver atrás. Pero no puedo hablar, y cuando intento mover la cabeza en un gesto de negación, no sucede nada.

Tal vez Alan nota lo asustado que estoy, porque se inclina hacia delante y trata de encontrar mi oído a tientas. Su boca choca con mi cuello y me acaricia ligeramente la mejilla; luego me roza el lóbulo. —Todo va a ir bien —susurra, y me siento algo mejor. Nada malo me va a suceder estando con él. Luego nos ponemos de pie otra vez.

Corremos hacia delante a intervalos, en silenciosos trayectos de un árbol al siguiente, y luego nos paramos mientras él escucha y se asegura de que no ha habido ningún cambio, ni gritos, ni sonidos de pisadas que se acercan. Los momentos de estar expuestos, mientras corremos entre dos puntos seguros, se hacen más largos a medida que los árboles comienzan a escasear: nos vamos acercando a la línea donde desaparece por completo la maleza. Ahí nos tendremos que mover en terreno descubierto, seremos completamente vulnerables. Solo hay una distancia de unos quince metros desde el último arbusto hasta la valla, pero, por lo que a mí respecta, lo mismo podría ser un lago en llamas.

La garita 21 está rodeada de un brillante círculo de luz blanca que se extiende hacia fuera, como si estuviera hambrienta y deseosa de tragarnos; dentro, un guardia duerme desplomado hacia atrás en su silla, con la boca abierta. Alan se vuelve hacia mí sonriendo (¿es posible que esté sonriendo?).

Y así, de pronto, hemos llegado a la alambrada. Alan salta y, por un momento, se detiene en el aire. Quiero gritar: « ¡Párate! ¡Párate!» . Me imagino el crujido y el chisporroteo cuando su cuerpo reciba cincuenta mil voltios de electricidad, pero entonces aterriza en la valla, que se mece silenciosa, muerta y fría, como él dijo. Yo tendría que subir después de él, pero no puedo. Todavía no. Me invade un sentimiento de asombro que hace retroceder al miedo poco a poco. La alambrada fronteriza me ha inspirado pánico desde que era un niño. Nunca me he acercado a menos de un metro. Se nos ha advertido que no lo hagamos, nos han insistido en ello. Nos dijeron que nos freiríamos, nos dijeron que la valla haría que nuestro corazón se volviera loco, que nos mataría al momento.

Entonces extiendo el brazo y engancho la mano en ella, paso los dedos por encima. Muerta, fría e inofensiva. En ese segundo realmente me doy cuenta de lo profundas y complejas que son las mentiras que, como alcantarillas, vertebran la ciudad recorriéndolo todo, llenándola de hedor: un lugar construido y enjaulado dentro de un perímetro de falsedades.

Loveless (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora