Estoy harto de dormir

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Jeff

Los de la redada empiezan a llenar la casa, entrando por la puerta destrozada y golpeando las ventanas. La música se corta de repente y el aire se llena de ladridos, gritos y el estrépito de cristal roto. Manos calurosas me empujan por todos lados, recibo un codazo en la mandíbula y otro en las costillas.

Sin saber cómo, me mezclo con la multitud aterrorizada que huye hacia la parte trasera de la casa. A mi espalda, oigo a los perros chasqueando las mandíbulas y a los reguladores golpeando con sus porras. Hay tanta gente gritando que parece una sola voz. Un chico cae detrás de mí, tropieza e intenta alcanzarme mientras una de las porras lo golpea en la parte trasera de la cabeza con un chasquido lúgubre. Siento que sus dedos se agarran por un momento a mi camiseta, pero me desprendo y sigo corriendo, empujando hacia adelante. No tengo tiempo de lamentarlo ni de asustarme. Solo puedo pensar en huir, huir, huir.

En medio de todo ese ruido y confusión, percibo las cosas a cámara lenta con gran claridad, como si estuviera viendo una película desde lejos. Veo un perro guardián que salta a mi izquierda sobre un chico, que cae con un ruido muy leve, casi un suspiro, mientras de su cuello empieza a brotar sangre. Un chico de cabello rubio se hunde bajo las porras de los reguladores y, al ver el arco de su pelo, por un segundo pienso que he muerto, que todo ha terminado. Luego gira la cabeza hacia mí, gritando, y me doy cuenta de que sigo aquí.

Más instantáneas. Una película, solo una película. No está sucediendo, no puede suceder de verdad. Un alfa y un omega luchan por llegar a uno de los cuartos laterales, pensando que tal vez por ese lado haya una salida. La puerta es demasiado pequeña para que entren los dos a la vez. Cinco minutos antes estaban hablando y riendo juntos, tan juntos que, si uno de ellos se hubiera inclinado levemente sin querer, se habrían besado. Ahora luchan, el omega le clava los dientes en el brazo al regulador, como una criatura salvaje; él ruge, la agarra por los hombros y la estampa contra la pared para quitársela de encima. El alfa no sale mejor parado. Dos reguladores le siguen; mientras corro, oigo el sonido sordo de sus porras y un grito truncado. "Animales", pienso. "Somos animales".

La gente empuja, tira, se usan los unos a los otros como escudos mientras los reguladores ganan terreno avanzando, golpeando. Tenemos a los perros en los talones, las porras pasan tan cerca de mi cabeza que noto el estremecimiento del aire en mi nuca cuando la madera gira junto a la parte posterior de mi cráneo. Pienso en un dolor lacerante. Pienso en rojo. A medida que los reguladores avanzan, va quedando menos gente a mi alrededor. Uno a uno van haciendo ¡crac! y caen derribados por tres, cuatro, cinco perros. Gritan, gritan. Todo el mundo grita.

No sé cómo he conseguido evitar que me cojan, y corro disparado por los estrechos pasillos, atravesando habitaciones borrosas, una maraña de gente y reguladores, más luces, más ventanas destrozadas, ruido de motores. Tienen la zona rodeada. Y entonces se alza ante mí la puerta trasera abierta, y más allá los árboles oscuros, los bosques frescos y susurrantes de detrás de la casa. Si consigo llegar a la salida... Si consigo ocultarme de las luces el tiempo suficiente...

Oigo un perro que ladra detrás de mí, y tras él las pisadas violentas de un regulador que avanza, avanza, y una voz cortante que grita: "¡Alto!".

Y de pronto me doy cuenta de que estoy solo en el pasillo. Quince pasos más... luego diez. Si consigo llegar a la oscuridad...

A un metro de la puerta, siento un dolor punzante que me atraviesa la pierna. El perro hinca sus mandíbulas en torno a mi pantorrilla y me vuelvo, y es entonces cuando le veo, el regulador con la enorme cara roja, los ojos brillantes, que sonríe ("Dios mío, está sonriendo, realmente disfruta con esto"), la porra en alto, listo para golpear. Cierro los ojos, pienso en un dolor tan grande como el océano.

Loveless (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora