Jeff
Yo no tenía intención de moverme y no había notado que él se moviera, pero, sin saber cómo, terminamos cara a cara en la oscuridad, a pocos centímetros de distancia.
—Todo el mundo está dormido. Llevan años dormidos. Tú parecías... despierto —susurra. Cierra los ojos, los vuelve a abrir—. Estoy harto de dormir.
Mi corazón se alza y aletea como si realmente en este instante se hubiera transformado en un pájaro que vuela. El resto de mi cuerpo parece flotar como si un viento cálido soplara a través de mí, partiéndome en mil pedazos, convirtiéndome en aire. «Esto está mal», dice una voz en mi interior. Pero no es mi voz: es la de otra persona, es la voz de mi tío, y todos mis profesores, y aquel evaluador que me hizo casi todas las preguntas en la segunda evaluación.
—No —consigo decir en voz alta. Aunque hay otra palabra que se alza y se eleva en mi interior, burbujeando como el agua fresca surgida de la tierra: «Sí, sí, sí».
—¿Por qué? —su voz es apenas un susurro. Sus manos encuentran mi rostro, sus yemas me rozan la frente, el dorso de la nariz, mis mejillas. Por donde toca, esparce fuego. Todo mi cuerpo arde, los dos nos estamos convirtiendo en chispas gemelas de la misma llama brillante y blanca.
—¿De qué tienes miedo? —pregunta en un susurro.
—Tienes que entender que yo solo quiero ser feliz —apenas puedo pronunciar las palabras. Mi mente es una neblina, está llena de humo, no existe nada más que sus dedos bailando y deslizándose sobre mi piel, por mi pelo. Ojalá pudiera parar. Deseo que continúe para siempre—. Solo quiero ser normal, como todo el mundo.
—¿Estás seguro de que ser como todo el mundo te va a hacer feliz? — El más tenue susurro, su boca rozando mi piel. Y entonces pienso que tal vez me haya muerto de verdad. Quizá el perro me mordiera y me golpearan en la cabeza y todo esto sea solo un sueño. El resto del mundo se ha disuelto. Solo queda él. Solo quedo yo. Solo nosotros.
—No conozco otro modo— No noto que mi boca se abre, no siento las palabras que salen, pero ahí están, flotando en la oscuridad.
Alan me mira con una intensidad que me hace temblar. Sus ojos, llenos de una mezcla de preocupación y ternura, parecen buscar en los míos una respuesta que ni yo mismo conozco. Siento sus dedos acariciando mi cabello, cada roce es una promesa silenciosa de protección y cariño.
—No tienes que ser como todo el mundo para ser feliz —dice, su voz es un bálsamo que calma mis miedos—.
Sus palabras resuenan en mi interior, deshaciendo poco a poco las cadenas de inseguridad que me atan. Me doy cuenta de que, por primera vez, alguien me ve realmente, más allá de las apariencias y las expectativas. Alan me ve a mí, con todas mis imperfecciones y miedos, y aún así, me acepta.
—Déjame mostrarte —susurra Alan, su sonrisa cálida y sincera iluminando su rostro.
Y entonces nos besamos; al menos, creo que es eso lo que hacemos. Solo lo he visto hacer algunas veces, como un picotazo breve con la boca cerrada en bodas o en ocasiones formales, pero esto no se parece a nada que haya visto antes, o que haya imaginado, ni siquiera soñado. Esto es como la música o como el baile, pero mejor que ambos. Su boca está ligeramente abierta, así que yo abro también la mía. Sus labios son suaves y ejercen la misma presión delicada que la voz calladamente insistente que repite «sí» en mi mente.
Siento cada vez más calor en el pecho, olas de luz que se hinchan y rompen y me hacen creer que estoy flotando. Sus dedos se entrelazan con mi pelo, me acarician el cuello y la nuca, me rozan los hombros y, sin pensar en ello y sin que intervenga mi voluntad, mis manos encuentran su cuerpo. Se desplazan por el calor de su piel, por sus omóplatos como puntas de ala, por la curva de su mandíbula, todo ello extraño, desconocido y glorioso, deliciosamente nuevo.
Mi corazón late tan fuerte que me duele, pero es un dolor agradable, como la sensación que se tiene en el primer día de verdadero otoño, cuando el aire está frío y los bordes de las hojas se tiñen de un rojo encendido y el viento huele vagamente a humo; me siento como si fuera el final y el comienzo de algo, todo a la vez.
Bajo mi mano, juro que siento su corazón palpitando en respuesta al mío, un eco inmediato, como si nuestros cuerpos se hablaran el uno al otro. Y de repente me parece todo tan ridículo y estúpidamente claro que me dan ganas de reír. Esto es lo que quiero. Esto es lo que siempre he querido. Todo lo demás, cada segundo de cada día que ha pasado antes de este momento, antes de este beso, no ha significado nada.
Cuando finalmente se aparta, es como si una manta me cubriera el cerebro, sosegando todos los pensamientos y preguntas que me rondaban, llenándome de una calma y una felicidad tan profundas y tan frescas como la nieve. La única palabra que queda es sí. Sí a todo.
—Me gustas mucho, Jeff. ¿Me crees ahora? —susurra Alan, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y ternura.
—Sí —respondo, mi voz apenas un susurro, pero llena de convicción.
—¿Puedo acompañarte a casa? —pregunta, su tono suave y lleno de cuidado.
—Sí —repito, sintiendo una calidez que se extiende desde mi pecho hasta la punta de mis dedos.
—¿Puedo verte mañana? —su voz es una caricia, una promesa de más momentos como este.
—Sí —digo una vez más, y en ese instante, sé que todo ha cambiado. Que este es el comienzo de algo hermoso y nuevo.
Las calles ya están vacías. La ciudad entera está silenciosa y en calma. Se podría haber quemado o haber desaparecido por completo mientras estábamos en el cobertizo, y yo no lo habría notado ni me habría importado. El camino a casa es borroso, un sueño. Me lleva de la mano durante todo el trayecto y nos paramos dos veces a besarnos en las sombras más profundas y más largas que encontramos. En ambos casos desearía que esas sombras fueran sólidas, que tuvieran peso, y que nos envolvieran y nos enterraran para que pudiéramos seguir así para siempre, pecho con pecho, labios con labios. Las dos veces siento que mi cuerpo se agarrota cuando él se aparta y me toma de la mano y tenemos que echar a andar de nuevo, sin besarnos, como si de pronto solo pudiera respirar correctamente cuando nos besamos. De alguna manera, demasiado pronto, llegamos a mi casa; le susurro un adiós y siento sus labios que rozan los míos una vez más, ligeros como el viento.
Entro a escondidas, subo las escaleras, me meto en el cuarto y, hasta que no llevo un buen rato tumbado en la cama temblando, dolorido, echándole de menos, no me doy cuenta de que mi tío, los profesores y los científicos llevan razón sobre la enfermedad. Siento un dolor que me atraviesa el pecho, una sensación de náusea y ansia que da vueltas en mi interior, y el deseo de Alan es tan fuerte que parece una navaja que se abre paso por mis órganos, desgarrándome. Y solo pienso: « Esto me va a matar, esto me va a matar, esto me va a matar. Y no me importa» .
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Loveless (AlanxJeff)
Fiksi PenggemarEl amor es considerado una enfermedad peligrosa. La atracción, guiada por instintos y feromonas, es demasiado impredecible, por lo que el gobierno ha implementado la toma obligatoria de medicamentos para controlarla. La cura definitiva se administra...