Jeff
Las calles resultan insoportables durante el día, el sol cae implacable, y la gente se apresura hacia parques y playas, desesperada por encontrar algo de sombra o brisa. Ahora es más difícil quedar con Alan. La playa del East, que normalmente no es muy popular, está llena casi todo el tiempo, incluso por las tardes cuando salgo de trabajar. En dos ocasiones que quedamos, es demasiado peligroso que hablemos o que nos comuniquemos; solo nos permitimos una rápida señal de saludo como la que pueden intercambiar dos desconocidos. Colocamos las toallas a cinco metros de distancia. Él se pone los audífonos y yo finjo que leo. Cuando nuestros ojos se encuentran, todo mi cuerpo se ilumina como si él estuviera tumbado a mi lado, acariciándome la espalda, y aunque mantiene una expresión seria, noto por sus ojos que está sonriendo. Nada me ha resultado nunca tan doloroso y a la vez tan placentero como estar tan cerca de él y no poder hacer nada para estar juntos; es como tragar de golpe una bola de helado en un día de calor y terminar con un dolor de cabeza horrible.
Como no podemos estar juntos en las playas, Alan y yo vamos mucho a la calle Brooks. El jardín se está secando, y la luz del sol atraviesa el dosel de los árboles, volviendo parda la hierba. Hasta las abejas parecen borrachas con el calor.
Una tarde, Alan y yo estamos tumbados en una manta. Yo observo el cielo, mientras él, nervioso, enciende y apaga cerillas. Me acuerdo de lo que me contó sobre su enfado por venir a la ciudad y su costumbre de quemar objetos.
Hay muchas cosas que no le he preguntado, y muchas otras sobre las que nunca hablamos. Sin embargo, en otros aspectos siento que le conozco de verdad y que siempre le he conocido, sin necesidad de que él me haya contado nada.
—Debe de ser agradable estar en la Tierra Salvaje justo ahora —suelto de repente, por decir algo. Alan se vuelve a mirarme—. Quiero decir... no sé, debe de hacer más fresco allí. Por los árboles y la sombra —digo tartamudeando.
—Así es. Se apoya en un codo. Cierro los ojos y veo puntos de color y de luz que bailan detrás de mis párpados. Por un momento no dice nada, pero noto que me observa. —Podríamos ir —dice por fin.
Debe de estar de broma, así que me echo a reír. Él sigue callado, sin embargo, y cuando abro los ojos veo que su expresión sigue completamente serena.
—No lo dices en serio —afirmo; pero ya se ha abierto en mi interior un pozo profundo de miedo y sé que sí lo dice en serio. De algún modo sé, también, que es por eso por lo que se ha comportado de un modo tan raro durante todo el día. Echa de menos la Tierra Salvaje.
—Podríamos ir si tú quieres —me mira durante un minuto más y luego se tumba de espaldas—. Podríamos ir mañana. Cuando salgas del trabajo.
—¿Pero, cómo haríamos...? —empiezo a decir.
—Eso déjamelo a mí —me interrumpe. Durante un momento, sus ojos parecen más oscuros y más profundos que nunca —. ¿Tú quieres ir? — pregunta con voz temblorosa.
Me parece mal hablar de ello de este modo tan informal, tirados en la manta, así que me siento. Cruzar la frontera es un delito penado con la muerte. Y aunque sé que Alan sigue pasando a veces, no me había formado una idea del gran riesgo que entraña hasta ahora.
—Es imposible —digo, casi en un susurro—. Es imposible. La alambrada... y los guardias... y las armas...
—Ya te lo he dicho. Eso déjamelo a mí —repite mientras se sienta y me acaricia rápidamente la cara, sonriendo—. Todo es posible, Jeff —dice usando una de sus expresiones favoritas. El miedo retrocede. Con él me siento seguro, no concibo que nos pueda pasar algo malo estando juntos
—Unas pocas horas — continúa—. Solo para echar un vistazo.
—No sé —titubeo apartando la mirada. Siento cómo las palabras me raspan en la garganta seca al salir.
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Loveless (AlanxJeff)
FanfictionEl amor es considerado una enfermedad peligrosa. La atracción, guiada por instintos y feromonas, es demasiado impredecible, por lo que el gobierno ha implementado la toma obligatoria de medicamentos para controlarla. La cura definitiva se administra...