Vacío

58 10 22
                                    

Jeff

"Miradlo de esta forma: cuando fuera hace frío y os castañetean los dientes, os envolvéis en un abrigo de invierno y os ponéis bufandas y guantes para no contagiaros de la gripe. Pues las fronteras son como gorros, bufandas y abrigos de invierno para el país entero. Mantienen alejada a la peor de las enfermedades para que todos podamos seguir sanos. Cuando se establecieron las fronteras, al presidente y al Consorcio les quedaba una última cuestión de la que ocuparse, antes de que todos nosotros pudiéramos sentirnos felices y a salvo. La Gran Desinfección* (a veces llamada Gran Campaña de Bombardeo) duró menos de un mes, y después todos los espacios salvajes quedaron libres de la enfermedad

Manual de historia para niños del doctor Richard."

Aquí va un secreto sobre mi familia: varios meses antes de la fecha prevista para su operación, mi primo Kenta contrajo la enfermedad. Se enamoró de un chico llamado Kim, que también era incurado. Se pasaban el día tumbados en un campo de flores silvestres, protegiéndose los ojos del sol, susurrándose promesas que nunca pudieron mantener.

El lloraba todo el tiempo, y una vez me confesó que a Kim le gustaba besarlo para que dejara de llorar. Poco a poco, la enfermedad se fue introduciendo más y más en él, como un animal que la mordisqueara desde dentro. Mi primo no podía comer. Lo poco que conseguíamos que tragara lo vomitaba casi instantáneamente, y yo temía por su vida. Kim le rompió el corazón, por supuesto, lo que no sorprendió a nadie. El Manual de LL dice: «Los enfermos de amor producen cambios en la corteza prefrontal del cerebro, lo que provoca fantasías y falsas ilusiones que, una vez rotas, conducen a su vez a la devastación psíquica». Después de la decepción, mi primo no hacía otra cosa que quedarse en la cama y mirar las sombras que se movían lentamente por las paredes; las costillas se le marcaban bajo la piel pálida como trozos de madera asomando del agua. Incluso entonces se negó a ser intervenido y rechazó el consuelo que le podía proporcionar la cura.

El día de la operación hicieron falta cuatro científicos y varias jeringuillas de tranquilizante para que se sometiera, para que dejara de arañar, dejara de gritar y maldecir y llamar a Kim. Los vi venir a por el para llevarlo a los laboratorios; yo estaba sentado en un rincón, aterrado, mientras el escupía, bufaba y daba patadas, y me acordé de mi padre y de mi madre. Esa tarde, empecé a contar los meses para mi operación.

Al final, mi primo fue curado. Volvió dulce y contento. Varios meses más tarde, se prometió con un informático, más o menos de su edad, y ahora solo esperan terminar los estudios para casarse. Kim también fue curado. Se prometió y espera al igual que Kenta y ahora todos son felices.

Way me dijo hace unos meses que las dos parejas se ven a menudo en picnics y fiestas del barrio. Los cuatro se sientan y mantienen conversaciones serenas y educadas, sin que un solo destello del pasado perturbe lo tranquilo y lo perfecto del presente. Eso es lo bueno de la cura. Nadie menciona aquellos días calurosos y perdidos en aquel campo, cuando Kim besaba a Kenta para que dejara de llorar y se inventaba mundos para prometérselos, o cuando el se desgarraba la piel de los brazos ante la sola idea de vivir sin él. Estoy seguro de que se avergüenza de su pasado, si es que lo recuerda.

Te voy a contar otro secreto, este por tu propio bien. Puedes pensar que el pasado tiene algo que decirte. Puedes pensar que deberías escuchar, esforzarte por distinguir susurros, que deberías hacer lo imposible, inclinarte para escuchar la voz que murmura desde el suelo, desde los lugares muertos. Puede que pienses que ahí vas a encontrar algo, algo que comprender o a lo que encontrar un sentido. Pero yo sé la verdad. La conozco de las noches de frialdad. Sé que el pasado va a tirar de ti hacia abajo y hacia atrás, que te va a engañar con el susurro del viento y los gemidos de los árboles, que te va a impulsar a descifrar lo que no entiendes, a recomponer lo que estaba roto. No hay esperanza. El pasado no es más que un lastre. Se instala en tu interior como una piedra. Hazme caso. Si oyes que el pasado te habla, si sientes que tira de tu espalda y que te pasa los dedos por la columna, lo mejor que puedes hacer, lo único, es correr.

Loveless (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora