Evaluaciones

70 10 17
                                    

Jeff

—Recuerda —me dice mi tío por enésima vez, su voz cargada de una mezcla de paciencia y urgencia—. Quieren saber cosas de tu personalidad, pero cuanto más generales sean tus respuestas, más posibilidades tendrás de que te tengan en cuenta para distintos puestos. Mi tío siempre habla del matrimonio con palabras sacadas directamente del Manual de LL, palabras como deber, responsabilidad y perseverancia.

—Vale —respondo, tratando de ocultar mi nerviosismo.

A nuestro lado, un autobús pasa velozmente, levantando una nube de polvo. Lleva el emblema de la Academia, y rápidamente bajo la cabeza, imaginándome a Guille o Nuea Packer al otro lado de las ventanas, riéndose y señalándome con el dedo. Todo el mundo sabe que hoy me van a evaluar. Solo se hace cuatro veces al año y los turnos se asignan con mucha antelación. El traje que mi tío me ha preparado me hace sentir fuera de lugar. Nunca me ha interesado la moda; mientras esté cómodo, voy bien. No creo que sea feo, pero tampoco guapo; soy del montón sin importar lo que me ponga.

—Si te preguntan, Dios no lo quiera, por tu primo, acuérdate de decir que no son cercanos...

—Va-a-le —respondo, solo escuchándolo a medias.

El calor es sofocante, demasiado para ser junio. A la derecha, la bahía de Casco Bay se extiende, encajonada entre Peaks Island y Great Diamond Island, donde se alzan las torres de vigilancia. Más allá está el océano abierto, y más lejos aún, todos los países y ciudades que se vendrán abajo, destruidos por la enfermedad.

—¿Jeff? ¿Pero me estás escuchando? —mi tío me agarra el brazo y me da la vuelta para que lo mire a los ojos.

—Azul —recito de memoria—. El azul es mi color favorito. O el verde —el negro resulta demasiado morboso, el rojo los pondrá nerviosos, el rosa es demasiado aniñado, el naranja queda raro.

—¿Y las cosas que te gusta hacer en tu tiempo libre? —Suavemente, me desprendo de su apretón.

—Eso ya lo hemos repasado.

—Jeff, esto es importante. Puede que sea el día más importante de toda tu vida.

Suspiro profundamente. Ante mí, las puertas que bloquean los laboratorios estatales se abren lentamente con un gemido mecanizado. Ya se está formando una doble cola: a un lado, los omegas, y unos veinte metros más allá, frente a otra entrada, los alfas. Entrecierro los ojos para evitar el sol, tratando de localizar a alguien conocido, o, mejor dicho, a mi único conocido, pero el océano me ha deslumbrado y mi visión está nublada por puntos negros.

—¿Jeff? —insiste mi tío.

Inspiro profundamente y me lanzo a soltar la retahíla que hemos ensayado hasta la saciedad:

—Me gusta trabajar en el periódico escolar. Me interesa la mecánica y los autos. Me gusta pasar tiempo con mis amigos. Disfruto corriendo. Me encantan los niños.

—Estás poniendo un gesto muy raro —comenta mi tío, frunciendo el ceño.

—Me encantan los niños —repito, forzando una sonrisa que apenas logra ocultar mi incomodidad. La verdad es que en realidad no me gustan, pero sé que tendré que tener mis propios hijos en algún momento.

—Mejor así —aprueba mi tío, asintiendo con satisfacción—. Continúa.

—Mis asignaturas favoritas son Matemáticas e Historia —remato, y él asiente, satisfecho.

—¡Jeff! —me vuelvo al escuchar mi nombre. Charlie baja del coche de sus padres, llamando la atención de todos.

—¡Jeff! ¡Espera! —Charlie sigue acercándose a toda velocidad, haciéndome señales como un loco. El coche de sus padres es tan elegante y oscuro como una pantera. Ya casi nadie tiene coches, y menos todavía vehículos que puedan circular. El petróleo está rigurosamente racionado y es muy caro. Algunas personas de clase media tienen coches inmóviles delante de su casa, como estatuas frías e inservibles, con los neumáticos sin estrenar.

Loveless (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora