Chapter 11: Que estés bien

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Capítulo 11

Lena la observó marchar mientras esquirlas de dolor le atravesaban. El sonido de su voz pareció reverberar contra las paredes: ¡No me toques! No me toques... No...

Una ruda blasfemia escapó de sus labios. No se había permitido a sí misma sentir afecto por nadie en doscientos años. No es que hubiese vivido como una monja. Aunque no era humana, seguía siendo, después de todo, una mujer, con los apetitos de una mujer, las necesidades de una mujer. Necesidades que desde su llegada a la tierra, habían sido satisfechas sólo después de una transacción en efectivo. Las mujeres que habían satisfecho su lujuria habían estado dispuestas a hacer lo que ella pidiese. Unas pocas habían encontrado rara su insistencia de que la habitación en la cual fuesen a mantener su encuentro estuviese completamente oscura, y la mayoría habían encontrado extraño que ella rehusase dejarlas verle desnuda, pero a ella no le había importado. Nunca había pasado más de quince minutos con ninguna de ellas. Había satisfecho su lujuria y abandonado sus camas, avergonzada de la necesidad que le había conducido a buscarlas en primer lugar. Nunca, en doscientos años, había confiado a otra alma viviente el conocimiento de quien y qué era ella. Había vivido en los límites de la humanidad, sola pero nunca realmente solitaria, hasta que miró a los soñadores ojos azules de Kara Danvers.

Ahora, por primera vez, había encontrado una mujer cuyo toque ansiaba. Se había arriesgado a dejarle saber quién era, le había mostrado lo que era, y ella la había mirado con horror y repulsión. No debería haber dolido. Era exactamente la reacción que ella había esperado, pero eso no disminuía el dolor.

Sus pasos eran pesados mientras dejaba la caverna. Se quedó de pie en el patio, apenas consciente de la lluvia mientras ponderaba qué hacer a continuación. No podía llevarla a casa. Y ella no querría quedarse allí, no con ella, no ahora.

¿Cómo podía dejarla ir?

¿Cómo podía hacer que se quedase?

No podía. Mañana, le daría las llaves de su coche. Si era lista, encontraría un lugar donde ocultarse, algún sitio donde nadie supiese quien era.

Sin duda Kara se sentiría más segura con Edge que con ella.

Exhausta hasta lo más hondo de su alma, alzó la mirada hacia el cielo nocturno. Su mundo estaba ahí fuera, a millones de kilómetros de distancia en otra galaxia, y todos aquellos a los que había conocido alguna vez, todos a los que había amado, estaban muertos hacía mucho. Como debería de haberlo estado también ella.

Se sintió repentinamente cansada... cansada de estar sola, cansada de vivir en las sombras. Cansada de vivir, y punto.

Cruzando el patio, activó la apertura en la pared rocosa y luego salió al estrecho reborde.

Observó desapasionadamente la negrura que se abría como un bostezo abajo, y, por primera vez desde que llegó a la Tierra, contempló la posibilidad de acabar con su vida. Sería tan fácil. Un paso sobre el borde hacia la nada y todos sus problemas se acabarían...

—¿Lena? Lena, ¿dónde estás?

Ella se giró abruptamente al sonido de su voz.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Kara, mirando en derredor.

—Nada.

Ella miró más allá de Lena, sus ojos abriéndose como platos ante la comprensión de lo que pretendía hacer.

Agarrándola por el brazo, le dio un ligero tirón.

—Ven dentro —le urgió—. Necesitamos hablar.

Deeper than the nightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora